Al pronunciar el Sermón del Monte Jesús se refirió los pobres de espíritu, a los que lloran, a los mansos, a los que tienen hambre y sed de justicia y a los misericordiosas.
También mencionó a los limpios de corazón, a los pacificadores, a los que padecen persecución por causa de la justicia y a los que son vituperados por los mentirosos (Mt 5:1-12)
A continuación se ofrecen algunos significados sobre las bienaventuranzas referidas por Jesús, las cuales hacen referencia a las actitudes que debemos asumir después que nos arrepentimos y renunciamos al pecado y la maldad.
En primer lugar, Jesús hizo mención de los pobres en espíritu. Aludía a las personas que sienten vergüenza y lamentan su pobreza espiritual. Aquellas que viven privadas de las riquezas espirituales más importantes, como son la esperanza de la salvación del alma y la herencia de la vida eterna, las cuales se obtienen por medio del arrepentimiento y el perdón de nuestros pecados.
Una vez damos ese importante paso, el Espíritu Santo nos llena de sus frutos para que los llevemos y los demos a las demás personas. Esos frutos son el amor, el gozo y la paz que sentimos y la paciencia, bondad, fe, mansedumbre y templanza que debemos mostrar (Gl 5:22-23)
Al poseer esas valiosas riquezas espirituales dejamos de ser pordioseros espirituales, como era el caso de quien escribe esta nota. Por eso, necesitamos buscar esas riquezas espirituales, primero y luego, las riquezas materiales, por medio del trabajo honesto.
Jesús se refirió también a los que lloran, o sea, aquellos que lloran su pobreza espiritual y el Espíritu Santo los consuela, les convence de pecado y les ayuda a abandonarlo para que se convierten en nuevas criaturas, en hijos de Dios y en personas bienaventuradas.
Por otra otro lado, Jesús habló de los mansos, de los que tienen espíritu afable, apacible, tranquilo y reservado y se comportan diferentes a los que son irritables, rebeldes y subversivos.
De igual modo, se refirió a los que tienen hambre y sed de justicia. Estos trabajan para la restauración del reino de Dios. Manifiestan las gracias que se reciben por medio de Jesús y actúan con espíritu de igualdad, imparcialidad, honradez y rectitud en público y en privado.
Con respecto a los misericordiosos, los judíos consideraban como tales a las personas que perdonaban las ofensas o daban limosnas. Sin embargo, Jesús le dio mayor significado al señalar que la misericordia es un don de Dios que alcanzan los misericordiosos (Ex 33:19)
Al referirse a los de limpios de corazón, Jesús los comparaba con los fariseos, que tenían la costumbre de lavarse exteriormente, porque creían que poseerían y gozarían de la gloria de Dios. Sin embargo, tenían el corazón lleno de envidia, avaricia, celos, enemistades y otros tipos de inmundicias.
Por eso, Jesús les exigía que limpiaran su corazón de esas cosas, ya que solo su preciosa sangre limpia el pecado y la maldad.
Por otra parte, Jesús hizo mención de los pacificadores. Aquellos que trabajan por el bienestar público y lo hacen porque entienden que promueven el propio. Por eso, en lugar de promover la oposición, el desacuerdo y la división, promueven la unidad y la reconciliación entre las partes en conflicto.
En cuanto a los que padecen persecución, siempre serán afligidos por la enemistad del corazón humano. Sufren persecución, porque viven para Cristo. Inclusive, sufren violencia física.
De manera similar, los vituperados suelen padecer cuando el látigo de la censura, la crítica despiadada y la difamación los golpea.
En adición a lo señalado, somos bienaventurados, si estudiamos la Biblia diariamente, mediante su lectura, meditación, comprensión, discernimiento, conocimiento, fe y la práctica de sus enseñanzas.
También lo somos, si vivimos en santidad, si sufrimos por hacer lo correcto, si esperamos con paciencia el cumplimiento de las profecías y si nos mantenemos en vigilia y preparados para la Segunda Venida de Cristo. Además, por temer a Dios, por hablar con sabiduría e inteligencia, por andar por caminos de rectitud, por no tropezar ni caer en pecado.
Inclusive, creyendo sin ver, dando sin recibir, no condenándonos con lo que aprobamos, soportando la tentación y estando dispuestos a vivir y a morir para Cristo
Indudablemente, que somos y seremos bienaventurados. ¿Por qué? Porque participaremos de la primera resurrección, porque recibiremos a nuestro Señor Jesucristo en las nubes, porque cenaremos con EL y porque no seremos inculpados de pecado.
Por todo ello, aunque suframos como los antiguos profetas, se nos exhorta a mantenernos gozosos y alegres, pues, recibiremos grande galardón y viviremos la eternidad en el reino de los cielos (Dt 33:29; Job 5:17; Sal 1:1,32:1; 41:1, 119:1-2; Pr 3:13,31:10; Mateo 5:1-12; Lc 6:20:22, 14:12-14; Jn 13:17 y 20:29, Hch 20:35,Ro 4:7-8 y 14:22, Stg 1:12; Ap 1:3, 14:13, 16:15, 19:9, 20:6, 22:7)
En Conclusión, el Sermón del Monte contiene importantes requisitos que necesitamos cumplir para tener derecho a heredar el reino de los cielos. Los cumplimos mediante la manifestación del poder de la gracia y el amor de Jesucristo en nuestra vida para asegurar la salvación de nuestras almas y la herencia de la vida eterna.
Por tanto, cumplamos las demandas que contiene el Sermón del Monte para que vivamos como personas dichosas y bienaventuradas.
Por: Enrique Aquino Acosta