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23 de abril 2024
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OpiniónRamón SabaRamón Saba

Luis Alfredo Torres

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(Es importante señalar que a este notable vate dominicano se le dedica el 4to. Festival Internacional de Poesía, que se celebrará en diferentes localidades del país, tales como Santo Domingo, Baní, La Romana y Santiago, entre otras, desde el 20 hasta el 26 de noviembre de este año; el cual cuenta con el auspicio del Ministerio de Cultura de la República Dominicana, bajo la dirección del poeta León Félix Batista, en el que participarán muchos países hispanoparlantes, como Argentina, España, Uruguay, Puerto Rico y muchos más).

Luis Alfredo Torres nació en Barahona el 18 de octubre de 1935 y murió en Santo Domingo el 1 de mayo de 1992.

Poeta, periodista y crítico. Cursó la educación primaria en su pueblo natal y la secundaria en New York, en la Long Island City High School, donde recibió el título de Bachiller en Letras. También siguió estudios de Comunicación Social en el Instituto de Periodismo de Los Ángeles, California, donde también realizó estudios de artes y sicología. En California fue jefe de redacción del semanario bilingüe El Despertar Americano. Laboró como columnista y redactor de los diarios El Caribe y La Nación. Perteneció a la Sociedad de Escritores Dominicanos, al Ateneo Dominicano y se integró tardíamente a los poetas de la Generación del 48. Realizó una extensa labor de difusión cultural a través de la revista Ahora y fue uno de los fundadores de la revista de arte y literatura Testimonio.

Abordó esencial y magistralmente el género poético, y en su haber se encuentran los títulos:

“Linterna sorda”; “31 racimos de sangre”; “Alta realidad”; “Los bellos rostros”; “Canto a Proserpina” (que muchos consideran su obra cumbre); “Ciudad cerrada”; “El amor que iba y que venía”; “El enfermo lejano”; “Oscuro litoral” y  “Antología poética”.   La bibliografía pasiva de Luis Alfredo Torres es sumamente extensa y muchos de sus textos figuran en importantísimas antologías.

 

Es de conocimiento general que la poesía de Luis Alfredo Torres está marcada por profundos dolores creados la dictadura trujillista. Sin embargo, no fue un poeta exclusivo de denuncia social. Luis Alfredo Torres es el atormentado, el poeta signado por la belleza de los cuerpos, por el drama de su expresión más profunda. “El Canto a Proserpina” y “Los bellos rostros” son hermosos testimonios líricos de esa realidad. En Sesiones espirituales, Torres amplía una temática distinta, que apuntaba ya en “31 racimos de sangre”… Se trata de una inquietud personal, vinculada a creencias del más allá.

 

El poeta, gestor cultural y Premio Nacional de Literatura 2010 Mateo Morrison, considera que Luis Alfredo Torres asumió el quehacer poético desde los más altos niveles de excelencia y ahí se mantuvo siempre. Quienes lean sus poemas ahora no harán ninguna relación con el escritor que murió en la más absoluta indigencia y soledad, pero cuya obra, si se difundiera en nuestras escuelas, podría llenar de poesía los espacios vitales para que la vida sea más llevadera y la sensibilidad inunde los ríos secados por el utilitarismo. Aplicar a Luis Alfredo criterios morales cuando a otros se juzga con criterios estéticos es prolongar el olvido con que se han cubierto mucho de nuestros mejores escritores. Penetremos sólo en su mundo lírico orquestado de palabras que adquieren niveles mágicos.

 

La poeta Soledad Álvarez estima que la más singular y notable poesía de la ciudad en esta vertiente existencial y desgarrada, y a mi juicio una de las más perdurables, es la que produce Luis Alfredo Torres, que en 1974 publica el poemario La ciudad cerrada. Torres es el más atormentado de los poetas de la ciudad, el que expresa con mayor violencia las encrucijadas del hombre urbano. La ciudad es una maldición, realidad hostil y experiencia desesperante en la que, sin embargo, el poeta se sumerge delirante de pasión y rechazo enamorado.

 

El poeta Radhamés Reyes-Vásquez  considera que a su regreso de los Estados Unidos, la mate­rial de Luis Alfredo Torrses se desarrolló en el barrio, en la calle, en patios y tabernas, en bares y cuarterías. Muy distinta fue su existencia espiritual. Hombre finísimo y respetuoso, poeta de altos vuelos e imágenes dóciles, sorprenden­tes para construir de esta manera una poesía de con­fesión y en voz baja como se comunican todos los secretos. Demasiados demonios había en su alma, demasiado sed de eternidad y de ser único y diferente, demasiados ángeles malditos y urticantes que le hicieron renunciar a este mundo para sumergirse en otro no más noble pero mundo imaginado o soñado a la mane­ra del Oscar Wilde de la Balada en la cárcel de Reading, mundo alucinado como el de Rimbaud, Verlaine o Lautrémont, artistas de sólida estirpe que pretendieron transgredir, mediante la transgresión de la vida misma, la poesía de su tiempo suplantando épocas y estilos. Pero estas vidas jamás han opacado sus obras, ni el río de eternidad que corre por sus páginas.

Finalmente, el escritor Aquiles Julián intenta responder sus propias preguntas: “¿Qué tragedia personal, que creencia, lo había sumido en aquella vorágine autodestructiva que terminó por tragárselo? No sé. Aquel escritor que arrastraba una pierna ulcerada, parapetado tras sus lentes oscuros, recorría las calles indiferentes de la ciudad colonial, haciendo hora hasta que la muerte le llegara. Deambuló por patios y arrabales, frecuentando la compañía de prostitutas, chulos y tahúres, improvisando versos en medio de verdaderos maratones etílicos. Murió prematuramente, un suicidio lento y prolongado, una violencia contra sí mismo, postró su talento y lo llevó a la muerte. Queda su obra, de fulgores y claroscuros, de imprecación y amor.”

Concluyo esta entrega de TRAYECTORIAS LITERARIAS DOMINICANAS con un poema de Luis Alfredo Torres:

Piel tuya que era mi lenguaje

 

Piel tuya que era mi lenguaje de flores,

la sibila agarrada como en bruma a mis nervios,

cuya voz era el agua que modeló la fuga,

cuya esfera fue monte que derrotó las aves.

 

Oh tú la preferida de todos, la codiciada de todos.

Qué golpe sin consuelo tu cristal destruía?

Yo quisiera mirarte desnuda nuevamente,

yo quisiera historias de tierras

que fueron color de tiempos raros.

 

Sin ti, sin la noche aprisionando tus mejillas,

¿cómo tu hermosura gritar sobre la tierra?

¿cómo decir que eres un signo inevitable?

¿un dilema vencido por las horas?

 

A sudor de anís tu muslo casi olía.

A sentimiento y sol tu pecho desmayaba.

 

Y ya no vienes al efluvio del amor,

ya no vienes al rumbo de la adolescencia infame:

 el silencio ha querido un llantode guitarras

en el humo del Sur.

 

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