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25 de abril 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

Encantadores de masas

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La política de hoy es la de las sonrisas y los comportamientos fatuos. Quedó en el pasado el levantar la bandera de las promesas de las soluciones económicas y sociales.  Los partidos dejaron de ser frentes de masas, para convertirse en clubes de redes sociales.

Son parte del pasado las grandes manifestaciones políticas. Las acciones de masas que estremecieron al país en el siglo 20 se quedaron en los recuerdos. Hoy vende la televisión y las redes sociales. Se ha perdido la fe en los políticos, y surge la pasión por la personalidad creada por publicistas.

En un país sumergido en el barro del hambre, de la miseria, de la corrupción y de la violencia social, es desesperanzador que no haya interlocutores políticos, sino clics de computadoras. Las promesas no son hechas en el cara a cara, sino por el guiño de las  redes digitales.

Lo importante no es tener a políticos de nuevo cuño con la cabeza en el aire y los pies sobre arena movediza o tierra resbaladiza. Hace falta la sensibilidad humana en la política, el oler el tufillo de la miseria y el hedor de la exclusión social.

La política dominicana, con miras a  unas futuras elecciones, tiene que dar demostraciones de solidaridad, de querer soluciones a los problemas sociales y comunitarios. No puede ser un político de chateo, mientras menosprecia la triste realidad que está a su alcance.

Hay que salvar al país de los creadores de imágenes, de los falsos dirigentes políticos, de los pescadores de facilidades personales, moviéndose en el dolor ajeno. El camino será difícil, pero el pueblo se debe apoderar de forjar su destino

La primavera árabe demostró que las redes sociales no van a solucionar los problemas. No van a lanzar revoluciones. A lo más que llegaran es a ser ilusionistas para campañas electorales donde gana el que tenga más dinero para distribuir. Los dominicanos necesitan realidades, y no que surjan más encantadores de opinión pública. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

Por Manuel Hernández Villeta

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