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24 de abril 2024
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OpiniónVíctor Manuel PeñaVíctor Manuel Peña

De la democracia a la dictadura: El caso de Venezuela

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Democracia y dictadura son regímenes y dimensiones totalmente contrapuestas y antagónicas en la vida de una sociedad.

 No es posible en teoría, y en la práctica mucho menos, pensar, organizar e instalar la democracia al margen del derecho. La dictadura, por el contrario, se construye, histórica y teóricamente, al margen de la vigencia y aplicación real del derecho, aunque pueda haber una caricatura o apariencia de Estado de derecho.

En la democracia, el derecho organiza y disciplina el ejercicio del poder, poniéndole límites a éste, y están desterrados la arbitrariedad, el absolutismo y el autoritarismo.  La democracia no funciona allí donde no existe un régimen de derechos y de libertades, y funciona la categoría de ciudadanos del Estado.

En la democracia, el pueblo es “el soberano y de él emanan todos los poderes públicos” y tiene plena vigencia el principio y la práctica de la alternabilidad en el ejercicio del poder.

La dictadura, en cambio, es la negación total y plena del derecho, y la absoluta vigencia de la fuerza y de la arbitrariedad en el ejercicio totalmente autoritario del poder. En la dictadura, ausencia total de libertades y derechos, los ciudadanos del Estado son cosas y son tratados como tales.

En la dictadura, el dictador es el “soberano” y de su voluntad dependen todos los poderes públicos y está totalmente anulado el principio y la práctica de la alternabilidad en el ejercicio del poder.

Cuando Chávez llegó al poder, por la vía electoral naturalmente, ya la democracia venezolana era madura, no obstante el desastre provocado en la sociedad por las dos fuerzas políticas mayoritarias, Acción Democrática y Copey, que se alternaban en el ejercicio del poder.

El vacío de poder provocado por estos dos partidos hizo posible la llegada de Chávez al poder.

Y aunque Chávez convocó una verdadera asamblea constituyente para darle una nueva Constitución a su país, y así reoxigenar y vencer la inercia de los poderes públicos -y ganó cinco procesos electorales-, todo lo hizo en democracia muy a pesar de su frenético discurso del socialismo del siglo XXI.

Pero Chávez no destruyó la democracia venezolana no obstante haber asumido con tanta fuerza el discurso del socialismo del siglo XXI. Y esto ha sido así, además, porque Venezuela no ha sido hasta ahora una sociedad socialista.

Y si Chávez con la fuerza casi volcánica de su liderazgo no pudo enterrar la democracia en Venezuela, cómo es posible que Maduro, que no tiene ni la lucidez ni la brillantez propias de los grandes líderes, crea que él sí podrá darle el zarpazo final a la democracia en esa nación sudamericana y mantenerse en el poder por los siglos de los siglos.

Todo este proceso de destrucción de la democracia venezolana por parte de Maduro arrancó en firme cuando la oposición ganó las elecciones de medio término, hará un año y algo, y pasó a controlar la Asamblea Nacional o el parlamento en Venezuela.  Claro, hubo grandes intentos con miras a alterar los resultados de esas elecciones de medio término por parte del oficialismo con Maduro a la cabeza.

O sea que el PSUV y el oficialismo perdieron el control de la Asamblea Nacional.

A partir de ahí el gobierno de Maduro montó una conspiración permanente, desde dentro y desde fuera, contra la Asamblea Nacional controlada por la oposición.

Y para resistir y combatir con fiereza a la Asamblea Nacional, el gobierno de Maduro decidió refugiarse, y utilizar a su antojo, el Tribunal Supremo de Venezuela, violando flagrantemente la Constitución de ese país al tratar de colocar a este tribunal por encima de la Asamblea Nacional.

En las democracias representativas y parlamentarias ningún poder está por encima del Parlamento o el Congreso de un país, ni siquiera el Poder Ejecutivo del Estado, aún cuando desde el punto de vista de la facticidad es esta rama del Estado la que más poder político real tiene.

Y el Tribunal Supremo, insuflado por esa visión muy equivocada de Maduro, muy impropia de un verdadero jefe de Estado y de gobierno, tuvo la desfachatez de emitir una resolución “ordenando” la “anulación” de la Asamblea Nacional.

Con esa trágica aventura comenzó la ruptura del orden constitucional y democrático en Venezuela.

Dentro de esa alocada carrera de descuartizamiento y desguazamiento del orden constitucional y democrático en Venezuela, Maduro, al convocar él la asamblea constituyente, se atribuyó competencias que la Constitución de Venezuela no le asigna al presidente de la República.  Solo el pueblo tiene competencia para convocar un referéndum y decidir en él si convoca o no una asamblea constituyente para reformar o definir una nueva constitución.

