Érase una vez, la política cargaba esperanza…

Por Emil J. Santana miércoles 24 de mayo, 2023

Los años recientes nos han enseñado muchas cosas, como también nos han orientado en olvidar algunas y omitir aquellas relevantes. La política actual ha olvidado sus prioridades, la búsqueda de consenso, la búsqueda de felicidad y la búsqueda de desarrollo económico, digamos que estos solo son síntomas de una enfermedad grave, una crisis de representación política.

El político, para ejercer de forma coherente y eficaz su labor de representación política, debe conocer a quien representa dentro de la ficción del “pueblo”. En la actualidad, cuesta identificar esos elementos de cohesión social que históricamente marcaron la labor política de ‘conectar con la gente’, y no podemos ser mezquinos, claro que siguen ahí, pero el ejercicio de la política actual les ha agregado como ingrediente estrella, el miedo. Ese discurso político y labor de representación parece que solo puede construirse en base al miedo, “defiendo tal causa por miedo a perderla” no por interés de mejorar y construir algo bueno.

La gente misma se ha trazado al compás del miedo para definir sus preferencias políticas, por convicción o resignación, se ha olvidado del valor de construir, unir, apreciar, reformar las cosas buenas, antes que implosionar la sociedad con promesas revolucionarias y populistas.

Quien ha calentado este problema no es nada más que una clase política más que desconectada, alejada de la realidad, casi inexistente. En gran mayoría, los actores de la clase política son buenos enumerando los problemas de la sociedad, las cosas que están mal y lo que no les gusta, pero todos suelen fallar en lo principal: ¿qué plan de gobierno y nación tienen frente a estos problemas? Y más aún, ¿cuáles son las vías de esperanza para la población? Esas vías de esperanza que, desde el realismo y la seriedad, sirvan para impactar en la moral de la gente con la intención de involucrarlos en el propósito compartido de siempre ser mejores.

A partir de esto, es un llamado de atención a una clase política que parece que la labor de representación ha bajado en sus prioridades, una clase política segmentada y en ocasiones sesgada por burbujas de conocimiento, y no identifican en su justa dimensión la importancia de saber qué quiere y piensa la gente. Este síntoma es algo sistémico, de izquierda a derecha, tenemos actores políticos que estudian en las mismas universidades, coinciden en el ocio e intereses y replican como tradición el consenso de escritorios sobre el popular. Sea de la ideología que fuere o la actitud política que representen, al final terminan coincidiendo en todo, evitando generar el valioso resultado de contraponer ideas potenciando las necesidades de la gente en el debate público.

En virtud de lo cual, el sentimiento de negligencia para con la gente crece, y se desarrollan figuras populistas que si conocen los problemas nacionales que enfrenta el ciudadano de a pie y no tiene miedo a hacerlos como suyo, y más que esperanza lo que prometen son sueños y utopías para reconfigurar nuestras sociedades a antojos, sesgos e incongruencias propias. Y esto es un verdadero problema para el objetivo conceptual de la política, de saber brindar esperanza mientras se afrontan los problemas que invaden al ciudadano. Muchos dentro de la clase política prefieren deslegitimar y otros menospreciar el impacto de los populistas, quienes terminan siendo fenómenos políticos efectivos, antes que asumir con responsabilidad una tarea de reflexión sobre cómo represento al ciudadano mejor, para que vuelva a confiar en un proyecto de esperanza antes que la utopía mágica y revolucionaria.

Muchos líderes políticos en la actualidad evitarían radicalmente pararse frente a un micrófono de una televisión nacional, como Adolfo Suárez lo hizo, y decir “puedo prometer y prometo” porque en definitiva carecen de programas claros sobre cómo resolver problemas nacionales de manera realista, porque históricamente han preferido brindar utopías antes que esperanza y realidad. La acción de la verdadera democracia, aquí procederé a parafrasear a Felipe González, no se refiere tanto de aparecer o no frente a la opinión pública, sino de aparecer cuando el país lo demanda, para seguir la acción de gobierno y/o oposición, para explicar éxitos y fracasos, para seguir dándole al pueblo una inyección permanente de moral frente a los fracasos.

La crisis de representación se presenta aquí, en ese carente mensaje de esperanza, en todos los temas fundamentales que tiene planteados la política, la economía, la seguridad y la mejora constante del dominicano. El ciudadano de a pie no sabe que plantea “la política tradicional” en cuanto a esto, por ello, es necesario que se clarifique de forma paralela a esas dificultades que todos saben, cuáles son esas vías de esperanza en verdad para los dominicanos y dominicanas, una oferta de respuesta a los problemas de nuestro país, oferta amplia y programática desde la realidad, capaz de sacar adelante al país y capaz hacer renacer la esperanza, eso que se perdió y a pasos pequeños hemos venido recuperando.

Entonces se vuelve válido cuestionar, ¿podrá la política reconquistar la esperanza en la gente? Definitivamente el ejercicio de la política la tiene difícil, agregándole por demás que últimamente se ha caracterizado por pedirle sacrificios a la gente resultando en pobres retribuciones. Pero ya va tiempo que la política sea una que ofrezca caminos de salida realistas y coherentes, desde la defensa de las instituciones democráticas, con el objetivo radical de brindar esperanza a la lucha constante y continua que cada dominicano se plantea para seguir sus sueños y metas, así una vez por todas, podremos saber qué responder cuando nos pregunten: ¿dónde quedó la esperanza dentro de la política?

Por Emil J. Santana

El autor es consultor

Comenta

Apple Store Google Play
Continuar