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19 de abril 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

La degeneración social

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Las pandillas barriales son una degeneración social que nunca ha sido enfrentada en su corazón y sus entrañas. Hay medidas policiales para exterminarlas, pero no se trabaja en la fase de la prevención, que es necesaria y vital para corregir esos entuertos.

Las pandillas no han sido eliminadas, por el contrario las han absorbido las nuevas manifestaciones del crimen y la violencia. El delincuente de hoy no tiene noción de barrio. Ni le interesa, por lo que sus actividades carecen de  frontera.

En principio,  programas como Barrio Seguro en el fondo no dieron los resultados que se esperaban, porque en forma preventiva sometían los sectores marginados, pero sin  llevar soluciones sociales.

El pandillero se forma en la costra social. En el abandono total. Donde no hay escuelas, ausencia de educación, carencias de alimentos y se vive en covachas. Allí únicamente existe el día a día. La esperanza se pierde, y el fango se adueña de los sentimientos.

 La mejor forma de contrarrestar el pandillerismo, y la violencia juvenil, es que los moradores de los barrios tengan una vida decente, que los niños puedan ir a las escuelas, prevenir los embarazos en adolescentes y sentar las bases del respeto innegable al derecho de los demás, y a la vida.

El surgimiento de los clubes deportivos y culturales colocó contra la pared a ese pandillerismo. Muchos jóvenes terminaban en las pandillas, porque allí, en medio de la podredumbre, se les daba la falsa percepción de la  unidad entre compañeros, que era la forma en que disfrazaba esa violencia endiablada.

Los clubes culturales lograron hace muchos años un gran florecimiento, pero sus perspectivas fueron ahogadas por convertirse en apéndice de grupos de izquierda. De ahí les llegó el ocaso, desaparecieron como factor de aglutinar a la juventud de los barrios.

Algo similar pasó con los clubes deportivos. Se convirtieron en negocios, sobre todo si se impartían los deportes más rentables. En vez de ser tutores de los jóvenes, descartan a los que no tienen posibilidades de ir a una escuela forjadora para los equipos de Grandes Ligas.

El crimen y la violencia juvenil se han desbordado. Ha dejado a un lado a los barrios, para entrar al corazón de las ciudades. Al barrio van los delincuentes buscando la protección de sus moradores. En ocasiones quieren lavar sus crímenes  repartiendo ayuditas.  Estamos perdiendo el terreno, porque no hay medidas sociales preventivas y permanentes. Si la juventud pierde el rumbo, caeremos al infierno en la tierra. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

 

Por Manuel Hernández Villeta

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