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19 de abril 2024
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OpiniónArturo López ValerioArturo López Valerio

Innovación y creación de valor compartido

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La semana pasada me preguntaron que qué era la innovación. Mi respuesta será siempre la menos agradable: La innovación sucede cuando tenemos un objetivo claro para solucionar un problema y buscamos la mejor manera para hacerlo.

En la norma ISO 56000: 2020 se define la innovación como «una entidad nueva o modificada que realiza o redistribuye el valor». Otra definición proceente de Scott D. Anthony (autor del libro The Little Black Book of Innovation) explica que “la innovación es un proceso que combina el descubrimiento de una oportunidad, el diseño de una idea para aprovechar esa oportunidad y la implementación de esa idea para lograr resultados».

Buscamos innovadores y que mientras más brillen, mejor. La innovación alimenta las narrativas de las organizaciones vacías y obsoletas que no quieren que el status quo desaparezca.

Las investigaciones de la organización The Innovation Board realizadas en el año 2020, sugieren que las personas reaccionan negativamente a la palabra innovación. Algunas empresas parecen estar descubriendo que el uso de otros términos ayuda a los empleados a participar más en el proceso.

El economista conductual ganador del Premio Nobel Daniel Kahneman ha explicado que si bien se puede usar la palabra «innovación» para referirse a «mejora», pone en funcionamiento el «sistema 1» de nuestros cerebros, cuya parte primitiva tiene que ver con el miedo, la lucha y la huida, que se activa para advertirnos del peligro que se avecina. El término genera un sesgo entre los actores de una cadena de valor que impide realizar lo que se está buscando.

El problema radica que al referirnos a la innovación no estamos hablando de nada concreto. Siempre recuerdo el caso de Amos Winter, inventor de un nuevo modelo de prótesis que consistió en la mejora del movimiento del pie, en vez de diseñar la pierna completa. Para lograr resultados necesitamos saber qué pedimos y qué andamos buscando.

En los últimos años, las empresas han sido criticadas como una de las principales causas de problemas sociales, ambientales y económicos. Se cree que las empresas prosperan a expensas de sus comunidades. La confianza en las empresas ha caído a nuevos mínimos desde 2011, lo que ha llevado a los funcionarios del gobierno a establecer políticas que socavan la competitividad y el crecimiento económico. Tanto empresas y emprendedores están atrapados en un círculo vicioso.

La solución a esta dinámica es la generación de valor compartido, que son políticas y prácticas operativas que mejoran la competitividad de una empresa y, al mismo tiempo, promueven las condiciones económicas y sociales en las comunidades en las que opera.

Según Mark Kramer fundador de la firma FSG, la creación de valor compartido se centra en identificar y ampliar las conexiones entre el progreso económico y social. El concepto se basa en la premisa de que tanto el progreso económico como el social deben abordarse utilizando principios de valores. El valor se define cómo los beneficios en relación con los costos, no solo como los beneficios.

Ahora bien, para generar valor debemos trabajar dentro de un marco de confianza, el cual pone a prueba el acercamiento entre los actores de confianza. Los creadores en las comunidades quieren generar valor, pero «los actores de confianza» generalmente se apropian o bloquean el valor generado por los creadores, ya sea de manera conceptual o por mera atribución.

Nuestra situación como país es descrita por el Equilibro de Nash (John Forbes Nash). Una situación en donde los individuos o actores no tienen ningún incentivo a cambiar su estrategia tomando en cuenta las decisiones de sus oponentes. En otras palabras, nadie ganará nada si decide cambiar su estrategia bajo el supuesto de que los demás individuos no cambian la suya. Esto pasó con el comercio electrónico hace 20 años atrás.

El único detalle es que los jugadores del status quo tienen los recursos suficientes para participar en un juego de suma cero. Imponen sus herramientas, proveedores, condiciones y si no se accede a los reclamos, no hay negociación.

La creación de valor es una idea donde las ganancias son los ingresos obtenidos de los clientes menos los costos incurridos. Sin embargo, las empresas rara vez han abordado los problemas sociales desde una perspectiva de valor, sino que los han tratado como asuntos periféricos.

Las organizaciones sociales y las entidades gubernamentales a menudo ven el éxito únicamente en términos de los beneficios obtenidos o el dinero gastado –que alimenta su narrativa. A medida que los gobiernos y las ONG comiencen a pensar más en términos de valor, su interés en colaborar con las empresas crecerá inevitablemente. Todavía tenemos retos con el modelo de APP (Alianza Público-Privada) y los Fideicomisos, porque la fiebre no está en los instrumentos, sino en la falta de compromiso con todos los actores de la cadena de valor.

No existe una solución absoluta, ni herramienta, software, tampoco actores que sean exclusivamente los ejecutores de las estrategias y tácticas; una sola empresa no puede satisfacer todas las necesidades de un mercado, mucho menos un solo politécnico puede pretender educar a todos los estudiantes. Sin diversidad no hay ecosistema.

Tomando esta premisa en cuenta, debemos aprender a colaborar a través de sistemas interoperables, aplicando protocolos de interconexión a través de APIs que permitan el acceso a datos que habiliten la cadena de valor. Hay miles de problemas invisibles que pueden solucionarse (como ejemplos están el eTicket, la validación de placas de exhibición, entre otros) que no necesitan de anuncios, publicaciones en redes ni ruedas de prensa.

Mientras continuemos alimentando la narrativa, la innovación seguirá siendo un discurso y una validación para modelos de negocio que sirven a dicho círculo vicioso.

Innovación implica solución a problemáticas existentes, no la adquisición del mismo producto que simplemente cambia de color y de actor según el ciclo electoral. Para catalizar la innovación en la cadena de valor debemos proteger a los creadores a fin de que exista una democratización local de la economía naranja como parte una estrategia coordinada de exportación de servicios modernos basada en la confianza.

El mundo nos espera.

 

Por: Arturo López Valerio

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