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23 de abril 2024
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OpiniónRamón SabaRamón Saba

Leopoldo Minaya

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Nació en El Factor, Provincia María Trinidad Sánchez, el 15 de noviembre de 1963. Su nombre completo es Leopoldo Eugenio Minaya Mejía.

Poeta, abogado y educador. Se graduó de doctor en derecho en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y completó una maestría en Ciencias de la Educación en el Mercy College de New York, Estados Unidos de América. Básicamente ha desarrollado su vida profesional en su oficina particular.

En el haber bibliográfico de Leopoldo Minaya podemos apreciar una muy buena cantidad de publicaciones de poemarios, que acompañan su transitar por este género que le apasiona y cultiva con una calidad inmejorable, siendo estos: “Oscilación de Péndulo”, “Preeminencia del Tiempo y Otros Poemas”, “Cuento de los dos Quijotes”, “La Hora Llena”, “Poemas Imaginarios”, “Romance del Pastorcillo”, “Leyenda de Puerto Rico”, “Cantar de Flor y Sombrerito”, “El Conde Niño”, “Peripecias de un Sueño Enamorado” y “La Canción de Angelina”, publicados tanto en República Dominicana, España y Estados Unidos de América. Aunque no revelado aún, sé que tiene algunos libros inéditos en espera de salir a la luz pública.

La obra de Leopoldo Minaya ha sido recogida en importantes antologías y revistas, y aunque su modestia le impide reconocerlo, o por lo menos exponerlo, es merecedor de los más espléndidos elogios por los muchos valores que le adornan. Es un brillante poeta que todos admiran; un excepcional sonetista cuya producción he venido siguiendo, estudiando y aplaudiendo a través de los años; sobre todo, poseedor de un manantial de bondad y don de gente que lo posiciona entre los más dignos seres humanos que, sin tratarlo muy de cerca, he podido apreciar. Si no ha recibido premios a su obra, se debe exclusivamente a que no participa en concursos de este tipo. Todo el que lo conoce y se relaciona con él, se vuelca en alabanzas a su calidad tanto humana, como intelectual y profesional… incluyéndome, por supuesto.

 

Leopoldo Minaya es miembro activo del Movimiento Interiorista, expresión literaria del Ateneo Insular que encabeza el notable escritor Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, donde comparte espacio con otros prominentes exponentes de la buena escritura como Rafael Peralta Romero, Sélvido Candelaria, Ofelia Berrido, Manuel Salvador Gautier, Camelia Michel Díaz, entre muchos más.

 

El crítico de arte y literatura Danilo Lasossé considera que la poesía de Leopoldo Minaya es la expresión de un espíritu que se mueve en los senderos de una corriente lírica de gran frescura y lozanía. Sus versos son la sinfonía de una orquesta de voces poéticas escritas con ritmo pausado y con una cadencia a lo interior de las frases que nace del fondo del alma. Le canta al hombre, al amor y a la vida. En sus poemas rueda la existencia como locomotora expresiva. Usa el lenguaje como herramienta que moviliza los mecanismos de la expresión oral. Su canto es la mariposa que vuela sobre un mar de aguas cristalinas. Un cosmos de encantos estéticos impregnados de una energía mística.

La poesía de Leopoldo Minaya es » la sombra de su espíritu», como diría el filólogo francés Henry Bergson, actuando en el escenario de un universo de seres fantásticos que se identifican con la alegría y la dulzura de la vida; momentos ontológicos que al interiorizarse en el alma del poeta hacen que canten las voces más hondas del artista enamorado de la belleza…., hasta las penumbras de un corazón que se manifiestan en un lenguaje cargado de los grandes enigmas del dios interior del artista mismo que es Leopoldo Minaya, que con su voz varonil y simbólica, tierna, melancólica y romántica, crea una poesía de importante significado lingüístico, social, humano y estético.

 

La poeta y gestora cultural Lourdes Batistas explica que Leopoldo Minaya la introdujo al mundo de la literatura de una forma grandiosa, noble y también lo ha hecho por muchos escritores; su nobleza y humanismo son preeminentes. Leopoldo Minaya es un gran intelectual, un escritor bien formado que cultivó el arte de leer los clásicos griegos. El poeta y amigo cuando escribe no escatima palabras para demostrar toda su humanidad y su amor por el lenguaje puro, elegante, excelso. Sus textos son finos y clásicos. Leopoldo Minaya es un gran poeta, de grandes vuelos, de una gran sensibilidad, profundidad y belleza.

 

La escritora Leibi Ng opina que Leopoldo Minaya no aparece en todas las antologías en las que debería estar, ni ha sido llamado por las autoridades para hacer llegar sus obras a la mayoría de escolares, sencillamente porque es un príncipe con estirpe y dignidad. Siendo un «todo terreno», que lo mismo hace un ensayo, crítica literaria; poesía de alto nivel, que proyectos educativos para la infancia, es un brillante abogado. No es un dominicano común. Estudió con ahínco y su formación es espléndida. Leopoldo Minaya debe ser un nombre que cada maestro conozca, cuya obra se maneje como la de Machado, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, o Fabio Fiallo.

 

Finalmente, el poeta y editor José Alejandro Peña considera que Leopoldo Minaya coincide con los mejores hombres de nuestro tiempo, en ser una figura intelectualmente pulcra, moralmente intachable y formado en la política con los dones de la ética del talento que suelen poseer algunos líderes en cualquier disciplina. En su poesía, podemos notar la pulcritud, la gracia y la inteligencia como puntos centrales de una sensibilidad avasalladora, plena, contundente y sólida. Sus libros son apreciables, tanto por su clasicismo como por su indiscutible actualidad, desde “Oscilación de péndulo” a “La hora llena” y “Poemas imaginarios”. De entre los poetas de su generación, es el que mejor representa la plusvalía del presente continuo, es decir, es el más importante en todos los órdenes, rangos y niveles. Basta para su comprobación una lectura consciente de los tres libros mencionados.

 

Concluyo esta entrega de TRAYECTORIAS LITERARIAS con un soneto de Leopoldo Minaya:

 

Persistencia de la lluvia

 

Llueve. Llueve. Lo gris. La transparencia.

Las casas amorradas. Los cristales

empañados. El frío en los metales.
El recuerdo del vicio y la apetencia.

Llueve. Llueve. Golpea con insistencia

la gota en el tejado. Son rivales

acérrimos, son manos y atabales

disputándose cetro y preeminencia.

 

Otro ruido no llega. Otro sonido

diferente del sordo de la lluvia

no se acerca ni cuelga del oído.

Sólo la lluvia hurgando la vivencia…

y un rum-rum interior. Sólo la lluvia

horadando mi techo y mi conciencia.

 

Por Ramón Saba

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