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20 de abril 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

La indiferencia nos mata

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El principal síndrome de los dominicanos es la indiferencia. Nos está quemando ser indolentes a todos los males de la sociedad. Necesitamos un movimiento general del intelecto de la conciencia para que comencemos a preocuparnos, y a tomar parte en la marcha por un mundo mejor
Hay indiferencia ante el hambre y la miseria general de la población. Da la impresión de que una mayoría insensible se está situando ante el portal de su generación, para ver pasar el cadáver de los dominicanos. Cuando un país pierde el sentimiento de la solidaridad, sus habitantes caen en el lodo putrefacto.
Miles de dominicanos viven en la mayor de la indigencia. No tienen la alimentación diaria, subsisten buscando en la basura o comiendo lo que algún buen samaritano les regale. Su fuerza de producción, sea el músculo o el intelecto, muchos no toman en cuenta, o sencillamente lo quieren explotar.
Ante tanta hambre y miseria de esta sociedad no puede haber indiferencias. Los que pueden plantear soluciones tienen que quitarse las escamas que llevan por piel, y sufrir un instante de solidaridad.  Los ojos con lentes oscuros no dejan ver el camino por delante. Se ha perdido el derecho a la protesta, a decir estoy aquí, a gritar que se desea vivir en otro mundo.
La verdadera libertad del hombre  está cuando se le escucha, cuando su opinión es tomada en cuenta, cuando sus necesidades son resueltas. La libertad es una utopía cuando no se sintetiza en una vida mejor. El hombre indigente vende su libertad y su conciencia por una plato de arroz. Como puede haber libertad, donde no hay libre derecho a la educación y los inconvenientes de la salud necesitan miles de pesos para hacerle frente.
Desde hace muchos años se perdió la solidaridad, y el intentar gritar contra las injusticias. Somos un país de mudos, de arrodillados, de auto/golpeados. Se comete el peor de los pecados en que puede  incurrir un ser humano, la auto/censura..
La indiferencia  permitió que surgiera la dictadura de Trujillo. Es masa silente, que no habla, que no cuestiona, que vuelve la cara ante las injusticias, esa fue culpable de que Trujillo llegara a lomo de caballo prometiendo seguridad a cambio de libertad.
Trujillo se entronizó en su dictadura con puño de hierro, pero también con la tarea de corifeos de los principales intelectuales de su época, que llegaron a lamerles las botas, y a vender la idea de que era un  hombre predestinado de la historia.
La indiferencia es una daga que nos colocamos en el cuello. Les permite a muchos estar fuera de un mundo convulso por minutos, pero a lo largo caen en un volcán en erupción que los pulveriza. Hay indiferencia. Yo no creo en ella. Reivindico el derecho a hablar de todos los dominicanos. A decir sus verdades. Me importa lo que usted opine. Lo que usted crea bueno o malo. Si defiendo hasta la muerte mi derecho a hablar y a  decir lo que siento y en lo que creo.
La verdad, para mantenerse a flote, solo necesita gente que tenga el suficiente valor para lanzar su voz a los cuatro vientos. Cuando el juglar se calla, la vida se termina. Cuando autocensuramos nuestra verdad, nuestro mundo termina. Cuando somos seres de piedra ante las injusticias, perdimos el rumbo, tiramos la toalla, y dejamos que otros a su libre antojo  dicten nuestro destino. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

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