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23 de abril 2024
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OpiniónRolando FernándezRolando Fernández

¡Qué caso más ilustrativo, histórica y espiritualmente hablando!

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Trabajos de investigación como esos que realiza Angela Peña, que muy bien logrados le quedan por cierto, relativos a personajes  locales de nombraría, principalmente, en cuyo honor luego se designan con sus nombres calles y avenidas del país, se reportan como de suma importancia para la sociedad dominicana, ya que son bastantes las personas que aquí, nacionales y extranjeras,  se mueven por vías de tráfico, vehicular y peatonal solamente, en las que a veces hasta se reside, y que  desconocen el por qué se les denomina así.

Precisamente, y como en este país los historiadores, de ordinario narran las cosas y episodios sobre los cuales se quiere dejar saber, verbigracia, en lo que se refiere a la llamada “Era de Trujillo”, que a pesar de haber durado más de tres décadas, cuánto se ha escrito sobre ella resulta más que insuficiente.

Se ha dicho con respecto a la misma, nada más que lo conveniente para los poderes políticos-sociales regentes que le sucedieron; y, preferiblemente, los factores negativos atribuibles a aquel régimen de fuerza; todo lo favorable que se produjera entonces para la nación y su gente, se ha dejado de lado.

Además, sobra decir que, los dominicanos no cuentan con periodistas reales de investigación, sino con profesionales del sector, corporativos, narigoneados y pagados por los poderes que rigen, para que hurguen sobre determinados hechos, o circunstancias, no edificantes en sí para la sociedad en general, más bien con fines políticos premeditados, retaliatarios, vengativos, para mayor claridad.

En relación con lo expresado, cuán interesante, vale reiterar, se reporta esa nueva contribución tan significativa, no solo para la historia de la República, sino en otro contexto, al que nos referiremos más adelante, que hiciera la periodista señalada, a través de su reportaje publicado en el medio “HOY”, edición de fecha 14-1-19, página 8ª. “Calles y avenidas”.

Fue realizada esta indagación, sobre el extinto coronel-piloto de la Aviación Militar Dominicana, Juan Antonio Minaya Fernández,  que se destacara como figura notable durante la “Era del Jefe”, por ser uno de los “aritos” de confianza que tenia el hijo mayor del dictador, Ramfis Trujillo, se entiende, acompañante de seguro durante todas las famosas andanzas y acciones malévolas del “lindón apoyado por su padre”, y cuyo nombre lleva una de la calle del sector “Miraflores”, en Santo Domingo. ¡Se le honró con eso!

Cuántos transeúntes, de a pie, o en vehículos, que usan la misma, se están desayunando ahora sobre la designación de la vía, incluido quien aquí escribe, a pesar de haber nacido, y criado después, en una zona aledaña al lugar, sector de Don Bosco, como laborado en el “Liceo Unión Panamericana”, sito en el área, que funciona como extensión de la UASD en las horas nocturnas.

Pero, además, y como dijéramos más arriba, ese trabajo de Angela Peña, sobre el cual se trata en estos momentos, también resulta importante, debido a que invita a una profunda reflexión, ya en otros ámbitos, obviamente, más intrincados, y controvertidos.

Primero, se hacen revelaciones mediante ese, respecto de las limitaciones que tiene la medicina convencional (científica), de ordinario contestataria en parte de lo divino, con relación a la constitución y funcionamiento del organismo humano, concebidos fuera del marco de la mente de los hombres,  cuyo reconocimiento se escuchara en voces de gente del área médica muy autorizadas, a lo que hiciera mención la reportera, como lo fue uno de los juicio emitidos por el doctor Ney Arias Lora, por ejemplo,  neurocirujano nuestro de calibre, ya fallecido, quien tuvo que ver con el caso desde el inicio mismo, e intervino al lesionado: “La ciencia no puede hacer nada”

Por igual lo admitieron otros galenos participantes, que se les oyó respaldar al doctor Arias Lora, incluso extranjeros, los cuales estuvieron contestes con sus demás opiniones: “no había nada que hacer”. “Único caso en el mundo”.

