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25 de abril 2024
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OpiniónVíctor Manuel PeñaVíctor Manuel Peña

La religión y la política

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No es posible escribir la historia de la humanidad haciendo abstracción del fenómeno de la religión.

La religión constituye un ámbito de la sociedad, incrustado, con mucha fuerza o no, en dos dimensiones: la cultural y la política.

Y está presente en todas las sociedades sin importar su nivel de evolución o de desarrollo, siendo un brazo muy poderoso de expresión del idealismo, de la metafísica y de la conciencia mítica de la sociedad.

La religión es al mismo tiempo una expresión del ejercicio del poder en la relación, real o fingida, del ser humano con lo desconocido, producto de su impotencia, en el marco de la fe o de la explotación de las esencias de la espiritualidad humana.

Antes se creía ciegamente que la vigencia y el poder de la religión se debía al atraso de las sociedades. Sin embargo, hoy, no obstante el espectacular desarrollo de la ciencia y de la tecnología, la religión sigue enraizada, a veces con mucho más fuerza, en las sociedades modernas y posmodernas.

Pero ese ejercicio del poder en el marco de la fe se da en la religión tanto hacia adentro como hacia fuera, es decir, en su relación estructural o interacción estructural permanente con la sociedad.

Y aunque la fe es un fenómeno que se ubica en la esfera de la emocionalidad o de la sentimentalidad, no deja de haber reflejos o incidencias de la inteligencia racional.

Pero ese conocimiento racional que se refleja en la fe es un conocimiento racional simple, incapaz de explicar, por consiguiente, el origen y evolución de lo desconocido conectada intrínsecamente a la impotencia humana.

En otras palabras, ese conocimiento racional simple es incapaz de explicar el fenómeno de lo desconocido o el fenómeno de la impotencia humana.

Y ahí viene la gran encrucijada o el gran reto de cómo dar respuestas efectivas a los grandes problemas que nos plantea la misma existencia humana en el mero marco de la fe o en el marco de lo desconocido o de la misma impotencia humana.

Así mucha gente se refugia en la religión o en la fe para buscar salidas o tratar de buscar salidas a los problemas existenciales del ser humano en sociedad, pero la misma fe constituye per se un problema existencial: la búsqueda de lo desconocido como expresión de la impotencia humana.

Pero no hemos decidido escribir este artículo de opinión para explicar el fenómeno de la religión como fenómeno cultural, sino como fenómeno esencialmente o intrínsecamente político.

Así el poder de la religión, sea poder terrenal o no, no ha estado nunca fuera de la política. Y ese poder, mágico y casi omnímodo de la religión, ha estado presente en todos los tipos de sociedades o regímenes sociales que ha conocido la humanidad.

La hegemonía de la Iglesia Católica en la Edad Media fue casi total y plena: no hubo segregación entre el poder espiritual y el poder terrenal que ella ejercía dirigiendo los Estados de la época. La Inquisición, o el Santo Oficio, fue un verdadero antro de terror y de muerte contra los no creyentes. ¡Cuánto poder: el poder supuesto de “salvar la vida” y el poder real de quitarla!

Eso significa que la relación de poder que implica la religión se desata hacia adentro y hacia fuera: hacia adentro como relación de poder entre prelados y feligreses y hacia fuera como uno de los grandes poderes fácticos que existe en todas las sociedades

Todo lo anterior nos permite subrayar que la religión está como poder fáctico entre los gobernantes fácticos que hay en toda sociedad, vale decir, está entre los “gobernantes” que no resultan escogidos por la población en elecciones nacionales.

Y gran parte de la población se inclina reverente ante este poder de la religión.

En el mundo occidental, con más de dos milenios de existencia, ha contado más la presencia hegemónica de la Iglesia Católica.

Aunque la religión católica procesa los asuntos de la fe en el marco de sus concepciones idealistas y metafísicas, no ocurre exactamente lo mismo cuando tiene que reflexionar o pensar sobre los problemas de la sociedad.

Así la jerarquía de la Iglesia Católica acostumbra aprovechar la semana mayor, sobre todo el sermón de las siete palabras, para dejar caer, directa o indirectamente, su parecer y su posición sobre determinados problemas, acuciantes o no, de la coyuntura, política o no, que vive la sociedad.

