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23 de abril 2024
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OpiniónGregory Castellanos RuanoGregory Castellanos Ruano

Los conspiradores

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…Fue hermano de un síndico del Municipio de Puerto Plata; con motivo de ello palpó directamente cómo ése síndico se codeaba con los diversos sectores sociales, económicos, policiales y militares y se le rendían todas las pleitesías.

Eso le penetró profundamente en la psiquis.

Algún tiempo después la dinámica de los acontecimientos lo colocó como suplente del nuevo candidato a síndico y a que esa fórmula partidista ganara las elecciones municipales. En fin, le tocó ser suplente del síndico más corrupto en toda la Historia del Municipio de Puerto Plata.

Un día a ése síndico corrupto se le ocurrió vacacionar en España por una licencia bastante prolongada en el tiempo.

Durante todo ese tiempo el suplente asumió las funciones de síndico y desde allí dispuso una serie de medidas que le hicieron granjearse las alabanzas de todos los sectores puertoplateños. Dicho suplente saboreó desde el ejercicio de la función en cuestión las pleitesías y los honores que él había visto saborear a su hermano durante la gestión de éste.  La experiencia propia, directa, tenida por el suplente en funciones le arrobó, le disparó el aire de grandeza subiéndolo a niveles estratoféricos y lo llenó de deseos de seguir regenteando los destinos del Municipio de Puerto Plata.

El síndico titular regresó de sus largas vacaciones en España y se incorporó de inmediato a sus funciones, culminando de esa manera la suplencia referida.

El gusto y el deslumbramiento por el Poder remacharon en el alma del suplente.

Poco tiempo después del síndico titular reasumir sus funciones se empezó a ver de manera sumamente frecuente, todos los días, «sin mancar«, a partir de la una de la tarde, junto con un grupo de jóvenes políticos en la esquina suroeste del Parque Central al suplente siempre sentado en el centro del segundo banquillo más próximo de esa esquina (exactamente era el banquillo tras el cual se encontraba la Farmacia Julieta de la calle José del Carmen Ariza y desde el cual banquillo se podía ver directamente todo el movimiento de los que entraban al y salían del Ayuntamiento); dos de los tres jóvenes referidos sentados a su lado, uno a su diestra y el otro a su siniestra, y el tercero parado frente a dichos tres sentados. El suplente siempre tenía debajo de su brazo derecho un bulto de cartón marrón tipo oficina con su cordón debidamente amarrado y apretado.

De sus acompañantes dos respondían respectivamente a los apodos de Bony y Guiguí; y el tercero al nombre de Dante. José era el nombre del suplente. El primero y el tercero de los acompañantes del suplente conocían algo de artes marciales y andaban con los típicos «palitos« de Karate llamados Nunchakos. El segundo, es decir, Guiguí, por el contrario, andaba con un largo palo un poco más grande y un poco más grueso que un palo de escoba normal, supongo que tenía que haberlo desprendido de algún juego de escoba o de swaper extranjeras.  Dichos acompañantes hacían la triple función de acompañantes, de seguidores y de gratuitos guardaespaldas del suplente.

Todos los que pasaban por allí lograban ver aquella escena en forma permanente. Era notorio que los cuatro allí reunidos hablaban de política: se mencionaba el nombre del síndico titular y se usaban mucho las expresiones: «¡Tú verás cuando se conozca el contenido de estos papeles!«; «¡Es preso que ése hombre va a caer!«; «¡Tú verás lo que ocurrirá…!«; «¡Tú verás que…!«; «¡Tú verás…!«; etcétera.

El suplente, por el grosor del volumen de su barriga, parecía una especie de Buda que asía aquel bulto; era el que menos hablaba del grupo en cuestión, apenas asentía con gestos afirmativos de su cabeza; sus tres acompañantes-seguidores-guardaespaldas sostenían las conversaciones y los repetitivos «¡Tú verás…!«.

Pronto trascendió que el bulto en manos del suplente tenía una serie de papeles comprometedores, que el contenido de dichos papeles de dicho bulto de cartón marrón tipo oficina comprometían gravemente la responsabilidad penal del síndico titular, que eran las pruebas de los actos de corrupción cometidos por éste y que podían alojarlo en la cárcel por el resto de su vida.

El rumor que se corporizó y se esparció por los cuatro vientos de la ciudad de Puerto Plata fue tan contundente que pronto llegó a los oídos del síndico aquella escena diaria que de Lunes a Viernes se producía en aquel asiento o banco público del Parque Central de Puerto Plata.   Montado en pánico, en terror profundo, el síndico titular acudió a las armas que su imaginación le proporcionaba para hacer uso contra aquél grupo de cuatro personas cuyas conversaciones eran escuchadas por quienes por allí transitaban a pie o se sentaban en los bancos inmediatamente contiguos.

