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19 de abril 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

Los pecados de la Iglesia

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En ocasiones las iglesias se tienen que meter en las cosas de este mundo. Todo el mensaje de Cristo es para redención de los humildes, de los desamparados, de los que han perdido todo, menos la esperanza. Los males de hoy tienen que ser tratados por los cristianos, sin caer en el fanatismo político ni ser agentes de impulso de candidaturas.

En la vieja china roja se lanzaba el estribillo de que la religión es el opio de los pueblos. Pero si lo vemos en el contexto de hoy, no es así. El hombre tiene derecho a buscar su vida espiritual, y ser agente de cambios para su comunidad.

Plantear los problemas sociales, no le quita al cristiano una mota de polvo de su integridad. Dejar pasar una injusticia, es ser tolerante con el que tiene poder temporal y es dueño de vida y haciendas. No se olvide las guerras de conquistas y las barbaries cometidas levantando la cruz. La llegada de los españoles al nuevo continente es el mejor ejemplo.

Los cristianos evangélicos no levantan a santos, solo el mensaje de las escrituras, pero los católicos, sí. Con motivo del Día de las Mercedes los obispos hablaron sobre la situación general en el país. Ello es positivo, tomando en cuenta que había una cremallera en los labios de los religiosos desde que fuera obligado al retiro el Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez.

Los obispos llaman a los dominicanos a romper las cadenas de la corrupción, de la impunidad y de la complicidad. Lo único que se les olvida es que el gran pueblo es víctima de estos males, y que son los poderosos, sean políticos, comerciantes o personalidades, los que establecen las normas a seguir.

Las iglesias pueden jugar en papel estelar en fijar las normas morales, mediante la cual se ponga fin a la corrupción, a todos los niveles de la vida nacional. Este es un cáncer que está en el sistema, y el pueblo es su gran víctima. El mensaje debe precisar a los responsables de la impunidad y la complicidad con la corrupción.

La simple denuncia no pone el dedo en la llaga, ni utiliza la sierra para hacer las imputaciones necesarias. La Iglesia Católica también debe dejar de tratar con complacencia y volteando la cara en el caso de los ataques sexuales de sacerdotes a niños y niñas.

La poca acción contra los abusadoras indica que el concepto de que se rompan las barreras contra la existencia de la impunidad y la tolerancia, se tiene que aplicar dentro del templo. Es hora de que en vez de declaraciones aflautadas la Iglesia se de golpes en el pecho y reconozca sus pecados. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

 

Por Manuel Hernández Villeta

 

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