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23 de abril 2024
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OpiniónCamila García DuránCamila García Durán

Que aquí pasa de todo y no pasa nada

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El mundo patas arriba, República Dominicana sumisa. Chile arde ante el aumento tarifario del metro, en Hong Kong faltan cócteles molotov para dispersar a la masa, en Cataluña, el ‘Tsunami Democràtic’ colapsa aeropuertos, la resistencia indígena ecuatoriana marca pautas políticas, en Haití, la voluntad puede más que el hambre y aquí… aquí no pasa nada.

El alza en la canasta familiar, o los servicios básicos que brillan por su ausencia, los empleos que para el pobre equivalen a “pelar pa’ que otro chupe”, la corrupción que anda sin frenos, la Justicia, que encima de ciega se dilata, o los derechos democráticos que tiran a la izquierda, son las diversas y múltiples motivaciones que han sacudido naciones y que, en su mayoría, han dejado a un lado el sexo, la edad, o la ideología política.

Unos lanzan piedras y queman autos, otros marchan en silencio y encienden velones. En Santiago dan toques de queda y en Bogotá el que se queda ofende, en cualquier idioma, pero al unísono, la voz del descontento social retumba en el infinito.

De un hemisferio a otro, el mundo convulso reclama lo que entiende y consigue lo que demanda, mientras que aquí, al 4% se lo comió un burro y a la Marcha Verde le pasó como a todo lo que se embarra de política, que cada quién tira para el lado que le ensanche la billetera.

Odebrecht fue la chispa que hizo estallar a un pueblo ya ardido de tanta impudicia. Hace poco más de un año de aquel domingo esperanzador, en que miles de dominicanos, casi un consenso nacional, se lanzó a las calles en un clamor de repudio a corruptos y políticos, pero en un grito que aún duele y que grita ¡basta!

Pasando balance, no se ha logrado más que ponerle nombre a la indignación colectiva y servir de instrumento para las denuncias en que convergen representantes de las distintas clases sociales.

Y ahí, en una grata ilusión quedó la Marcha Verde, pues carecía de estructuras funcionales, andaba en un barco sin timón, ni rumbo, en un limbo donde además se montaron piratas, los actores políticos de la oposición, que se confundieron entre el patriotismo para promover candidaturas.

Oposición, la que aquí se esconde ante el temor de perderse la posible bonanza y contratos gubernamentales, porque en las cámaras empresariales y en los liderazgos políticos nos faltan hombres y nos sobran hombrecitos, pues en la mayoría de las democracias, son los empresarios y los líderes sectoriales los que más capacidad tienen presionar para reformar un gobierno. “Divide y vencerás”, decían los romanos.

Es una de dos, o ¿de tres? Somos muy flojos como civiles, nuestros gobernantes son muy sinvergüenzas o una mezcolanza de ambas, tal vez. Pero si hay algo certero es que flaqueamos en activismo; la fuerza de una sociedad civil organizada y con voz, no con voz de lamento, sino con una de argumentos y propuestas. Que no se queje por moda, que entienda que el que se cansa pierde, y que a veces, las redes sociales y el activismo de sofá no son suficientes para sacudir al sistema.

Porque aquí sigue doliendo la mentira organizada, el crimen organizado, la represión organizada, el desfalco organizado; duele la miseria humana, el fanatismo irracional, la sumisión que nos impide salir del letargo, de la historia larga y turbia de ignorancia, esta lacra secular nuestra, tan simple, pero tan honda.

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