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23 de abril 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

Jóvenes y católicos

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La voz de la Iglesia Católica, que es la Conferencia del Episcopado Dominicano, dice ahora que quiere escuchar y acompañar a los jóvenes del país. Esto tiene que ser un mea-culpa. La iglesia no ha estado al lado de los jóvenes, y las nuevas generaciones han crecido teniendo como su meta la riqueza fácil y los vicios.

Si hoy los católicos de la cúpula consideran que se debe escuchar a los jóvenes, entonces durante años estuvieron de espaldas al sentir, los dolores, los sinsabores, las frustraciones y las amarguras de los adolescentes.

Escuchar a los jóvenes no es abrir un micrófono, ponerlos en las redes sociales, organizar un seminario, que vayan a una marcha, o que escuchen a un conferenciante de fama mundial en la Casa de San Pablo. Eso es lo que se ha hecho en los últimos años, y hoy la misma iglesia dice que quiere escuchar a los jóvenes.

La única forma de escuchar a la juventud dominicana es ir a su zona de residencia, donde estudia, donde fuma o se inyecta drogas, a las maternidades donde da a luz la madre adolescente soltera, o las universidades donde se están capacitando para ayudar al desarrollo nacional.

Hay luces y sombras en la formación de esa juventud, pero nadie le escucha, porque nadie le visita donde solo hay heridas infectadas y podredumbre del alma. La iglesia ha tenido una posición de testigo lejano, sin meterse de lleno en los problemas,  y por eso quiere ahora  estudiar lo que origina los males de hoy.

Respaldamos a la Iglesia Católica dominicana en su posición de pedir perdón por las acciones de los curas pederastas, y el deseo de escuchar a la juventud. Pero recuerden que pedir perdón no es suficiente, si el mal no ha sido arrancado de raíz. La indiferencia ha sido un pecado tradicional de la Iglesia.

El pedir perdón es bueno, es decir públicamente que se cometieron errores, pero  hay que reconocer que  se taparon los ojos  y oídos  y no se actuó a tiempo con los curas pederastas. En muchas ocasiones se les dio protección a los enfermos sico-sexuales, y a las víctimas se les dejó en el abandono. Se impone justicia y perdón. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

 

Por Manuel Hernández Villeta

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