Noti-Sucesos, un radio periódico transmitido por Radio Puerto Plata, dio a conocer unas declaraciones del síndico alertando a los servicios de inteligencia y a los oficiales y miembros de la Policía Nacional sobre una conspiración contra él «para darle muerte« y con pelos y señales en cuanto a personas y a tiempo y espacio habló sobre las reuniones diarias en aquel banco del Parque Central.

Investigados los contertulios en cuestión por el Servicio Secreto de la Policía Nacional se les dejó tranquilos por negar los investigados la denuncia en su contra y por no existir la más mínima prueba sobre lo esparcido por el síndico.  En inmediata libertad, los cuatro siguieron con sus reuniones en el sitio público referido y con sus «¡Tú verás…!«.

Todos los que de algún modo habían  entrado en contacto con aquel grupo estaban tan convencidos como los cuatro en cuestión de que cuando esos papeles probatorios se airearan públicamente el síndico necesariamente caería preso y sería substituido por su suplente.  La continuación de aquellas reuniones públicas mantenía en zozobra y en pavor tremendo al síndico titular.

Los tres acompañantes-seguidores-guardaespaldas del suplente creían ciegamente en la contundencia terrible de aquellos documentos comprometedores, de ahí la vehemencia de sus «¡Tú verás…!« y de todo cuanto les decían al respecto a los curiosos que por allí pasaban y se detenían a saludar para luego seguir su camino o que se sentaban en los bancos o asientos próximos al de ellos.

Un día, en medio de aquella escena repetida, el suplente se puso malo del estómago y de los intestinos y tuvo que ser conducido rápidamente, de emergencia, al local del Club del Comercio para que el empleado de éste allí siempre presente, de nombre Diego, le permitiera hacer su necesidad en el cuarto de caballeros de dicha sociedad.

La urgencia generada por aquella necesidad tremenda le hizo olvidar al suplente los papeles del bulto sempiterno bajo su brazo derecho, el cual, por aquel imprevisto, había dejado inadvertidamente para él en el frecuentado banco del Parque Central.

Como el suplente se estaba tomando su tiempo por su dilatada diarrea, sus tres acompañantes-seguidores-guardaespaldas se vieron tentados de conocer cuáles cosas específicas probaban aquellos documentos contenidos en el bulto en cuestión… La tentación no fue resistida: abrieron el bulto y, ansiosos, sacaron los papeles:…¡Eran recortes rectangulares, a semejanza del tamaño de hojas de escribir, de periódicos viejos que habían sido usados como simple relleno del bulto que lo contenía para hacer creer lo que se hizo creer! ¡Eran papeles de periódicos, tan sólo papeles de periódicos!

Examinados con gran ansiedad y desespero uno por uno, página por página, se confirmó meticulosamente tal cosa.

Cuando el suplente creyó haber terminado con su prolongada diarrea, regresó presuroso al banco y se encontró con un ambiente de franca rebelión en su contra: uno de los conspiradores quería darle golpes, los otros dos lo contuvieron, pero los tres le recriminaban airadamente y con profunda indignación e incontables epítetos hirientes por haberles hecho creer lo que él les hizo creer.

Allí murió la carrera política del suplente en cuestión: hundido en el ridículo para el resto de su vida.  …Por su lado, la vergüenza de los tres ex acompañantes-seguidores-guardaespaldas no era poca, era tan grande como su indignación…

Enterado el síndico titular de lo que había pasado, del pánico pasó a las risas de muelas batientes.

…Y el banco de los conspiradores en el Parque Central quedó desierto de ellos a partir de entonces y ocupado alternativamente por otras sucesivas diferentes personas.

Por Lic. Gregory Castellanos Ruano

Notas: Esto no es un cuento, fue real, ocurrió. A mí tocó ver repetidamente dicha escena porque por ahí transitaba yo camino hacia el Colegio Mary Lithgow a recibir las clases vespertinas correspondientes a mi grado escolar de entonces, también escuché el escarceo producido por las referidas declaraciones del síndico propaladas por dicho radio periódico.  Esto es una muestra patente de cómo la creencia en algo es capaz de provocar el seguimiento a ese algo y al alguien que postula ese algo. La moraleja es: que la creencia ciega en algo puede llevar a los engañados a una situación comprometedora.

 

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