Si yo fuese Presidente alguna vez -algo extremadamente improbable (¡No aspiro ni alcalde pedáneo!)- tendría, como modelo y guía, entre otros pro-hombres, a Nelson Mandela. Nadie como él para enseñar al mundo, o más bien, a los políticos, cómo se puede ejercer la política y el poder y, al mismo tiempo, salir inmaculado, engrandecido y vindicado ética y moralmente.
Y estamos hablando de un hombre que fue lacerado y subyugado, por 27 años de cárcel, en lo más preciado de un ser humano: su libertad. Estamos hablando de un símbolo que nunca reparó en el dolor ni en el castigo por vindicar una lucha en contra de un régimen de oprobio, segregación y predominio de una minoría racial blanca: el Apartheid.
Sólo basta recordar –para rememorar su grandeza- que, en su cumpleaños 91, un cable de notica nos informaba que el Parlamento de su país (Sudáfrica) le rendía un tributo. Y él, para recibirlo en humildad, se había sentado casi al final de una fila, como cualquier ciudadano, como el más humilde servidor de su pueblo. ¡Nada extraño en Mandela!
Ese gesto de Mandela fue -¡y es!- una bofetada a toda clase política –universal- que llega al poder despojada de ética, de pulcritud y en desenfrenado afán de lucro y oropel o, como ha dicho el ex presidente José -Pepe- Mujica, por estos lares: “A los que les gusta mucho la plata…”.
Pero Mandela dejó, también, una regla, un límite -tácito- para ejercer el poder, que luego otro gran líder, Mijaíl Gorbachov, de otra dimensión -doctrinaria-filosófica-; muy a pesar de sus errores (en parte, alentado por Occidente y obviando, en su momento, la fragilidad de su liderazgo), fijó: ¡Diez años es suficiente!
Por todo ello (su legado imperecedero), y en la celebración del centenario de su nacimiento -esta semana (y todo este 2018, en Sudáfrica)-, desde mi humilde intrascendencia, quiero expresar mi reafirmación y fe en el prototipo de político, de líder y ciudadano que fue Nelson Mandela.
Finalmente, remembremos hoy -y en la celebración del centenario de su nacimiento- una célebre frase suya: “Me gustan los amigos que tienen pensamientos independientes porque suelen hacerte ver los problemas desde todos los ángulos”. ¡A mí también!
Por Francisco S. Cruz