Nadie sensato diría que no estamos pasando por un momento difícil en la República Dominicana. Y podría decirse que en buena parte del mundo. Hay una crisis de confianza que está afectando la gobernabilidad. La llamada clase política, que es la que gobierna, ha fallado demasiado en su desempeño público.
En consecuencia, la gente igual ha llegado al punto de hartarse hasta el desespero. La corrupción y la impunidad han pasado de ser un mal reconocido en la sociedad a la irritación cada vez más colectiva. Se está gritando un pare definitivo. Esa inconducta política ha complicado la calidad de vida ante la cada vez más amplia expectativa de la población.
Y justo es el momento de rectificar.