Santo Domingo 23 / 31 Soleado
ENVÍA TUS DENUNCIAS 829-917-7231 / 809-866-3480
23 de abril 2024
logo
OpiniónJuan Carlos EspinalJuan Carlos Espinal

Geopolítica del dolar EEUU en  AL y El Caribe retrocede ante China y Rusia

COMPARTIR:

El peso económico del mundo se estaba desplazando desde Estados Unidos a las economías europea y asiática, que Washington tenía la convicción de haber rescatado y reconstruido. Los dólares, tan escasos en Santo Domingo hasta la fundación del Banco de Reservas en 1947, habían ido saliendo de República Dominicana de forma acelerada, sobre todo a partir de los años setenta, por la afición del capitalismo norteamericano a financiar el déficit provocado por los enormes gastos en armamento, especialmente la guerra de Vietnam, después de abril 1965, así como a subsidiar economías tercermundistas de programas de bienestar social poco ambiciosos.

El dólar, pieza fundamental de la economía dominicana, tal como lo habían garantizado la Convención domínico-americana, primero, en 1907,            los marines norteamericanos, después, en Santo Domingo, entre 1916-1924, por ejemplo, se debilitó. Respaldados en teoría por el oro, economía que había llegado a poseer tres cuartas partes de las reservas mundiales. En la práctica, la reserva federal de los EEUU  se trataba cada vez más de un chorro de papel moneda sin soporte económico, es decir, inorgánicos de contabilidad; pero como la estabilidad del dólar garantizaba la sostenibilidad del peso, según el Banco Central, los precavidos economistas del FMI, encabezados por los super precavidos del Banco Interamericano de Desarrollo, preferían cambiar papel potencialmente de bonos de la República devaluados por impuestos macizos. Así pues, la deuda externa se multiplicó ente 2000 – 2010, y sus consecuencias posteriores amentaron con las desigualdades, al tiempo que lo hacía el crecimiento.

Durante la mayor parte de 1990, la estabilidad del peso respecto al dólar, y con ella la del sistema internacional de pagos, ya no se basó más en las reservas del Banco Central, sino en la disposición de los Bancos Centrales Norteamericanos y Europeos, presionados por el gobierno de los Estados Unidos, a no cambiar sus dólares por pesos, euros o yenes, y a unirse a un bloque de países “donantes” de Haití o cumbres mundiales.  En 1965, EEUU agotó sus recursos estratégicos, su economía doméstica se disolvió, con lo que, de hecho, se puso fin a la segunda fase de adhesión capitalista en cien años, 19072007, a la convertibilidad del dólar, formalmente abandonada en 1971 con Nixon, y con ella, la estabilidad del sistema internacional de pagos, cuyo dominio por parte de los prestamistas del Fondo Monetario o de cualquier otro casino, tocó a su fin.

Cuando acabó la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, la hegemonía económica norteamericana había quedado tan mermada que ni siquiera podía financiar su propia hegemonía militar. La guerra del Golfo de 1991 contra Irak, por ejemplo, una operación militar esencialmente de la inteligencia norteamericana, la pagaron, con ganas o sin ellas, la clases medias latinoamericanas o terceros países que apoyaban a Washington y fue una de las escasas guerras económicas en la que EEUU y sus aliados del G-7 sacaron pingües beneficios. Por suerte para los infelices iraquíes, según  Busch hijo: “…Todo terminará en cuestión de días…” a mediados de los años ochenta la economía norteamericana entró en lo que se ha denominado la Era perdida. Más adelante, durante la época de bonanza de las privatizaciones, ya se había profetizado una grave crisis socio económica posterior “…esperando…” así lo creía o afirmaba su portavoz, Antonio Isa Conde, por ejemplo: “…Desencadenaría una nueva década de prosperidad económica…”. En realidad, sus consecuencias fueron justamente las contrarias. Sin embargo, lo que nadie esperaba era la extraordinaria generalidad y profundidad de la crisis post revolución que se inició, como saben incluso los neoliberales no historiadores del status quo existente, con el derrumbe de la Bolsa de Nueva York el 29 de octubre del ano de 1929.