Según el doctor Ney Arias, expresó, y no estaba hablando un aprendiz de estos que hay ahora, ni tampoco de ayer, pues era toda una autoridad en la materia, que testificada,  señaló que, “tantos años de permanencia con vida, en ese estado, era único en el mundo”. “La mayoría de las personas con ese trauma mueren en los primeros días, ocasionalmente ninguno sobrevive, y ………..”

Segundo, es evidente que, ese accidente del susodicho coronel-piloto, en que los acompañantes resultaron prácticamente ilesos (heridas y contusiones de poca gravedad, según el parte médico correspondiente), y solo él salió con una afectación tal, que le provocó estar en cama, o una silla de rueda, durante 15 años, conforme se publicó, en estado inconsciente, sin hablar, con los ojos abiertos, e inmovilizado, como tampoco poder percatarse de la realidad a su alrededor, se le tiene que dar una lectura imparcial en el campo de la espiritualidad esotérica, ya que cuánto ocurrió – condición vegetativa tan prolongada – resultaba inexplicable para la mente humana.

Por lo antes expuesto, sería una acertada decisión en ese orden, a los fines de formarse un juicio concluyente, el ponderar, en lo referente a dicho señor, aspectos tales como:

  • Fallece a los 48 años de edad, estando 15 bajo ese estado de inconsciencia, lo cual significa que pudo vivir plenamente 33 años. (Significativa cifra dentro de la numerología esotérica).
  • Se casa cuatro (4) veces durante esa corta existencia, algo que, si no es un récord, constituye un buen “averaje”.
  • Tiene un solo hijo, que lo procreó con la primera esposa, que luego de destacarse como sólido intelectual, catedrático universitario, filosofo, poeta, ensayista, graduado con honores en Estados Unidos; y, que luego, bajo los efectos de un mayúsculo estado depresivo emocional se suicida, lanzándose al mar. Dejo escrita una nota sobre su fatal destino final. Chocante, ¿verdad?
  • El accidente le produjo al coronel-piloto, un traumatismo cráneo cerebral, en que resultó afectado, principalmente, el llamado “tallo cerebral”, que le causó el no contacto entre el intelecto y la coordinación de los movimientos de las extremidades, según el doctor Arias Lora; como queriendo decirse, entre otras cosas, ¡para que no camine más!
  • De acuerdo con su principal médico tratante, el amor de su madre fue una de las causas de la insólita supervivencia. Así lo reiteró el doctor Arias Lora. A nivel esotérico siempre se habla de la empatía, vibracional, si cabe el término, entre madres-hijos, por la gestación de estos últimos en su interior, y la traída al mundo después. Parece que ahí se manifestó.
  • Por último, aunque resulte algo superficial, la asociación entre los hechos, su gran “enllave” también murió joven (40 años), a raíz de un funesto accidente de tránsito, en Madrid, España, antes que Juan Antonio Minaya, incluso. Cabe destacar, que en medio del suplicio del coronel-piloto

 

La verdad que, es un trabajo ese del que ahora se trata, en el que Angela Peña, de nuevo hace al país un valioso aporte, para edificación de la sociedad nuestra en general, desde el punto de vista histórico-patrio; muy ilustrativo, a pesar de que algunos datos personales, como ella señaló, no fue posible obtenerlos.

En adición, el mismo invita a reflexionar, y preguntarse por qué, circunstancias como la narrada. se producen a nivel de determinados componentes de la especie humana; ¿qué en verdad las origina? ¿Acaso tendrán que ver con el sentido del refrán aquel que reza, “el que bien vive, bien muere”?

O, será tan efectiva aquella aseveración de corte esotérico, y de amplia expresión popular, aunque algo inconsciente, que bien podría asociarse con el prediseño de cada corriente de vida, en el sentido de que, se incluyen en la misma todas las situaciones necesarias para evolucionar, la entidad encarnada de que se trate, como el tiempo cronológico de subsistencia física para su revestimiento corporal, presupuestado, y que establece que: “nadie se muere la víspera; mata el día, la hora, como los minutos, y segundos precisos”.

¡“A cranear”!, como diría un connotado comunicador nuestro.

 

Autor: Rolando Fernández

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