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23 de abril 2024
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OpiniónJonathan GómezJonathan Gómez

EUROPA en modo desconexión

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Tras el tratado firmado en París, el cual institucionalizó la antesala de lo que hoy conocemos como Unión Europea, se fraguó bajo una intención firme de estrechar lazos de hermandad tras la Segunda Guerra Mundial y buscar romper las barreras, los miedos y las fronteras que impedían la buena sinfonía que, al margen de las diferencias de culturales, lingüísticas y de organización, primaba un propósito bien definido y era la idea del crecimiento económico y la paz verdadera.

Para entonces, el enfoque era claro y preciso, porque había conciencia de la necesidad imperante que anhelaba la sociedad europea, por tanto, la revolución estaba en marcha, aunque solo fuera en el marco teórico, ahora había que iniciar el aparato diplomático, aspecto estratégico en este tipo de negociaciones.

La parte política es la clave para la realización de conquistas trascendentales a lo largo de la historia de la humanidad y, en este caso, se daba cita una de las grandes materializaciones de la civilización europea. La probabilidad de éxito en esta operación para convertir en realidad lo que algunos consideraban un utopía era alta, en contraposición a un ínfimo porcentaje de fracaso, aunque en cualquier caso, valía la pena intentarlo.

Y es que Robert Schuman y Jean Monnet supieron conectar con las necesidades de los ciudadanos, quienes deseaban igual que ellos una paz, estabilidad y crecimiento económico permanente en el tiempo. Esa conexión ha conseguido mantenerse por casi 70 años y ha proporcionado a los países miembros de la unión, una confianza tanto a nivel económico, jurídico, político y social, solo comparable con la época romana, guardando las diferencias.

Tras los embistes y retos que asumió el proyecto europeo en todos estos años, en la actualidad afronta algunos que difieren de la esencia misma de la unión, pero que parecen estar en una parte del sentimiento de los europeos, algunos de ellos euroescépticos.

La cuestión migratoria e identitaria es la principal preocupación de los más importantes miembros de la unión y viene protagonizando episodios que causan grandes titulares y ocasionan serias repercusiones. Es alarmante ver como el populismo xenófobo crece en Europa, pero también es inquietante ver como Bruselas parece que mira a otro lado y se dedica a veleidades como el cambio de hora, sin afrontar los verdaderos retos del proyecto europeo con estrategias bien definidas, con una hoja de ruta que consiga conectar con los ciudadanos, igual que lo hicieran en su día los impulsores de la Unión Europea.

Países como Francia, Suecia, Finlandia o Noruega, experimentan en estos momentos una fragmentación que distorsionan y comulgan muy poco con los valores que sostienen la unidad de Europa bajo una bandera amparada legal y legítimamente en un parlamento, que pronto sufrirá cambios tras las elecciones europeas.

Bruselas no puede permitir que el virus del populismo racista contagie a países nórdicos modélicos por su calidad democrática, tolerancia, garantes del Estado de Social y de Derecho sin discriminación alguna. Un fracaso en ese aspecto abriría grietas dentro de la sociedad europea y en las instituciones que sostienen la unión, por tanto, sería el inicio latente de una grave crisis.

El mensaje a Bruselas, por parte de los ciudadanos europeos es directo, porque resulta que los partidos populistas, fanáticos, extremistas, están cosechando en tierra fértil y están consiguiendo formar parte del poder político en los parlamentos de los países miembros de la Unión Europea y se teme que tomarán parte del poder político dentro del parlamento europeo.

POR: JONATHAN GÓMEZ

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