Puedo repetirlo de memoria, 155 años después:
«¡Profundos e inescrutables secretos de la Providencia! Mientras vagabais por playas extranjeras, extraño a los grandes acontecimientos verificados en vuestra patria; cuando parecía que estabais más alejado del solio y que el poder supremo sería confiado a la diestra victoriosa de alguno de los adalides de nuestra Independencia, tienen lugar en este país sucesos extraordinarios. Vuestra estrella se levanta sobre los horizontes de la República y se os llama a ocupar el solio de la primera magistratura. ¡Semejante acontecimiento tiene aún atónitos a muchos que lo contemplan!».
Y continúo tecleando:
«Pero yo, que solo debo hablaros el lenguaje franco de la verdad…».
Esta filípica se la dirigió a Buenaventura Báez el padre Fernando Arturo de Meriño, en la tercera juramentación del primero el 8 de diciembre de 1865.
Báez había agotado dos mandatos presidenciales: 1849-1853 y 1856-1858. El primer gobierno fue llevadero gracias a la continuación de la guerra de independencia contra Haití. Incluso, Báez ordenó incursionar en territorio haitiano para atacar a las fuerzas enemigas. Además, dispuso la construcción de escuelas y trajo instructores militares franceses para formar a los dominicanos.
Sin embargo, quiso librarse de la influencia de Pedro Santana y chocó con el caudillo seibano. Así, el caudillismo quedó echado con toda la furia de ambos líderes: Santana, el jefe azul; Báez, el caudillo rojo. Este enfrentamiento disímil y terrible ensangrentó y diezmó a la joven república.
El segundo gobierno baecista fue un desastre. El 7 de julio de 1857 estalló la gran rebelión del Cibao, con sede en Santiago. Acaudillada por José Desiderio Valverde, la sedición fue el grito político-militar de los tabaqueros cibaeños engañados por Báez, cuyas papeletas se devaluaron muy rápidamente y hundieron a la nación en el caos financiero. Cierto, Báez intentó «proteger» a los cosecheros de tabaco pero lo hizo a través de sus deleznables emisarios.
Sobrevino la epopeya de la Restauración y llegó la verdadera independencia. República Dominicana se emancipó y rompió sus cadenas, haciéndose realmente libre y soberana. Báez se pasó la Guerra restauradora como mariscal de campo del Ejército español, con un sueldazo y con privilegios. Una vez acabó la contienda, se instaló en Curazao, y fue allí buscado por José María Cabral y Luna.
Retornó y recibió la reprimenda del padre Meriño. Aún lo recuerdo, 155 años después.-