Una de las cuestiones menos analizadas son las victorias. Muchas veces se gana no porque se hizo todo bien, sino porque el adversario político hizo todo al revés.
Otras veces se obtienen victorias por coyunturas del momento y no porque se estructuró un plan correcto de campaña.
Los arquitectos de las victorias, están dentro del marco de las disquisiciones políticas que se conforman en el silencio de las campañas.
La figura visible es el candidato, pero los ideólogos siempre están detrás.
Los que ganan se unen a la euforia fanática que esgrime un supuesto liderazgo que no existe, el cual luego de pasado el período y entrada la nueva campaña se nota la carestía, que siempre estuvo presente.
Otros solo adquieren poder y la lisonja ad – hoc de los puestos públicos y electivos los confunden, deletérando su vida política hasta llevarlos a la muerte electoral antes de tiempo.
Las victorias tienen muchos padrinos, pero las derrotas son huérfanas. Los padrinos que asumen como suya la victoria son los primeros en reconocer cuando se avecina una pérdida electoral y abandonan a quien le juraron lealtad.
Ahí los que sufrirán la debacle quieren resarcir lo deshecho.
Siempre que he tenido la oportunidad de asesorar campañas electorales, el primer consejo que les brindo a los clientes es nunca abandonen su equipo original ni al partido que lo llevó al poder.
Cuando se usan los partidos como trampolín para obtener ventajas políticas y se abandonan, esto va generando una protervia enemiga que pasa factura definitiva.
Lo relatado párrafos más arriba es solo el exordio escrito de una realidad latente: los que ganan nunca estudian porqué ganan y por eso no entienden luego porqué pierden.
Por Daygorod Fabián Sánchez, educador y analista político