República Dominicana es solidaria con Haití y siempre ha deseado lo mejor para ese país; lo primero, sucede por nuestro característico espíritu de fraternidad, y lo segundo, porque cuando el vecino está bien al menos no tenemos que lidiar con sus problemas.
Aun así, parece no suficiente para convencer a la comunidad internacional y a organismos extranjeros que después de Haití, los dominicanos somos los más interesados en que se consiga un bienestar material y estabilidad social en la otra mitad de la isla.
La más reciente embestida proviene de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que nos ha recriminado por las acciones del Estado en el caso de las haitianas embarazadas deportadas por su estatus irregular.
Ya antes, por la misma causa, lo había hecho la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
De forma paralela ayudamos a Haití en función de nuestras posibilidades, batallamos internamente con la inmigración irregular de sus nacionales aquí, y al mismo tiempo luchamos contra los ataques que nos vienen desde el exterior por el tema haitiano.
Sin duda, es una incómoda triangulación.