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25 de abril 2024
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OpiniónVíctor Manuel PeñaVíctor Manuel Peña

La nueva izquierda y las sociedades capitalistas latinoamericanas

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Con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela en 1999 comenzó el ciclo de la nueva izquierda latinoamericana en el continente.

Lo cierto, real e irrefutable es que la llegada al poder de algunos partidos de la nueva izquierda en algunos países de América Latina se da en el contexto y en el marco no de sociedades socialistas, sino de sociedades capitalistas.

Y esto se da en el contexto de otra realidad, verdadera e incontrovertible también, de que decretada la muerte de la URSS en diciembre de 1991por Boris Yeltsin, terminado el largo, sinuoso y altamente conflictivo período de la guerra fría y establecida la hegemonía de Estados Unidos como única potencia global, no había condiciones ni internas ni externas para que en esos países de la América Latina se pudiera emprender el proceso de construcción del socialismo, dado el hecho, además, de que el socialismo y las izquierdas en el mundo estaban a la defensiva (desconcertadas al principio, sin discurso y sin rumbo cierto), revisándose, redefiniéndose y asumiendo nuevas perspectivas para tratar de insertarse en la nueva realidad internacional y mundial.

No había condiciones ni internas, ni internacionales ni mundiales para establecer otra Cuba en América Latina en los inicios del siglo XXI.  Estados Unidos, con una hegemonía casi ilimitada y total, y dada la geopolítica del dominio imperial en la región, emplearía todas sus energías, recursos y estrategias (incluyendo la utilización de las derechas en esos países) para hacer abortar la posibilidad de construcción del socialismo en otro lugar de América.

No obstante la existencia de China Continental, y dado el hecho de que Rusia retardaba y posponía su posicionamiento internacional en tanto se envolvió en un proceso regresivo de retorno al capitalismo que implicó la aplicación de más reformas de naturaleza neoliberal, el mundo de la globalización, posterior a la desaparición de la URSS, quedó caracterizado como un mundo unipolar.

Un mundo unipolar en el que la competencia entre potencias por razones ideológicas era prácticamente imposible, siendo sustituida aquélla por la competencia en el plano estrictamente económico, comercial, financiero y del desarrollo de la ciencia y la tecnología.

Las potencias, unas y otras, se han subordinado a la lógica de la globalización, del libre comercio y del desarrollo de nuevas tecnologías.

En ese universo de la globalización es que hay que sobrevivir, competir, crecer y desarrollarse, cohabitando y conviviendo, unas y otras, en un mundo atiborrado por los densos nubarrones del neoliberalismo como ideología de la época, no obstante haber zozobrado con la hecatombe mundial de 2008.

El socialismo del siglo XXI, que no pasó de ser meras y encendidas palabras en boca de Hugo Chávez, no tenía posibilidad ninguna de haber tomado cuerpo en la realidad de este siglo ni en Venezuela ni en ningún otro país de América Latina por las razones ya señaladas, aún cuando el socialismo del siglo XXI tuviera una formulación teórica precisa.

Entonces los partidos de la nueva izquierda latinoamericana que llegaron al poder tuvieron que gobernar en sociedades capitalistas, las que de por sí plantean, estructuralmente hablando, grandes constricciones, frenos y limitaciones al ejercicio del poder.

Y ciertamente esos partidos de la nueva izquierda que llegaron al poder en Venezuela con Chávez  (1999), Brasil con Lula (2003), Bolivia con Evo (2006), Ecuador con Correa (2007), Argentina con Cristina (2007), Nicaragua con Ortega (2007 ) y en Uruguay con Mujica (2010) han logrado avances significativos enl, educación, salud, seguridad social, reducción de pobreza y abatimiento de la desigualdad social y construcción de obras de infraestructura que no han logrado ni antes ni después de ellos los gobiernos de los partidos de derecha.

Hugo Chávez ganó cinco procesos electorales, Lula da Silva dos, Evo Morales tres, Rafael Correa tres, Cristina Fernández dos y Daniel Ortega dos veces también-

Todos, con excepción de Pepe Mujica, se han reelegido después de hacer reformas constitucionales en que han reintroducido la figura de la reelección presidencial.

Y la mayoría de esos gobiernos han terminado embarrados y cubiertos por el océano de la corrupción y de la impunidad.

El problema no ha estado en buscar la reelección para sucederse ellos mismos en el poder, y sí ha estado en que hayan tratado y concebido la reelección como algo ilimitado o absoluto.

