No creo que el asunto, de comprobarse, sea nuevo; pero, desde 2020 hacia acá, los casos han aflorado y trascendido a la opinión pública con inusitada recurrencia, en evidente síntoma de que no todos estamos aptos para ejercer, con apego al respeto y la decencia, posición alguna de poder por más encumbrada o baja que se nos confiera.
Por supuesto, nos referimos a los varios casos de “acoso laboral” o “sexual” que se han venido denunciando, algunos de los cuales han llegado hasta los tribunales y otros quedado en cortina de humo o imaginarios -o bajaderos- de “arreglos” silenciosos. Sin embargo, en ningún caso debe pasar desapercibido la recurrencia, ni mucho menos la patológica.
Hay que auscultar, social y clínicamente, qué genera ese tipo, vergonzoso, de desenfreno y posible abuso de poder en ciertos “funcionarios” en el ámbito de la administración pública; aunque no hay que descartar que el fenómeno, igual, se exprese en el sector privado, pues sus gerentes o detentores no son suizos…..
Porque no es normal tal recurrencia, al ritmo que espanta y alerta, pues no hay que pensarlo dos veces para sospechar que, al menos, por los casos, haya algún tipo o perfil de funcionario proclive a esos desmanes enfermizos. Es como para que las actuales autoridades (en los tres poderes públicos), antes de nombrar o contratar, revisen el historial clínico-psicológico del futuro incumbente, postulante o candidato, así sea para alcalde pedáneo, pues hay gente que se embriaga de poder y no ve más que faldas donde solo hay servidores públicos o empleados que hay que respetar -sin distingo de género o condición social-. De ser ese el caso, sin duda, estamos ante una situación grave de salud pública -que, incluso, especialistas de la Salud Mental ya han llamado la atención- y de ultraje a la dignidad de la persona que hay que encarar sin dilación -como manda la Constitución y las leyes-.
Y no hay que politizar el fenómeno o asunto, pues existe la posibilidad de que la patología no sea nueva sino que, en los casos actuales, quizás, se dé con menos disuasión, temor a la denuncia; o quien sabe, porque podríamos estar, como sociedad, ante posibles “enfermitos” patológicos o, de cuestionable embriaguez de poder, o de ambas vergonzosas situaciones a la vez. De cualquier manera, algo preocupante y de salud pública mental. No obstante, ¡Encaremos el fenómeno ahora!
Por: Francisco S. Cruz