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19 de abril 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

La clase media

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Pobre clase media. Atrapada y sin salida. Atada a los lazos del consumismo. Jugando con la tarjeta de crédito. Dejando de comer para tener auto. Sacrificándose para mandar los niños al colegio, por no tener confianza en las escuelas públicas. Luchando por el seguro médico privado, por huir de los hospitales.

Pero no puede correr más, su realidad es que llegó a su tope. El alto costo de la vida la sumerge en la desesperación, el afán de estar a la moda se convierte en frustración al tener que comprar ropa de pacas. La clase media ya no va al paraíso, está en el infierno.

La proletarización es lo que más teme esa clase media indecisa, que es capaz de vender su alma al diablo por tener pesos en los bolsillos. Teme volver al barrio marginado, bañarse con agua estancada en una cubeta. Vivir en una cuartería donde se escuchan a media noche los susurros de desamor del cuarto vecino.

Aunque las estadísticas digan lo contrario, la clase media está viviendo dentro de arena movediza. Sueña con el hotel turístico de fin de semana, y no puede ir. Quiere ir al restaurante de moda, la discoteca  super concurrida, y solo le queda ver la televisión sin cable. Su salario se desmorona por la inflación y los gastos superfluos para mantener la vanidad.

La clase media es motor de cambios. En su mayoría salió de la exclusión generacional en base al estudio o el golpe de fortuna. Lo difícil ha sido mantenerse. Hoy, tiene que preparar su retorno a la cuartería. No hay una clase media sólida en el país,  por el contrario se podría decir que hay proletarios que viven bien, pero no más de ahí.

Dónde los ricos se hacen cada día más ricos, y los pobres más pobres, es difícil poder determinar cuál será el futuro de los que están en el medio. Para solidificar esa clase media tendrían que haber cambios sociales profundos, y una genuina distribución de las riquezas.

Hay que terminar las exclusiones sociales en el país. Se tiene que ir a una sociedad más participativa, donde haya fuentes de empleo y se dé oportunidad  del libre estudio. Para avanzar en el desarrollo debe haber más profesionales y técnicos. La educación no puede ser un manjar de las élites, sino de todos.

En la presente ruta social, los cambios se dan individuales. No puede haber colectivo triunfante, donde no hay participación a los sueños de la multitud. Las desigualdades vienen de viejo, desde cuando habían ricos, comerciantes, empresarios, terratenientes, y pobres, obreros, campesinos, chiriperos, vendedores de tarantines.

Se era sangre azul, o pies descalzos. En esa confluencia es que surgen los encantadores  de serpientes. Trujillo, el tirano, vendió al excluido la esperanza de que era su amigo –mis mejores amigos son los hombres de trabajo- porque era un hombre de trajinar de  sol a sol. Esa marginalidad social se postró a sus pies y le dio el soporte político para que se mantuviera 31 años en el poder.

A golpes del destino se está haciendo a la clase media ver sus realidades. Cuando no puede con los pagarés del carro, se va a tomar la guagua en la parada de la esquina. A los muchachos les dice que mejoró la educación pública y los saca del colegio, para que también aprovechen la comida del medio día en la tanda extendida  y la economía mejora  por no tener servicio.

A pesar de todas sus desgracias, la clase media es el motor de los cambios sociales, y de sus estertores se levantará. Tiene que comenzar a darse la justicia social en el país y el darle oportunidades de entrar al engranaje de la producción a los que terminan sus estudios y no tienen padrinos para viabilizar el primer empleo.

Tiene la clase media una salvación, como eternamente  es soñadora y fantasiosa, siempre tiene en su mente, como los marinos perdidos en un océano de olas salvajes,  que ve a la distancia los salvadores  fuegos de San Telmo. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

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