El problema es precisamente que eso –ese muy mal proceder-  choca con la esencia de la democracia representativa en una sociedad capitalista: la alternabilidad en el ejercicio del poder.

Y, además, es que la reelección indefinida o ilimitada tiende a producir efectos tan dañinos, tan destructores y tan lacerantes que terminan colocando todas las instituciones públicas y la sociedad toda en manos de un solo partido: piedra esencial para la ruptura del orden constitucional y democrático y el establecimiento de un régimen absolutista, totalitario y totalmente autoritario.

Estoy convencido de que no conviene al desarrollo de una sociedad que un solo partido controle todas sus instituciones. La existencia de un partido único en las estructuras de poder es sinónimo de dictadura.

Creo en la democracia, pero en una democracia que va más allá de los moldes de la democracia representativa.

Pero si lo que tenemos en la sociedad es el régimen político de la democracia representativa, entonces esa democracia hay que respetarla para que pueda funcionar aún con todas sus limitaciones estructurales e históricas.

El gobierno de Maduro y el Partido Socialista Unido de Venezuela hace tiempo que decidieron sepultar la democracia y convertirse en partido único, y es ese el meollo de la profunda e inveterada crisis política, económica, social, institucional, humanitaria y existencial que vive el hermano pueblo de Venezuela.

Las tendencias o derivas al absolutismo, al totalitarismo y el autoritarismo son endógenas, propias y hasta genéticas no solo de las derechas, sino también de las izquierdas.

Desde el siglo XVIII han sido las fuerzas conservadoras, las derechas, las que han dirigido por más tiempo los Estados en el mundo.

La revolución francesa de 1789, hija de la burguesía y de la Ilustración, aunque tuvo efectos universales y bienhechores sobre los derechos humanos y las libertades públicas, desembocó en tendencias autoritarias y sanguinarias (recordemos las acciones de los jacobinos y de Robespierre y de los mismos girondinos) que entraron en contradicción con las grandes aspiraciones y esperanzas de la razón humana: la época de mayor auge y esplendor de la razón llamada por antonomasia Siglo de las Luces.

La revolución octubre de 1917, protagonizada e impulsada por el Partido Bolchevique -en nombre de la clase obrera- bajo la ideología redentora del marxismo y primera vez que las izquierdas conquistan el poder en el mundo, derivó hacia tendencias marcadamente autoritarias y sanguinarias, llegando al cenit con el arribo al poder, tras la muerte de Lenin y del exilio de Trotski, del monstruo de Stalin, quien desde 1929 hasta 1953, año en que murió, sembró de violencia, terror y muerte todo el territorio de Rusia y de la URSS.

Y la única razón que explica las profundidades del alma humana en la política es que el poder tiene unos encantos que deslumbran, enceguecen y obnubilan a los que lo ejercen, llegando a producir unos embrujos que los hacen olvidar y negar su propia condición humana, quedando reducidos algunos a la trágica, pesarosa y pavorosa condición de monstruos de la historia.

O sea que ser de izquierdas o de derechas solo marca una diferencia en la forma, porque en los hechos y en esencia están igualados en cuanto a las patologías y psicopatías que se derivan del ejercicio del poder y en ocasiones en cuanto a la capacidad de hacer daños terribles a la institucionalidad y al desarrollo y avance de los pueblos en democracia y libertad.

El ejercicio del poder no debe poner en vilo la vida y el destino de un pueblo, de una nación y de una sociedad, puesto que ese ejercicio debe ceñirse a los límites establecidos por la Constitución, la prudencia y la conciencia moral. Además, porque el ejercicio del poder no debe constituirse en una retranca o rémora que bloquee el desarrollo de un país.

La salida a la crisis que vive Venezuela no es, jamás, la convocatoria de una asamblea constituyente violando la Constitución de ese país, la única salida viable y posible consiste en transitar el camino de convocar a elecciones anticipadas para elegir un nuevo presidente.

Con su proceder antidemocrático e inconstitucional, el Partido Socialista Unido de Venezuela está friendo en alquitrán a la nueva izquierda latinoamericana.

Con ese proceder antidemocrático e inconstitucional, la nueva izquierda latinoamericana se ha estado convirtiendo en la vieja y fracasada izquierda latinoamericana. Así, pronto se cosificará y quedará reducida a pieza de museo.

La verdadera izquierda necesita otros fundamentos filosóficos y morales.

Autor: Dr. Víctor Manuel Peña

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