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19 de abril 2024
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OpiniónLuis CordovaLuis Cordova

Nuestro mundo será otro

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Se impuso en nuestras conversaciones y, con mayor fuerza que la imaginada, también lo hizo en nuestra realidad tal como había proyectado su inminente llegada a suelo dominicano.

Es otro el mundo que tenemos estos días, y uno aun más distinto el que tendrán nuestros hijos cuando sean adultos, cuando tengan nuestras edades.

Pero más cercano a estos días de silencios y angustias, pienso que también será un mundo diferente cuando todo termine, sin importar el cómo.

Mientras estuvo en las noticias internacionales y veíamos a los asiáticos llamando la atención con su angustiosa realidad, nos parecía un exceso la muy temprana declaratoria de Pandemia de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los menos asiduos a los noticieros de cadenas globales no sabían de las proyecciones, no se dieron por enterados.

Pero llegó y aquí estamos. En confinamiento, sintiendo la brisa mucho más fría, con las manos congeladas y un nudo en nuestras gargantas, ese mismo que preludia llorar. ¿Llorar? ¿Por nada? ¡Por todo! ¡Por todos!

La lección que recibimos de la humanidad es constante. Algunos hablan de apocalípticas sentencias, otros de enigmas científicos y algunos de múltiples, a veces inverosímiles, teorías de la conspiración. Otros se limitan a contar: los días, los números de infectados, los recuperados y los casos de otros países. Cifras que no son frías, llevan muerte y soledad, mucho más dolorosa que la del poeta Bécquer: “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!”.

Viviendo en una de las provincias de mayor registro de casos, pasando la pena de tener un muy buen amigo en cama, luchando por su vida, ahora las cosas cobran otro sentido: el saludo, el abrazo, las charlas en las que ninguno resultábamos sospechosos, los amigos y enemigos… hoy es distinto. Mañana lo será más.

En cierta medida se venció la apatía, el mutismo y la manía de levantar muros, por lo menos en nuestras vidas cotidianas, no hay espacio para el egoísmo. Nos tendremos que asir con el manto de realidad, hasta donde este nos alcance.

Mientras el pensador Yuval Noah Harari nos habla de ese mundo después del coronavirus, de las posibilidades que se abren ante la disyuntiva de las naciones de optar por el aislamiento nacionalista o la solidaridad global. Teniendo como única solución la cooperación global: compartir información, multiplicar la solidaridad y la confianza.

Mientras este nivel de pensamiento se da, la vacuidad sigue inmutable. Como a la mayoría de los de mi generación, me resulta imposible no posar los ojos en alguna nota que venga acompañada de una foto de Madonna. Más allá de las redes de los famosos queriendo monetizar su cuarentena, la antigua chica material se revela pensadora y afirma que el nuevo coronavirus es «el gran igualador».

Lo dice mientras se daba un baño de leche con pétalos de rosa en su casa. No sé con quién de los mortales cercanos igualarla, pero ciertamente el virus de la realidad le ha penetrado la conciencia: se enteró de que más allá de sus lujos y extravagancias, la vida también tiene dolores lo mismo que encantos.

Redoblar la fe, eso me dice un creyente. Aunque desde el Vaticano se diera a conocer la posibilidad de una «absolución colectiva» del sacramento de la confesión en tiempos de coronavirus, ante la «grave necesidad».

Definitivamente es otro nuestro mundo. El que tenemos y el que tendremos.

Por Luis Córdova

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