Esa convocatoria de la asamblea constituyente al margen de la Constitución ha terminado de sepultar el orden constitucional y democrático en Venezuela, por lo que la mal llamada asamblea constituyente es una verdadera dictadura constituyente.

La muerte de la democracia en Venezuela, decretada e impulsada por Maduro, da cuenta de que el mismo Maduro encarna la degeneración más recalcitrante y retrógrada del chavismo.

¿Pero es posible imponer y sostener una dictadura o un régimen autoritario y totalitario en Venezuela?

No hay posibilidad de que la dictadura de Maduro pueda sostenerse y prolongarse en el tiempo habida cuenta de la profundidad de la crisis general, cada vez más complicada y envolvente, que vive Venezuela.  Crisis general de la sociedad venezolana que abarca todas las esferas, dimensiones y aristas, y que el mismo Maduro se ha encargado de provocar que la caldera ardiente al estallar tome vías y derroteros no deseados.

La mayoría de los países de América Latina, la Unión Europea y otros países del mundo han dicho que no reconocen la “asamblea constituyente” de Maduro. En efecto, el MERCOSUR ha suspendido de manera indefinida a Venezuela.  El mundo ha estado condenando, prácticamente al unísono, la ruptura del orden constitucional y democrático en Venezuela.

Es totalmente contrario a la historia y a la razón que los países del Caribe estén identificados y alineados con la ruptura del orden constitucional y democrático en Venezuela. Esto sienta un precedente muy negro en la historia constitucional y democrática de estas naciones.

Ese cerco internacional y las causales internas no le auguran a la dictadura de Maduro una larga vida.

Y cualquier salida que se tome o se busque en Venezuela tiene que ser para restablecer la democracia, la libertad, el derecho y la paz.

Me permito retomar el discurso sobre la democracia y la dictadura. Los derechos y las libertades son una conquista de la humanidad, y ninguna sociedad, llámese capitalista o socialista, debería sustraerse al ejercicio real de los derechos y libertades del género humano. Reconozco que la vigencia de estos derechos y libertades va a depender de los conflictos entre el poder y el derecho, de la lucha de clases y del grado de desarrollo, material y mental, y de institucionalización de las sociedades modernas.

Los derechos y libertades del ser humano fueron conquistados con la revolución francesa de 1789, que era una sociedad capitalista, pero esos derechos y libertades no son propiedad del capitalismo, sino del género humano, por lo que deben tener vigencia en toda sociedad humana que exista sobre la tierra. Y esto es así aún cuando en el capitalismo la democracia representativa o parlamentaria es una expresión a nivel político, o el correlato a nivel político, de la competencia y de la libertad que se dan a nivel del funcionamiento de los mercados.

Pero cuando se conculcan los derechos y libertades de los ciudadanos en cualquier sociedad es porque quien ejerce el poder tiene fines inconfesables, que son ajenos al desarrollo sano de la sociedad y de la gente.

Aunque la democracia que conocemos nació en sociedades capitalistas, sabemos las grandes limitaciones históricas y estructurales que tiene la misma, pero aún así la democracia es preferible a la dictadura en cuanto a expresión formal del ejercicio del poder.

La democracia, formal o real, es una conquista de la humanidad, y no propiedad de un sistema social en particular, por lo que debería tener vigencia en cualquier sociedad independientemente de su orientación ideológica.

De todas maneras la democracia está llamada a ser reinventada para que funcione a todos los niveles, y no solo a nivel político, pero jamás debe ser reinventada suplantándola por la dictadura.

No hay duda de que toda crisis genera las respuestas, las contrarrespuestas y las alternativas, encarnadas en nuevos actores políticos y sociales, para reponer el orden constitucional, legal y democrático en Venezuela.

El conato de sublevación en un cuartel militar en Valencia, en el día de ayer (6 de agosto), da cuenta de que las fuerzas armadas venezolanas están fracturadas, y que ni ellas ni el chavismo están monolíticamente unidos.  Sectores de uno y otro lado podrían estar en desacuerdo con la ruptura del orden constitucional.

La semilla del cambio ha germinado no solo en el pueblo, sectores populares y clase media, sino que ha germinado también en sectores del chavismo y del oficialismo.

El pueblo de Venezuela es digno de un mejor presente y de un futuro más promisorio, lo que explica la presencia masiva del pueblo en las calles de esa nación construyendo su propio destino.

 

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