Las privatizaciones constituyen un acontecimiento negativo de extraordinaria magnitud para las finanzas públicas nacionales, que supuso poco menos que el colapso de la economía capitalista dominicana, que parecía atrapada en un círculo vicioso, donde cada descenso de los índices económicos, exceptuando los falsos datos del desempleo, que alcanzó cifras astronómicas, reforzaba la baja en el crecimiento de todos los demás renglones del PIB. Como señalaron los economistas del Banco Central, aunque nadie los tomó muy en cuenta, la dramática recesión de la economía dominicana no tardó en golpear los bolsillos del gran núcleo de clases medias urbanizadas. La gran compañía de sector eléctrico, CDEEE, perdió dos tercios de sus ventas entre 1990-2000 y sus ingresos netos descendieron el 50 por ciento en una década. Se produjo una crisis en la producción de artículos de primera necesidad, tanto alimentos como materias primas, dado que sus precios, que ya no se protegían acumulando existencias como antes, iniciaran una caída libre, cuando no, se especulaba en grande. Los precios del azúcar y del cacao cayeron en dos tercios y el del oro en bruto en tres cuartos. Eso supuso el hundimiento del comercio exterior que dependía de unos pocos productos primarios. En definitiva, ese fenómeno transformó la depresión en un acontecimiento literalmente mundial.

Las economías de Santo Domingo, Santiago, La Romana y San Francisco de Macorís, extraordinariamente sensibles a las privatizaciones, también resultaron afectadas. La desaparición temporal de la agroindustria conllevó también la del 50 x 100 del arroz que se enviaba a la mesa de los capitaleños.

Simultáneamente, el precio del arroz de derrumbó y afectó a los grandes arroceros del Sur y del Nordeste de la isla. Como el precio del trigo se hundió en el mercado internacional, más espectacularmente que el del arroz, se dice que en ese momento muchos dominicanos sustituyeron este último producto por el plátano.

Sin embargo, el “boom” del pan de “agua” y el de los vegetales de ciclo corto, si es que lo hubo, empeoró la situación de los agricultores en los países importadores de arroz como Haití. Los campesinos intentaron compensar el descenso de los precios aumentando sus cultivos y sus ventas, subsidiados por el Ministerio de Agricultura, y eso tradujo en una caída adicional de los precios.

Esa situación llevó a la ruina a los agricultores que dependían del mercado especulativo, especialmente del mercado de permisos de importación, salvo en los casos en que pudieron volver a refugiarse en un “conuquismo” de subsistencia, último reducto tradicional del campesinado.

Irónicamente, eso era posible en una gran parte de las cooperativas del sub mundo capitalista desarrollado, y el hecho de que la mayoría de la población de la Capital y Santiago y de la “línea” fuera todavía campesina le permitió al estado dar vueltas a la situación. INESPRE, por ejemplo, se convirtió en la ilustración perfecta del despilfarro del capitalismo y de la profundidad de la crisis de las privatizaciones, con sus burócratas que intentaban desesperadamente impedir el hundimiento de los precios quemando el arroz en lugar del carbón en las haciendas arroceras.

De todas maneras, para los capitaleños que aún vivían del campo en su inmensa mayoría, las privatizaciones de los años noventa fue mucho más llevadera que los cataclismos financieros de los años ochenta, sobre todo porque en aquella crisis las expectativas económicas de la población pobre eran todavía muy modestas.

Sin embargo, los efectos de la crisis capitalista se dejaron sentir incluso en las provincias agrarias. Así parece indicarlo el descenso en torno a los dos tercios de las importaciones de azúcar, harina, pescados en conserva y arroz, donde el mercado del  cacao se había hundido completamente, por no mencionar el recorte de las importaciones de carne en un 90 x 100. Para quienes, por definición, no poseían control o acceso a los medios de producción – pienso ahora en los vendedores ambulantes de la Lincoln con 27 – , es decir, para los hombres y mujeres que trabajaban a cambio de una recompensa, la principal consecuencia de la depresión capitalista y del consumo, fue el desempleo en una escala inimaginada y sin precedentes, y por mucho más tiempo del que Temístocles Montás y su tribu de analistas pudiera haber previsto. En los momentos peores de la crisis, los índices de paro se situaron entre el 22 y el 30 por 100, a ojo de buen cubero.

