Los hombres tienen necesidades físicas y espirituales. Sin embargo, no pueden saciarlas de la misma manera. Por ejemplo, las necesidades de carácter físico, como la comida, la vivienda, el vestuario y las enfermedades corporales, se suplen con un recurso llamado dinero. No así, las de carácter espiritual.
Muchas personas entienden, erróneamente, que pueden saciar sus necesidades espirituales con su poder económico, social, político, científico, militar o religioso o con su fama, gloria, prestigio y popularidad. Piensan así, porque no saben que Dios es el único que tiene capacidad para suplir y saciar todas nuestras necesidades.
Aunque el dinero compra muchos bienes y servicios, no puede comprar el verdadero amor, el gozo, la paz, la paciencia, la bondad y la fe que da Dios. Tampoco puede comprar la amabilidad, la mansedumbre, la obediencia, el dominio propio, la fidelidad y la humildad. Esas provisiones o poderes espirituales los da Dios, exclusivamente.
Usted se preguntará ¿Cómo puedo lograr que Dios supla mis necesidades espirituales? Es bien sencillo. Dios le llama a que reconozca sus pecados como las raíces de donde nacen sus necesidades espirituales. Tan pronto los confiesa a Jesucristo y recibe perdón, usted queda libre de ellos.
Desde ese momento, Dios derrama el Espíritu Santo en su corazón para que lo llene de su amor, gozo, paz, paciencia, bondad, fe, amabilidad, mansedumbre, obediencia y dominio propio. Dios le provee esas bendiciones o poderes espirituales gratuitamente, pues, lo que había que pagar, Jesús lo pagó en la cruz con sufrimiento por usted, por mi y el resto de la humanidad.
Por otra parte, el hombre y la mujer necesitan el poder de Dios para dominar y controlar sus tentaciones pecaminosas. Lo necesitan para dominar, por ejemplo, la lujuria, ese espíritu que los mueve a cometer adulterio, fornicación, violaciones sexuales, incesto y orgías.
También se necesita el poder de Dios para controlar la ira, evitar pleitos, contiendas, divisiones de todo tipo, envidia, celos, borracheras y homicidios. Estos últimos, producen muerte, dolor, tristeza, luto, orfandad e inseguridad en nuestro sufrido y amado pueblo.
Por tanto, la persona que practica y comete cualquiera de los pecados mencionados, no hereda el reino de Dios, si no se arrepiente, antes de morir. Dios hace esta advertencia para que usted evite que el fantasma de la muerte le sorprenda, sin haberlo hecho. ¿Está esto claro?
Por otro lado, Dios prohíbe la creencia y práctica de la brujería, la hechicería, la adivinación, la magia y la adoración. También prohíbe la veneración al ídolo de la virgen María o a sus equivalentes (La Virgen de la Altagracia, La Inmaculada Concepción, La Milagrosa, La Mercedes, entre otros ídolos) La lista es extensa. Quienes practican estos últimos pecados han caído en lo que la Biblia llama apostasía. (1ra.Timoteo 4:1)
La palabra apostasía significa renuncia, abandono, deslealtad y deserción de la doctrina o enseñanza cristiana verdadera, o sea, de la que enseña Jesucristo y creyó la iglesia apostólica primitiva. En otras palabras, significa desobedecer lo que dice, enseña y ordena la Palabra de Dios (La biblia)
Sin embargo, hace siglos que la Iglesia Católica cayó en la apostasía y no se ha levantado de ella. Lea la prohibición que hace Dios a todas las iglesias, sobre los ídolos, para que lo compruebe.
Dios ordena: “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo. Tampoco de lo que esté encima o debajo de la tierra ni de las aguas. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás, porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen” (Éxodo 20:3-5)
Sin embargo, la Iglesia Católica tiene “dioses ajenos” o ídolos en el altar, en las paredes y en el corazón de sus miembros, desde los de más alta jerarquía hasta los que no la tienen.
Por estas y otras razones, que voy a explicar, la Iglesia Católica permite que se fabriquen, vendan y compren ídolos de metal, madera, yeso, barro y cemento y no los prohíbe. Y, lo que es peor aún: el liderazgo católico permite que sus feligreses, probablemente la mayoría, se arrodillen ante esos “dioses ajenos” a Dios para que los honren con fiestas, alaben, adoren, pidan y veneren.
Parecería que la Iglesia Católica está ciega, desde el punto de vista espiritual, al no ver ni entender, que sus ídolos “tienen boca, pero no hablan, ojos, pero no ven, orejas, pero no oyen, nariz, pero no huelen. Tienen manos y no palpan, pies, pero no andan y ni un susurro sale de su garganta, razones por las cuales, quienes los fabrican, permiten y confían en ellos son mudos, ciegos, sordos, sin olfato, mancos y paralíticos como ellos, espiritualmente (Biblia Católica Latinoamericana, Salmo 115:4-8)
A mí, particularmente, me llama poderosamente la atención, que la Iglesia Católica nunca haya hecho caso a la prohibición que hace Dios sobre la inutilidad espiritual de los ídolos, la cual está contenida, precisamente, en su propia versión de la Biblia.
En vista de ello, es necesario preguntar ¿Qué esconde la Iglesia Católica detrás de esa permisión pecaminosa? Oculta un negocio, debido a que los ídolos han sido, históricamente, una de las fuentes de ingresos económicos de la Iglesia Católica.
Presumo que la referida iglesia sabe que los juicios de Dios vienen y que El no dará por culpable al inocente ni por inocente al culpable (Nahum 1:3) Sin embargo, no habrá condenación para los que nos hemos arrepentido de nuestros pecados, nos hemos apartado de ellos y vivimos en obediencia a Cristo Jesús, Señor nuestro.
Todo aquel que está en pecado tiene oportunidad para arrepentirse. Hay tiempo para huir de los ídolos y volverse a Dios y hay tiempo para renunciar a la idolatría, la apostasía, las falsas doctrinas y dejar de hacer vanos sacrificios para obedecer lo que dice, enseña y ordena la Santa Palabra de Dios (La Biblia)
Es hora de que nos neguemos a creer que somos sabios, según nuestra opinión, pues, tenemos que saber que hay caminos que parecen buenos, pero son caminos de muerte. Permitamos que el Espíritu Santo nos convenza y saque de ellos. Despertemos para que nos alumbre la luz de Cristo y conozcamos el camino de la verdad y la vida eterna.
Por último, invito a los honorables hombres que nos gobiernan y aspiran a ello, a que adquieran el poder de Dios y le agreguen el que ya tienen, para que puedan obedecer la Constitución y las leyes del país, administrar con honestidad y trasparencia el dinero del pueblo, crear más y mejores fuentes de trabajo, ofrecer más y mejores servicios de educación, salud, vivienda, seguridad y se juzgue justamente, no dando por culpable al inocente ni por inocente al culpable.
Por: Enrique Aquino Acosta