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20 de abril 2024
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OpiniónHumberto SalazarHumberto Salazar

Joaquín Balaguer reivindicado

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Uno de los chantajes mas frecuentes que nos echan encima a los que hemos sido seguidores y admiradores del ya desaparecido Joaquín Balaguer, es el tema de que el y solo el era el culpable de la ola de violencia que sacudió a la República Dominicana en el llamado gobierno de los 12 años (1966-1978).

Y decimos chantaje, porque se intenta borrar de un plumazo, verdades sobre el contexto histórico en que Balaguer asumió el poder constitucional en 1966, y la responsabilidad de los grupos de izquierda en los enfrentamientos que tuvieron lugar en los años posteriores a la denominada guerra de abril.

En el caso de Percival Matos y sus cómplices, se repitieron hechos que hace mucho tiempo habíamos dejado atrás los dominicanos, el intento de subvertir el orden, ejecutando acciones delincuenciales, amparándose en un presunto manto revolucionario, que solo sirve para cubrir faltas graves en contra de la sociedad.

Max Weber, uno de los mas importantes intelectuales alemanes del siglo XX, planteó en una conferencia en 1919, la tesis de que el Estado para considerarse como tal, debe poseer el monopolio y el uso exclusivo de la fuerza en un territorio determinado.

Es mas, para Weber, esta es la característica principal del Estado, este es la fuente de la fuerza física legítima y se ejerce a través de los organismos destinados para ello, la policía y las fuerzas armadas.

Al salir de la llamada revolución de abril, originada en una rebelión militar donde los militares simpatizantes de Juan Bosch y Joaquín Balaguer conspiraron juntos contra el Triunvirato, el país quedó seriamente fracturado en bandos enfrentados con sus facciones radicales de ambos lados del espectro político nacional.

Gran parte de los militantes de los partidos comunistas, abrazaron, como ocurrió en muchos lugares de América Latina y África, la tesis del Che Guevara y posteriormente Regís Debray, en sus libros ¨Guerra de Guerrillas y ¨Revolución en la Revolución¨ respectivamente, de que un grupo pequeño podía encender la mecha de un proceso político que produjera un gobierno revolucionario.

Eran los años de la euforia después del triunfo de la denominada revolución cubana, donde un foco guerrillero pudo derrocar al gobierno de Fulgencio Batista, y los fuertes enfrentamientos entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, que por poco producen una guerra nuclear en las aguas del Caribe.

En la República Dominicana, algunos jóvenes idealistas asumieron la violencia como método de lucha para el derrocamiento del régimen constitucional electo en las urnas en junio de 1966, este gobierno lo encabezaba el Presidente Joaquín Balaguer.

Pero también a esta línea de acción política se sumaron delincuentes de todo tipo, muchos de ellos con la excusa de muchos de ellos murieron con las armas en las manos en actividades de guerrilla urbana y rural, pero también esta línea de acción política la asumieron delincuentes de toda laya que cometían todo tipo de tropelías en nombre de una revolución inexistente.

Las principales ciudades del país, muy especialmente la capital, se convirtieron en un campo de batalla, donde se libraba una guerra irregular donde los guardias y policías eran el blanco de los denominados revolucionarios, que intentaban derrocar un gobierno electo por la vía constitucional e imponer uno sobre la base de las armas.

Cientos de policías y guardias murieron en la embocadas que realizaban los grupos de izquierda en su contra, en la mayoría de los casos con el fin de robarles las armas de reglamento, lo que desató una reacción contraria que a su vez provocó la muerte de muchos civiles que cayeron en el fuego cruzado de los grupos radicalizados de ambos bandos.

A esto lo denominó el Presidente Balaguer ¨fuerzas incontrolables¨, porque sin lugar a dudas cuando se desata este tipo de violencia irracional, generalmente de origen político, ni el gobierno mas organizado está en capacidad de controlar a estos grupos enfrentados, que provocan una espiral de muertes que parece no tener fin.

Esta es la verdad de la época, se intentó revertir por la vía de las armas el hecho de que los dominicanos prefirieron a Balaguer en 1966 bajo la consigna de ¨Joaquín Balaguer es la paz¨, y la reacción del Estado, único poseedor del atributo de la violencia legitima, reaccionó creando un frente armado para defender su derecho a gobernar.

Como en toda guerra irregular, hubo muertos de ambos bandos que fueron verdaderas injusticias, sin embargo, intentar culpar exclusivamente al gobierno de Balaguer en los 12 años de el estado de violencia que caracterizó esta época, es una mentira histórica y un chantaje inaceptable para los que asumimos al líder del Partido Reformista como nuestra referencia política.

Ahora multipliquemos los actos vandálicos de John Percival Matos y sus cómplices por cientos, incluyendo los asaltos a bancos, como fue el caso del Royal Bank of Canadá del ensanche Naco o el secuestro del agregado militar de la embajada de los Estados Unidos en el país, Donald J. Crowley, ambos en 1970 y tendremos una idea de lo que ocurría en la República Dominicana en esos años.

Ayer como ahora, se intenta subvertir el orden público y crear un estado de terror y miedo, realizando actos delictivos ante los cuáles debe reaccionar un gobierno legítimo, que tiene la obligación de proteger a las ciudadanos y ciudadanas que son la razón de su existencia en una sociedad organizada.

Un Estado no puede permitir desafíos como los realizados en la República Dominicana por la banda de delincuentes, que dirigía Percival Matos y que aparentemente, según lo grabado en discursos en su sepelio y también en una declaración de su señor padre, se denomina ¨Frente Revolucionario Francisco Caamaño¨ y tiene células dispersas en diversos lugares del país.

El tiempo pone todo en su justo lugar y sobretodo permite que las verdades floten desde las entrañas mismas de los hechos históricos, nunca se puede justificar la violencia arropada con el manto de una acción política y cuando ocurre, lo que podemos esperar es una reacción del Estado y sus fuerzas organizadas para el control social pues de eso depende su misma existencia.

 

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