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24 de abril 2024
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OpiniónCarlos Martínez MárquezCarlos Martínez Márquez

La vida es maravillosa, pero el mensajero de la muerte nos la arrebata

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‘’La obra perfecta de la agresividad es conseguir que la víctima admire al verdugo’’. Victoria Sau

Cada amanecer siempre es distinto al anterior, pero, predecir lo que pasa por nuestras mentes, es casi imperceptible que se tenga un patrón de conducta con variaciones que den al traste con el desenfreno de una acción violenta.

Según, Johan Galtung, politólogo noruego, analiza y clasifica la violencia en directa, estructural y cultural, derivando las mismas en violencia física y mental. No podemos sustraernos de ningunas a las que hace alusión galtung, porque las mismas actúan como apéndices de la otra y así, sucesivamente.

Hay una violencia que genera una energía asimétrica, o mejor dicho, desigual, porque en ella se aplica la fuerza, creando un abuso de autoridad; otra que se manifiesta cuando no hay algún emisor o individuo en concreto que la haya materializado; pongo el ejemplo, la políticas de estado, en la que las represiones actúan en el cuerpo de los pueblos; causándoles miserias, hambre, enfermedades, e incluso, hasta la propia muerte.

Existe otra, que es más grave aún, que es la que se concretiza a través de la religión e ideología; podemos por igual señalar, el lenguaje, el arte y la ciencia; pero en mi opinión esta última consideración, hace que sea más lenta y menos reciclable, debido a sus raíces bastante arraigadas en la propia cultura de una sociedad como la nuestra.

El abuso a la mujer por medio a la violencia es algo ancestral, y no nos podemos conformar, por el simple hecho, de que eso viene de atrás, y porque forme parte de una cultura. La violencia (per se), no surge por situaciones genéticas, surge porque hay modelos conductuales a seguir, el que vemos en nuestros entornos y círculos más íntimos. Cada día se está desarrollando un verdadero tsunami, en cuanto lo que está sucediendo en nuestras sociedades, y muy especialmente en la nuestra. El hombre es un depredador e irreverentemente salvaje; solo que para poder en convivir en la fauna silvestre, tiene que darse una pócima de civilización a lo siglo 21; nadie más que el propio hombre, sufre tanto arrebato, como para arrasar, con todo lo que encuentre a su paso. La irracionalidad con se está actuando en estos tiempos, nos hace pensar, que estamos en una ‘’bazofia apocalíptica’’, en la que nosotros mismos, seremos capaces de exterminarnos por si solos, que nos haría desaparecer.

Estos tiempos que vivimos tienen tantas aristas, que estamos abordando el problema social con mucho temor e ignorancia. La desgracia, vive, al acecho permanentemente como aquel mensajero que nos toca la puerta sin darnos tregua, porque siempre será el resultado de la violencia.

Emely Peguero, un ángel llena de vida, que incluso, previo a su asesinato, fue llevada al patíbulo, de la mano de su verdugo, de manera inocente e ingenua, sin haberse percatado, de que ese era su última batalla, para poder continuar estar entre nosotros, y tener la oportunidad, de dar a luz, a una criatura, que es el anhelo de toda mujer poder concebir con el favor de Dios.

La muerte, le arrebata a Emely, el derecho a la vida, a estar entre sus seres queridos, su pueblo, que la vio nacer, y un país en vilo, exhausto y derrotado por la gran tristeza que pesa hasta la inmensidad. La muerte, en lugar de la vida, le sonrió sin piedad a la hora de su partida de este mundo nefasto. Esta vez, no fue la muerte, quien la derroto, sino, su verdugo más cercano, en quien ella confió, y entrego su inocencia, desde el primer día en que lo conoció. El país, te extraña y te recuerda por siempre, pequeño angelito.

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