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25 de abril 2024
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OpiniónErnesto JiménezErnesto Jiménez

La mujer y la dignidad humana

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“La igualdad es el alma de la libertad; de hecho, no hay libertad sin ella”. Frances (Fanny) Wright

Los avatares de los dioses griegos y egipcios, las conquistas de los césares de Roma, las glorias de los grandes héroes míticos, entre otras historias, suelen causar fascinación y despertar una sana curiosidad intelectual en los jóvenes. No exentos a esa tendencia, siendo apenas un niño, tuvimos la oportunidad de conocer la maravillosa historia de la Reina-Faraón Hatshepsut.

 

Esta mujer ocupó el trono de las “Dos tierras” hace más de 3,500 años, mediante una lucha de poder con su sobrino Tutmosis III, quien no tuvo más que admitir la superioridad en argucias políticas de su tía. Es importante recordar que en esa época la mujer era una posesión material del hombre y en ocasiones valía menos que el ganado, y justamente por esa condición, Hatshepsut gobernó con símbolos faraónicos masculinos y mantuvo una especie de corregencia con su sobrino, pero ostentando siempre la batuta de Faraón y el poder real dentro de Egipto. En su gobierno mostró una impresionante capacidad gerencial y política, y por 22 años lideró uno de los reinados más prósperos de toda la historia del antiguo Egipto.

 

El estudio, a muy temprana edad, de la vida de esa extraordinaria mandataria egipcia, representó una lección indeleble en una etapa crucial de nuestra formación como ser humano: la mujer tiene las mismas capacidades y condiciones intelectuales que el hombre, y que por lo tanto, debe disfrutar de las mismas oportunidades en un ambiente de igualdad ante la ley, en todos los lugares del mundo, sin importar etnia, credo o preferencia sexual.

 

Desde el reinado de Hatshepsut hasta nuestros días han pasado más de tres milenios de injusticias, dolor, abusos, e incesante lucha en pos de redimir los derechos civiles y políticos de la mujer. La sangre de incontables mujeres han regado todos los rincones del globo terráqueo como un reclamo solemne de respeto a la dignidad humana. Y gracias a esos enormes sacrificios han logrado conquistar grandes espacios de justicia y equidad, especialmente en los últimos 100 años, en los cuales se ha revertido gran parte del “status quo” patriarcal que ha imperado en la mayoría de las sociedades humanas por más de 5 mil años.

 

Lamentablemente, la naturaleza humana se muestra reacia a los cambios rápidos, y resulta, que los mayores progresos en materia de equidad de género se han efectuado en un tiempo relativamente corto y una parte importante de la raza humana se resiste a aceptarlo. Basta recordar que desde Aristóteles -el cual era un misógino consumado- hasta hace apenas unas décadas se han propagado infinidades de tesis pseudocientíficas que proclamaban la superioridad genética del hombre; y en la actualidad, todavía hay dogmas que ni siquiera reconocen a la mujer como un ser humano. Esas creencias ancestrales y sus rémoras, en mayor o menor medida, siguen ejerciendo una influencia considerable en las sociedades modernas.

 

Esto explica por qué, no obstante los avances de las últimas décadas, todavía persisten grandes y dolorosos desequilibrios entre hombres y mujeres a nivel global. Entre los cuales podemos citar los siguientes: dos tercios de las personas analfabetas del mundo son mujeres, 120 millones han sido sometidas a mutilaciones genitales, 12 millones de niñas y jóvenes son raptadas y vendidas cada año para ser explotadas como esclavas sexuales. En República Dominicana, la tasa de ocupación del género femenino es menor a la del masculino, sólo un tercio de las mujeres cuenta con ingreso propio, 16.3 % de los cargos electos en las elecciones del 2016 corresponde a las féminas y el año pasado al menos 88 fueron asesinadas por razones de género.

 

Superar estos escollos de discriminación y violencia contra la mujer no es un reto exclusivamente femenino, pues es un problema que atañe a toda la humanidad. Por eso la lucha debe continuar, hasta que finalmente el mundo entienda que reconocer el derecho inalienable de todas las mujeres a disfrutar de una vida plena, sin miedo a la opresión ni a la miseria, es a su vez, un reconocimiento del derecho sagrado que tienen todos los seres humanos a vivir dignamente, en paz y libertad.

 

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