Claro, dentro de su rol en la política, la jerarquía de la Iglesia Católica utiliza su rol para posicionarse frente al Estado aprovechando la enorme influencia que tiene sobre la sociedad.

El sermón de las siete palabras fue aprovechado por la jerarquía de la Iglesia Católica para expresar densa e insistentemente su posición de respeto a la Constitución y de oposición, por ende, a que se modifique la misma con fines de reintroducir la figura de la reelección presidencial consecutiva.

Es decir, la Iglesia Católica dominicana está en total desacuerdo con que el presidente de turno se haga un saco a la medida modificando la Constitución cada vez que se le ocurra o se le antoje prolongar su estadía o permanencia en el poder del Estado.

Esa posición de la Iglesia Católica ha recibido el apoyo entusiasta de la mayoría del pueblo dominicano.

Ocurre que no existe en Dominicana la laicidad del Estado por la razón de que hay un contrato, el famoso Concordato, suscrito entre el Estado dominicano y el Vaticano en la era de Trujillo por medio del cual se asume la religión católica como la religión oficial del Estado. Naturalmente que la existencia y vigencia del Concordato choca con el espíritu de la Constitución, la libertad de cultos y, por consiguiente, la libertad religiosa.

En otras palabras, no procede constitucionalmente hablando que el Estado proclame y asuma como oficial, es decir, como religión del Estado una determinada denominación o secta religiosa.

Ésa es otra razón que le otorga un poder político especial a la Iglesia Católica en nuestro país, poder que usa la Iglesia Católica para posicionarse, agenciarse recursos y competir, en condiciones de desigualdad, con las iglesias protestantes.

En las sociedades democráticas y republicanas modernas lo que predomina es el Estado laico, el Estado sin religión, por lo que está vigente la neutralidad del Estado en materia religiosa e ideológica.

El Estado no puede ni debe promover el adoctrinamiento ni religioso ni ideológico: los asuntos religiosos e ideológicos son de la absoluta facultad y competencia del ciudadano cuando adquiere mayoría de edad

Bien, pero volvamos al discurso social y político de la Iglesia Católica porque su rol nunca ha estado fuera de la política. Claro, en ocasiones la Iglesia asume posiciones políticas correctas y en otras posiciones políticas incorrectas.

En 1963 la Iglesia Católica se colocó del lado incorrecto de la historia al apoyar delirante y muy activamente el golpe contra el gobierno constitucional y legal del Profesor Juan Bosch. Las consecuencias de ese golpe de Estado han sido terribles para la sociedad dominicana y la Iglesia cargó con las consecuencias de esa culpa. Láutico García pidió perdón, antes de morir, por el pecado capital cometido en 1963.

Siempre he discrepado de muchas de las posiciones de la Iglesia Católica asumidas frente a diferentes problemas sociales, el caso del aborto y la educación sexual en las escuelas por ejemplo, pero he aplaudido otras como su posición frente a la pretendida repostulación de Danilo Medina, habida cuenta de que la Constitución actual le prohíbe expresamente a él ser candidato.

Sin embargo, ha habido veleidad o vacilación en la asunción de esa posición política en su discurso social, y eso es muy lamentable

No han sido “los medios de comunicación que han puesto a chocar a la Iglesia Católica dominicana con el gobierno”, sino que por el contrario ha sido una posición que asumió la alta jerarquía de la Iglesia Católica en el país que los medios de comunicación se encargaron de difundir, y que luego, debido a la presión del gobierno, la Iglesia ha decidido ocultar, engavetar o callar! Y esa actitud tiene un solo nombre; irresponsabilidad y cobardía!

¡La lucha en defensa de la Constitución, de la democracia, de la libertad y del bienestar requiere de la asunción de posiciones firmes, responsables e inconmovibles por lo que está en juego es el destino del pueblo y de la Patria!

¡No más palabras, magistrado!

Y en realidad en la historia nunca el rol de la Iglesia ha estado fuera de la política, porque política es su existencia y político ha sido siempre su discurso.

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