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18 de abril 2024
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OpiniónCarlos Martínez MárquezCarlos Martínez Márquez

La vida es frágil como porcelana

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’Cuando la vida es una metáfora, la muerte se convierte en un poema’’. El autor.

Es tan solo una línea delgada que nos separa de ambas fronteras: la vida y la muerte conviven en un mismo estado, en la que con un abrir y cerrar de ojos, se nos va en segundos. Cada ser humano medita sobre esa transición, pero que por respeto y temor para abordarla, con un sentido verdaderamente espiritual, nos sustraemos a esa realidad.

¿Qué tan dolorosa es la muerte?  Convivimos con ella desde que nacemos, solo que su mensajero vive de asueto en asueto, pero que cada cierto tiempo va pasando factura. Todos venimos con un código de barra y fecha de vencimiento y no hay ningún ser en la tierra que apele a su generosidad, cuando la misma se toma la molestia en ocupar nuestra materia.

Frederick Nietzsche fue el ateo que más lejos llevo la reivindicación de la vida y la corporeidad en el litoral donde se dan las diferentes etapas de la existencia, la muerte, el cambio, la vejez y el crecimiento y por lo tanto la superación de la filosofía platónica.

En su planteamiento [ateísta] manifestaba, que lo metafísico tradicional, la esencia misma del individuo, la substancia, unidad, alma, Dios, permanencia, etc; eran pura ficciones, consecuencia del poder fascinador de la razón, pero que imperaba en el ser, el afán de ocultar la dimensión trágica de la existencia y la no aceptación de la realidad en toda su crudeza, la realidad como lugar en el que se suscita la vida, y el orden, pero también la muerte y el caos.

En la cultura de occidente nos aferramos a lo carnal y a la existencia que se va erosionando, socavada, por el frágil espíritu y el propio razonamiento de nuestro estado de conciencia que se obnubila por el manto oscuro del obcecado mensajero. Debemos hacer un ejercicio permanente, partiendo, de nuestra transición hacia lo desconocido, tratar de aceptar nuestra realidad. No nos hemos formado para cumplir nuestras metas acorde a lo que estipula la ley de vida. No nos  han inculcado –históricamente- a lo efímera o larga vida que nos espera.

Traigo todo esto a colación porque recientemente, el mundo fue estremecido, por la nefasta noticia, del trágico accidente del astro legendario de los Ángeles, Lakers, Kobe Bryant, que junto a su hija de 13 años y demás ocupantes del helicóptero, se precipitaron en tierra muriendo al instante, quedando la nave completamente destruida. Al día de hoy no hemos podido procesar todo este acontecimiento, en la que nadie pensaba, que la vida de una leyenda, faltándole poco para ser exaltado al salón de la fama se vería malograda a tan temprana edad; con apenas 41 años y un mundo por delante y con tantos logros cristalizados durante su existencia. Que más le falto a Kobe  por cubrir en otros aspectos en la que incurrió fuera de la cancha? Lo tenía todo, una esposa maravillosa, unas hijas estupendas en la que el propio jugador estuvo inmerso en todo el proceso de crecimiento de su familia y la buena integridad por ser un buen padre. Todo eso, se vio interrumpido en fracciones de segundos.

Kobe y el mensajero de la muerte se vieron de frente y ambos sabían que ese era el momento oportuno para emprender un largo y desconocido rumbo. Probablemente la mañana de su partida, le concedieron la oportunidad de tomar su ducha acostumbrada antes del desayuno, verse con sus hijas y esposa en la mesa y despedirse con besos y abrazos y… hasta pronto. Horas después el mundo fue testigo de esa mañana incomoda, en la que el astro no le concedieron el tiempo necesario para recibir su galardón que lo llevaría a la inmortalidad. Todos lloramos a Kobe, y la ciudad de los ángeles en una rotunda negación y no aceptación a esa realidad. No hay nada que podamos evitar cuando nos llega el momento. Es probable que haya muertes que se pueden evitar pero no del      todo; el dolor y sufrimiento a morir es quizá menos traumático, que aquellos que hacen un ejercicio de condolencias y congojas, etc. después de todo nadie sabría por cuanto tiempo permanecería la tristeza y el dolor de quienes fueron sus más cercanos amigos y familiares.  Así de simple es nuestra existencia.

Por: Carlos Martínez Márquez

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