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25 de abril 2024
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OpiniónDario NinDario Nin

Psicología del político dominicano

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Realmente no sé si lo que voy a describir es solo de los políticos dominicanos y de los latinoamericanos, pueblos estos cuyas idiosincrasias tienen muchos rasgos comunes.

Bien…, pero lo que relato es lo que he observado en el político dominicano, con muy raras excepciones, entre las que cuento a un Juan Pablo Duarte, fundador de la Patria quien dijo: “La política no es una especulación; es una ciencia más pura y la más digan, después de la Filosofía, de ocupar las inteligencias nobles”. Un Gregorio Luperón, un Juan Bosch, un José Francisco Peña Gómez; que me perdonen las demás excepciones, pero a mi memoria de primera impresión solo me llegan ellos.

En la República Dominicana, la política es vista y trabajada con el método y la    filosofía del colmadero.

El colmado es el un lugar muy especial, en él se exhibe una mercancía que es capital varado, capital que no circula; porque es el que tiene que dar la apariencia de que el negocio está en buena. ¡Que está repleto!  ¡Esos tramos tiene que estar llenos!

 En síntesis, la idea es que la apariencia del colmado es indispensable para que la gente acuda a él, para que se lleven la impresión real o no, que ahí hay de todo y para todos.

El político es igual  al colmado, tiene que dar la apariencia de que “está  en buena” ya que a un desbaratado nadie lo sigue,  debe el político dar  la impresión que todo el que acuda allí encuentra solución; de ahí, que lo primero que hace es  una inversión  en una ambulancia para estar presente en los momentos más difíciles de los desarropados (sus clientes),  dentro  de la ambulancia  lleva  personas  enfermas y muertas, mientras  que afuera va la cara sonriente del político cacareando el servicio brindado.

El colmadero gana la fidelidad de sus clientes recurriendo al “fiado”; aunque corre el riesgo de quebrar si fía más de lo debido; pero la quiebra del colmado es inminente si no fía.

  El colmadero cobrará el día que cobren sus clientes, guardias, policías, maestros, empleados públicos o privados.

El político fía sus favores, fía sus servicios, fía la ambulancia, fía la receta, fía la diligencia y el tráfico de influencia; y, exige el pago cada vez que hay elecciones, porque con el “fiado” se ha ganado la fidelidad del elector

“La mala paga” de un colmado no recibe más “fiado”; y si lo recibe es de poca monta y a regañadientes.

 El cliente de un colmado en donde le fían, se autocensura y no mira para otro colmado por lo menos a plena luz, no le gasta un chele a más nadie, pues si de esto, se entera el colmadero que le fía “le corta el agua y la luz”.

  En consecuencia, si el cliente quieres bacalao y no hay, tendrá que comer arenques o picapica, pero consumir lo del colmado, salvo que lo haga a escondidas.

El político vigila sus seguidores, es celoso y desde que se entera que ha habido conversación con alguien de otra parcela hala a su cliente.

  Donde se empieza a diferenciar el político del colmadero es cuando éste llega al poder; es como si pasara de un colmado a supermercado.

Los clientes que tenía cuando era colmadero, ya no son los clientes del supermercado, éstos (los del supermercado) son preferidos porque pagan al contado o con solidas tarjetas de crédito.

Se mudan del barrio porque ahí no deja el Súper y lo pone en un lugar más céntrico. Muchos en esa acción quiebran y se quedan sin pito y sin flauta. Lo han pensado, pero es el precio de la categorización.

El político dominicano, en la transición de la oposición al poder sufre una metamorfosis, como el de la oruga a mariposa, ya no camina, ahora vuela, de un día a otro le nacieron alas, tiene siempre prisa y un bajo umbral de tolerancia, ya no pasa más de un minuto al teléfono, antes pasaba horas, cambia el tono de voz, el estilo de caminar y aprende a conversar de lado, siempre con prisa.

Habría que ver si las aguas que toma el político en el gobierno provienen del mítico río Lete, el rio aquel de la mitología griega que hacia borrar la memoria de los héroes que ascendían, por lo que teniendo la facultad de volver reencarnados a la tierra no recordarían nada.

Así el político nuestro se olvida de promesas, de viejas amistades y colaboradores, y…  hasta se olvida de la decencia, la ética y la prudencia, pasa del “carro de Don Fernando” a las mejores marcas y a los más recientes modelos.

Pero, a diferencia de los héroes griegos, estos vuelven a la tierra y por arte de la magia de las aguas de otro rio el Mnemosine, que aquí se llama derrota electoral, le vuelve la sensibilidad y hasta lloran, recuerdan sus viejos amigos e inventa la frase, “que pasó hermano, te me perdiste cuando podía ayudarte”.

¡Qué mala memoria tienen nuestros políticos!, pero gracias a Dios es temporal, es sólo   mientras están en la función pública. Hasta la próxima.

Por Darío Nin.

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