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18 de abril 2024
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OpiniónErnesto JiménezErnesto Jiménez

Ignorancia, miedo y poder

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“Quien vive con miedo, nunca será libre”. Quintus Horatius

La República Dominicana es un país pequeño, de ingresos modestos, instituciones débiles y precario nivel educativo que, como cabría esperar ante semejante realidad, arrastra profusas carencias ancestrales y cuantiosas demandas irredentas. Sin embargo, en vez de buscar consensos y formular respuestas efectivas a problemas primordiales de la nación, quienes ostentan el control del Estado parecieran estar obtusamente empecinados en mantener las agudas discrepancias que les enfrenta a sectores importantes de la sociedad.

Esa actitud, sin sentido aparente, se puede comprender mediante las siguientes palabras que, el más grande maestro de la política dominicana, el Prof. Juan Bosch, prodigó a mi padre, el Dr. Domingo Jiménez: “El político no debe tener miedo a pasar hambre”. Esto porque –reflexionaba posteriormente mi padre– en el mismo momento en que un político encuba en su interior el temor a perder las ventajas materiales que otorga el poder, se convierte en reo de su avaricia y se encadena irremediablemente a los grilletes de su propia ambición; por lo que, como resultado lógico de su perversión, pierde el respeto de la gente, desacredita su palabra y su honra se reduce a una mercancía sin valor.

El auto sometimiento a las cadenas forjadas por las riquezas que proporciona el poder, lleva a los hombres a agruparse con otros individuos de naturaleza similar, con el propósito de preservar esos privilegios obtenidos, forjando infraestructuras capaces, de ser necesario, de atentar contra la salud del colectivo y conjugando, al mismo tiempo, dos factores fundamentales que a lo largo de miles de años de historia han ocasionado catástrofes fatales a la humanidad: poder desmesurado unido al miedo atroz de perderlo.

En consecuencia, es crucial entender que el miedo es el primogénito de la ignorancia, y por su parte, procrea un hijo bastardo que se llama ambición, la cual, sin una base ética y moral sólida, se convierte en una fuerza destructora; en especial, si carece de instituciones fuertes que sirvan de muro para contenerla. Y dentro de esa dinámica el miedo erige su imperio y logra desdibujar el propósito fundamental del quehacer en la vida pública de los hombres –el servicio irrestricto a los intereses colectivos–, pues el temor a perder aquellos constructos que proveen de veleidades, canonjías, pleitesías, y todo aquello que Bosch llamaba sensualidades del poder, determina en última instancia su proceder.

Stefan Zweig, en su proverbial brillantez, catalogaba a estos actores políticos como “hombrecillos en las sombras” que, motorizados por el miedo, se esmeraban con saña a concentrar en sus manos la mayor cantidad de poder posible. Y lo hacían, en la mayoría de los casos, sin entender la característica por excelencia del poder, la cual, todo ser humano que aspire a conseguirlo debería conocer: El poder es efímero y funciona como el fuego de un cerillo de fósforo que, es capaz de quemar con la misma luz que alumbra, en especial, cuando no se sabe apagar esa llama a tiempo. Y justamente, por no entender esta característica esencial del poder, cuando estos hombres advierten la más remota posibilidad de perder todos esos beneficios políticos y económicos adquiridos, sus instintos básicos –explicados anteriormente– les llevan a arrastrar bajo las patas de los caballos de su misma codicia, todo el instrumento institucional que por décadas se ha construido para garantizar la libertad de los ciudadanos.

Así se explica lo que, a simple vista, pareciera una contradicción en sí misma. Pero, como ya se ha descrito, estos pequeños y ambiciosos “asociados” confeccionan una serie de grupúsculos que, para imponer sus intereses, no dudarían ni por un instante en destruir al macro organismo que los llevó a su estado de bienestar actual, sin percatarse –ya sea por avaricia o ignorancia– que, en dicho accionar se destruirían ellos mismos.

Ahora bien, el panorama aciago analizado en este escrito no es absoluto, ni engloba a todos los actores públicos. Al contrario, es justo destacar que la mayoría de los hombres y mujeres del país están pensando en los más sanos intereses de la nación y que, todavía, muchos jóvenes enarbolan principios de honestidad, progreso, trabajo, dignidad y justicia social. Es en ellos donde descansa la esperanza de la patria, en ellos se encuentra el futuro de la República Dominicana.

*El autor es economista y comunicador.

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