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23 de abril 2024
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OpiniónDimitriv Paredes ForzaniDimitriv Paredes Forzani

Nuestro nuevo amigo el gigante de oriente

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En un mundo donde se ha acuñado el concepto de “conectografía”, para significar que hoy importa más como se conectan las ciudades que sus propias fronteras, en un “mundo plano” como decía el celebre columnista de The New York Times y escritor de Bestsellers, Thomas Friedman, en un mundo construido sobre redes económicas, comerciales y de colaboración científica tan fuertes entre los países que estás últimas por si mismas son capaces inclusive de  evitar conflictos armados entre actores que tendrían mucho que perder si fuese interrumpida la intensa dinámica socio-económica de estas conexiones, en fin, en un mundo como el descrito, ningún país puede darse el lujo de no manejar su política internacional con un sentido estratégico apropiado.

Recientemente, la República Dominicana anunció el establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Popular China, segunda economía del mundo, y un actor de primera en el actual juego geopolítico mundial.

Esta decisión del Gobierno Dominicano, encabezado por el Presidente Danilo Medina, ha sido saludada hasta por sus más acérrimos críticos como es el caso de Luis Abinader, líder del principal partido político de oposición, el Partido Revolucionario Moderno (PRM), y Vinicio Castillo Semán, Diputado de la Fuerza Nacional Progresista (FNP), antiguo aliado de Medina, pero hoy uno de sus principales opositores. Además, se han sumado también a apoyar está decisión oficial de establecer lazos formales con el gigante asiático, los líderes empresariales, de la sociedad civil y otros actores nacionales importantes.

Sin embargo, como todos saben, establecer relaciones formales con China obligaba a las autoridades a reconocer que Taiwán es una provincia de la primera, cosa que de alguna manera hizo la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en el año 1971, al reconocer los legítimos derechos de la República Popular China ante ese organismo y expulsar a Chiang Kaishek y a Taiwán del escaño ilegalmente ocupado, cosa que también reconoció en 1979 el principal cómplice de que este último usurpara esa posición por 22 años, los Estados Unidos de Norteamérica.

Si bien es cierto que Taiwán evolucionó de ser un pueblo gestionado por un dictador autoritario a convertirse en una “nación” democrática y tecnológicamente avanzada, no menos cierto resulta que su auto denominación como país soberano resultó de la finalización de la Guerra Civil China de 1949, donde los nacionalistas que perdieron el poder en ese proceso, dirigidos por Chiang Kai-shek, se refugiaron en esa isla e intentaron sobrevivir a los ganadores liderados por Mao Zedong que se apropiaron del poder y el territorio continental.

Es decir, históricamente la República Popular China tiene derechos políticos sobre lo que denominan su “provincia rebelde”, y la República Dominicana no puede dirigir su política internacional en base a negar la historia, independientemente de las siete décadas de relaciones con Taiwán, quienes hicieron aportes importantes para el desarrollo de nuestro país. Sin embargo, instancias precisamente como la ONU deberían servir para moderar la búsqueda de una solución pacífica a la actual situación compleja entre chinos y taiwaneses, pero de ninguna manera nos toca a los dominicanos tomar partido en los conflictos internos de otros países.

Lo cierto es que el presente y futuro del mundo está siendo influenciado por una nación gigante, un país con más de 1,300 millones de habitantes, con un Producto Interno Bruto de 11.2 billones de dólares y una economía que creció en el año pasado un 6.9%, un titán que desea ser nuestro amigo, ante el vacío que deja en Latinoamérica otro supuesto “amigo” que hoy implementa una política nacionalista y proteccionista opuesta a la globalización bajo el lema de “América Primero”, bajo el liderazgo de un presidente empresario, Donald Trump. Es decir, no solo tardamos demasiado nadando contra la corriente respecto a definir relaciones formales con China, sino que también nuestro nuevo amigo el gigante no pudo haber llegado en un mejor momento.

Países de ingresos medios como la República Dominicana, con importantes brechas de desigualdad, así como deudas sociales importantes acumuladas y ante retos enormes como la mitigación de los efectos del cambio climático, no podrán alcanzar niveles de desarrollo sostenible adecuados sin tener acceso a poder colocar lo que producen en los mayores mercados del mundo, así como la ventana de oportunidades que representa el intercambio científico y la colaboración para el desarrollo que proporcionan las relaciones diplomáticas y comerciales con los países más ricos del planeta, y quienes tengan el tupé de oponerse a que el país haga precisamente esto último con China, simplemente no tienen el interés nacional como su más alta prioridad.

 

Por Dimitriv Paredes Forzani

 

 

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