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25 de abril 2024
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4 min de lectura Una mirada al pasado

Mataron a Kennedy hace 58 años. ¿Lo hizo la CIA?

Mataron a Kennedy hace 58 años. ¿Lo hizo la CIA?
Hace 58 años mataron a Kennedy, presidente de Estados Unidos.
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Esta mirada rememora un magnicidio cruel -porque los hay heroicos y brillantes también-: el del presidente John F. Kennedy, ocurrido el 22 de noviembre de 1963.

Eso sucedió hace exactamente 58 años, en la calle Elm, Dallas, Texas, cuando Kennedy iba en un carro Ford convertible junto a su esposa Jackie, el gobernador John Connally y su cónyuge, escoltados por la seguridad presidencial. Claro, el presidente estaba ya en campaña reeleccionista, con su vista puesta en las elecciones del año siguiente.

El magnicida lo acechó, le disparó y lo asesinó a distancia. En efecto, Lee Harvey Oswald era un tipo atormentado, psicopático y atrevido. Su personalidad era una tempestad procelosa y criminal. Para un análisis más sesudo de estas deformaciones psíquicas es necesario excavar hasta llegar al fondo interior de Oswald. Esas dolencias habitaban el alma agitada de Oswald, un individuo estremecido por inquietudes y relaciones de pareja. Era tan inquieto que se codeó con la CIA y viajó a la Unión Soviética, donde conoció a su esposa Marina y hasta quiso entregar el pasaporte estadounidense y renunciar a su ciudadanía de nacimiento. En otro momento viajó a México y pidió pasaporte para ir a Cuba, sin éxito alguno. No pudo viajar a la isla.

Las relaciones con Marina fueron una tormenta. Así, viviendo ambos en Estados Unidos, ella lo humillaba diciéndole que era poco hombre, y hasta lo dejaba encerrado. Oswald, un macho herido y pisoteado en su hombría, levantó su orgullo viril para así demostrar que era un hombre firme, capaz de alcanzar el heroísmo. La gloria era su delirio para que Marina viera sus timbales en acción. Este afán de heroísmo tuvo su primera manifestación violenta cuando le disparó a un general, con tan mala suerte que estuvo a punto de matarlo. Pero no cejó en su empeño de subir a la gloria de los mortales. Empezó a trabajar en una librería de la calle Elm, compró un rifle italiano y preparó el escenario: mira telescópica, ángulo adecuado y seguro, momento apropiado para ejecutar la acción. Róbinson Rojas, en «Estos mataron a Kennedy. Reportaje a un Golpe de Estado», dice que Oswald subió al cuarto piso de la librería -otros dicen que fue a un sexto- y desde allí disparó, destrozando el cráneo de Kennedy y propinándole otras heridas. Jackie lo tomó en sus brazos, pero la sangre manaba a borbotones y el presidente desfalleció. Lo llevaron a un hospital pero fue inútil: expiró. El gobernador Connally también resultó herido, aunque no de gravedad.

Abraham Zapruder, al que llaman ‘El Testigo de Dios’, era un comerciante textilero, quería ver de cerca a Kennedy, y filmarlo con su equipo audiovisual. La ocasión era propicia: el presidente demócrata andaba repartiendo abrazos, cálido y bañado de pueblo. A pesar del desastre de Bahía de Cochinos, nadie le disputaría la reelección. Fue el primer presidente católico y el más joven de Estados Unidos. Era carismático. Había participado en la segunda guerra mundial y había ganado un Pulitzer con sus «Perfiles de coraje». Había creado la Alianza para el Progreso para contener el fantasma del comunismo. Encaraba protestas del movimiento pro derechos humanos liderado por Martin Luther King jr., pero pudo sortear esos gritos sin mayores percances en su administración. La economía estadounidense estaba en bonanza. La gente lo quería.

Lo filmado ese día da paso a más de una conspiración. Se ve unos pequeños arbustos a lo largo de la calle, y se escucha unos disparos salir desde ellos. Partiendo de esa filmación, las mentes más calenturientas imaginan toda una conspiración montada por la CIA, los Rockefeller y otros emporios del petróleo y otras áreas. Además, la suerte del magnicida fue una trastada. Jack Ruby lo mató frente a las mismas cámaras de televisión, entre los periodistas que veían el traslado de Oswald. Lo más raro fue que a este nunca le tomaron apuntes de interrogatorio. Sin embargo, las imaginaciones conspirativas se revelan erradas. Earl Warren, presidente de la Corte Suprema de Justicia, investigó el caso y concluyó que fue un acto personal, sin nadie detrás del magnicidio. Además, no hay pruebas de que la CIA contratara a Oswald y le pagara el precio del asesinato.

En un libro copioso y brillante, «La muerte de un presidente», William Manchester saca cosas del pasado y concluye como lo hago yo: que Lee Harvey Oswald actuó por impulsos personales y por afán de heroísmo, para demostrar su hombría pisoteada y su virilidad menospreciada.-

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