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23 de abril 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

Hoy, yo tengo un sueño

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La década del 60 fue de gran explosión social en el mundo. Los dominicanos vivimos al filo de la navaja. Corrió la sangre y también la esperanza, que se quedó trunca. Fueron marcados por el deseo de redención, de alcanzar la paz y la libertad, poner fin a la pobreza y acabar con las injusticias. Todo se quedó en un sueño.

Arrancamos esa década con el ajusticiamiento de Rafael L. Trujillo, las primeras elecciones libres, ganadas por el profesor Juan Bosch, pero ahí llegó el Golpe de Estado del 1963, y posteriormente la muerte en combate de los revolucionarios del 14 de Junio.

Pero a mediados de esa década, en el 1965 estalló la revolución de abril, por el retornó a la constitucionalidad. La intervención militar de los Estados Unidos impidió que triunfara ese movimiento popular. Poco después se inició la etapa negra de los doce años del doctor Joaquín Balaguer.

Fue la década del asesinato de John F. Kennedy, presidente Norteamericano, de su hermano Robert, de la sangrienta guerra de Vietnam, la lucha por la liberación de Africa, el triunfo de la revolución cubana, la muerte del Ché, los gobiernos militares, las manifestaciones del 1968 de los estudiantes franceses y el sueño del reverendo Martin Luther King.

Su discurso del 28 de agosto de 1963, estremeció al mundo, al hablar de discriminación, pero también de amor y esperanzas. “Ahora es el tiempo de elevarnos del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el iluminado camino de la justicia racial. Ahora es el tiempo de elevar nuestra nación de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la sólida roca de la hermandad. Ahora es el tiempo de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento. Este sofocante verano del legítimo descontento del negro no terminará hasta que venga un otoño revitalizador de libertad e igualdad”.

En uno de los discursos memorables de la historia, Martin enfatizó “No saciemos nuestra sed de libertad tomando de la copa de la amargura y el odio. Siempre debemos conducir nuestra lucha en el elevado plano de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas de la resistencia a la fuerza física con la fuerza del alma”.

Ante la opresión del poderoso, la sangre derramada y las vidas perdidas, cada día es más fuerte su mensaje… “Con esta fe seremos capaces de esculpir en la montaña de la desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las discordancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a prisión juntos, de luchar por nuestra libertad juntos, con la certeza de que un día seremos libres”.

El sueño quedó trunco. Todavía está por realizar. Se convirtió en pesadilla un 4 abril de 1968. Ese día El reverendo de la lucha contra el racismo fue asesinado. Todavía hay un largo camino para terminar con la segregación de todas las minorías, incluyendo los blancos pobres de los Estados Unidos. El sueño sigue y un día se convertirá en realidad cuando todos seamos capaces de caminar juntos. ¡Ay!. Se me acabó la tinta.

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