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19 de abril 2024
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Paradoja de tolerar al intolerante en la era de las redes sociales

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Es común ver en estos tiempos demasiadas discusiones y debates subidos de tono, y a través de todo medio de comunicación conocido por el ser humano, entre republicanos y demócratas, conservadores y progresistas, platónicos y aristotélicos; hasta en la música urbana, entre lapicistas y mozaristas (si no conoce a los dos últimos consulte a un millennial).

Es imposible, en la actual sociedad saturada de información, donde estamos conectados permanentemente a las redes sociales y otros medios de comunicación, no vernos involucrados en las constantes trifulcas sobre todos los temas, habidos y por haber, donde haya ideas que se contraponen o intereses de grupos distintos que se oponen entre sí. Recuerden ese trol habitual que aparece en Twitter, con su comentario racista, misógino o con cualquier otro prejuicio, es difícil de ignorar.

Pero el debate no es algo malo en sí mismo, muy por el contrario, nuestra especie progresa en base a la confrontación de criterios, sin embargo, el problema está cuando las agresiones sustituyen a los argumentos racionales, y precisamente eso es lo que está pasando cada vez más en nuestras sociedades líquidas, nuestra sociedad de la posverdad y los fake-news.

Toda esta orgía de violencia actual es potenciada por un tipo especial de esteroide, las redes sociales, por lo que no pude evitar recordar recientemente al filósofo austríaco Karl Popper, quien escribió en el año 1945 “La sociedad abierta y sus enemigos”, donde plantea:

“La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”.

Popper esbozó en unas pocas líneas lo que se conoce como “paradoja de la tolerancia”, es decir, la ironía que resulta de cómo por tolerarlo todo terminamos destruyendo a la propia tolerancia ¿acaso se identifican con esta lógica? A puesto a que sí.

Veamos lo que sucede actualmente en la sociedad estadounidense, donde la confrontación entre conservadores y liberales ha llegado niveles que parecieran irreconciliables, hasta el punto que el uso o no de una simple mascarilla para prevenir el COVID-19 se ha convertido en una posición política, o confiar o no en lo que dice la ciencia sobre el cambo climático te hace de uno u otro bando.

En República Dominicana podemos ver el fenómeno también en la política, donde los rivales a menudo se ven más bien como enemigos a los que hay que destruir, literalmente destruir, cuando en realidad todos se beneficiarían más de competir y debatir en buena lid, algo que demuestra la ciencia detrás de la teoría de juegos, sin embargo, el dominicano parece preferir los juegos de suma cero o el kamikaze político.

Hoy es normal encontrarse en la red a personas insultando a otros por su ideología política, preferencia sexual, hasta por sus gustos musicales. Es una orgía desenfrenada de violencia en el mundo digital que enciende la mecha para que sucedan actos todavía más violentos afuera, en la realidad.

Teorías conspirativas y discursos de odio han provocado desde el secuestro de personas en una pizzería en Washington, hasta la decapitación de un profesor de historia al norte de París.

A los que enarbolamos principios democráticos nos gusta mucho citar la frase “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, de Evelyn Beatrice Hall, pero erroneamente atribuida a Voltarie, sin embargo ¿hasta que punto debe llegar el derecho del otro a decir lo que le plazca?

En la legislación podemos encontrar algunas respuestas, como es el caso de la prohibición de la difamación e injuria, pero en muchos otro casos, como el discurso de odio, no está previsto. Este año vimos como exitosamente anunciantes de Facebook boicotearon a la empresa para que precisamente se esforzara por bloquear una gran cantidad de contenido que incita al odio y a la violencia.

Otras plataformas como Twitter y Youtube están haciendo lo mismo para tratar de combatir esta nueva forma de violencia virtual con consecuencias nefastas, pero falta mucho por hacer, demasiado diría yo.

En nuestro país también tenemos esos excesos en medios tradicionales donde algunos comunicadores buscan generar ratings asesinando la moral de terceros, aprovechando que la justicia aquí es débil y lenta para los casos de difamación, mientras que otros de estos sicarios de reputaciones simplemente gustan de ser demandados por la enorme cantidad de publicidad gratuita que les genera.

Entonces, el problema pareciera estar muy claro hasta aquí, pero en realidad no es tan sencillo ¿Quién decide quienes son los intolerantes permisibles y los que no se pueden tolerar? Recientemente los CEOs de las grandes tecnológicas (Twitter, Google y Facebook) tuvieron que comparecer ante el Congreso de los EE.UU. para explicar su modelo de gestión de contenidos y admitieron que no está muy claro.

El mismo Popper, mal interpretado por otros tantas veces, nos dice también respecto la “paradoja de la tolerancia”:

“Con este planteamiento no queremos, significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente.”

Así que es importante entender muy bien esto para que los que creemos en la tolerancia no terminemos convirtiéndonos en lo que despreciamos; pero definitivamente como sociedad debemos establecer frenos contra el intolerante que sustituye los argumentos racionales con violencia, en cualquiera de sus formas, y esto es lo que realmente quería transmitirnos Popper cuando hablaba de “el derecho a no tolerar a los intolerantes”.

Por otro lado, alguno pudiera hablarme de John Stuart Mill y su “tolerancia del escepticismo”, la cual parecería conceder libertad ilimitada a la expresión de las ideas, aún sean estas objetivamente falsas (como el terraplanismo) u ofensivas (como la supremacía blanca), todo a favor de la búsqueda de la verdad, contraponiendo las ideas dominantes a otras no convencionales e incluso a lo que se considera mentira.

Evidentemente el filósofo  apunta a  la no coartación de las minorías y la preservación de la libertad individual, pero aún en el siglo XIX, Mill previó como lidiar con los límites a la libertad de expresión en su obra “On Liberty”, límites que todavía hoy estamos discutiendo, dejándonos dicho que  “en interés de la verdad y de la justicia, pues, es muy importante restringir el lenguaje violento”.

Así que tengamos presente siempre que aunque tenemos todo el derecho de expresar lo que pensamos, también los demás disfrutan de esa prerrogativa, pero, mientras empleemos la argumentación racional, siempre habrá espacio para la convivencia en paz, espacio para coexistir.

Por Hernán Paredes

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