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20 de abril 2024
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OpiniónVictor Elias AquinoVictor Elias Aquino

Lección de Honor un Día Cualquiera

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Un día llamaba por teléfono a uno de mis hermanos para tratar un asunto trivial, como de los que  sólo   tratan las personas que tienen la misma sangre.

Mi sorpresa fue grande, al darme cuenta que mi hermano ya estaba hablando con otra persona… ¡Y qué diálogo!

De no haber sido por una falla de la tecnología, nunca habría sabido que eso ocurrió, y del comportamiento de las partes.

Yo podía escuchar el diálogo, pero era como si un abismo nos separara; los escuchaba, pero ellos a mí no.

Alguien, al parecer de su misma jerarquía o quizás superior, le increpaba para que tuviera cuidado al elaborar un cierto informe que tenía pendiente, pero que me era desconocido.

En sus consideraciones, le recordaba a mi consanguíneo que la persona a la que debía entregar su reporte era alguien complicado, y que podía tener problemas si fallaba en lo que hacía.

La sangre de mi sangre brota, ni corto, ni cófrade, le recordó que era un profesional, y que conocía  muy bien su trabajo.

El hombre, como buen boxeador, riposta “con un gancho”, y le advierte que el fulano es una persona que tiene los juegos pesados, y que fallar podría traerle consecuencias en lo laboral y administrativo.

Ya me encontraba molesto, respiraba hondo, profundo, mi hermano sube el tono de la voz, y siento como si de golpe y porrazo con su fuerte voz quitó toda la cerilla de mis oídos.

Ya quiero ver el final.

Mi curiosidad aumenta, porque, por más que intentaba mi sangre,  exponer su punto de vista, la otra persona le interrumpía, hasta que: Mi hermano sube el tono de la voz, parece como si hubiera dado un manotazo en un escritorio y de repente le espeta: “Te voy a decir algo: yo  no le tengo miedo a nada  ni a nadie,  excepto a Dios”.   No pude escuchar más y cerré el teléfono.

Por Víctor Elías Aquino

 

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