Además, la recuperación que se inició a partir de 1986 no permitió reducir la tasa media de desempleo de los años setenta. Nadie podía recordar un estancamiento económico de tal magnitud en la vida de los trabajadores. Lo que hizo más dramática la situación fue que el sistema público de seguridad social, incluido el subsidio de desempleo, no existían, en el caso de la República Dominicana, o eran extraordinariamente insuficientes, según nuestros criterios actuales, sobre todo para los desempleados del IDSS en períodos largos. Esa es la razón por la que la seguridad ha sido siempre una preocupación fundamental de los trabajadores: protección contra las temidas incertidumbres socio políticas de desempleo, es decir, los salarios, la enfermedad o los accidentes y contra la mortal incertidumbre de una vejez sin ingreso.

Eso explica también que las clases medias bajas y los trabajadores soñaran con ver a sus hijos ocupando un puesto de trabajo de segunda o tercera categoría modestamente pagado pero seguro y que le diera derecho a una jubilación y, por supuesto, el acceso a una “caja de muertos” en Savica. Aquellos que se habían acostumbrado a trabajar en el estado o a atravesar períodos de desempleo cíclico, comenzaron a sentirse desesperados cuando, una vez hubieron gastado sus pequeños ahorros y agotado el crédito en los mercados populares de alimentos, veían imposible encontrar un trabajo.

De ahí el impacto traumático que tuvo la política de privatizaciones del modelo económico de las élites de los partidos políticos tradicionales en su conjunto: El desempleo generalizado, consecuencia primera y principal de la depresión económica para el grueso de la población. Poco les podía importar que las clases medias y los trabajadores, los historiadores de la economía dominicana y la lógica puedan demostrar que la mayor parte de la mano de obra que estuvo empleada, incluso durante los peores momentos de CORDE, por ejemplo, había empeorado notablemente su posición, dado que los precios aumentaron durante todo el período de privatizaciones y que durante los años más duros de la devaluación sistémica del peso los precios de los alimentos cayeron más rápidamente que los restantes productos.

La imagen dominante en la época pos revolución era la de los comedores económicos de beneficencia, de escasez y la de los pedigüeños que desde las zonas francas y las haciendas ganaderas convergían hacia la capital de Santo Domingo o Santiago de los Caballeros para denunciar a los que creían responsables de la situación. Por su parte, la élite empresarial y las políticas tradicionales eran conscientes de que el 50 x 100 de los afiliados a la seguridad social eran desempleados.

No puede sorprender que el desempleo fuera considerado como una herida profunda en la democracia representativa pos revolución, que podía llegar a ser mortal, en el cuerpo político. “…Después de las privatizaciones….” – escribió un editorialista en el periódico vespertino “El Nacional de Ahora” durante la era del crecimiento económico y la estabilidad…”: “…el desempleo ha sido la enfermedad más extensa, insidiosa y destructiva de nuestra democracia, es la enfermedad social de los parámetros del crecimiento macroeconómico…” Nunca hasta entonces, la historia de la economía dominicana desde la convención Domínico-Americana, 1907 hasta la firma de adhesión, “A la pura y simple”, 2007, DR-CAFTA, por ejemplo, habían podido escribirse esas palabras, que explican la política de pos guerra de los gobiernos dominicanos mejor que cualquier investigación de archivo. Pero, ¿Cómo acabaría todo? ¿Sería posible salir de este círculo vicioso? En la próxima entrega se analizarán las consecuencias políticas inmediatas del fenómeno neoliberal, el episodio más traumático en la historia del capitalismo de los últimos 100 años, pero es necesario que también otros puedan referirse al tema sin demora a su más importante consecuencia a largo plazo: Cambio.

 

Por Juan Carlos Espinal

Comenta

[wordads]