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23 de abril 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

En Semana Santa

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En su ministerio de unos tres años, Jesús evolucionó y revolucionó el mundo. Hoy su mensaje, explicado por sus discípulos y apóstoles, es seguido por millones de personas. Habla de la redención espiritual, de las flaquezas existenciales, y siempre poniendo en primer lugar el bienestar del ser humano.

Jesús llegó a utilizar el látigo contra los mercaderes, para aquellos que el ser humano era una pieza secundaria, y únicamente les interesaban los bienes materiales. Se enfrentó a segmentos de esa sociedad que buscaban permanecer en un poder condicionado por el imperio romano.

Jesús llegó sin ejércitos, sin matones, sin publicistas, en su trajinar por la franja de terreno donde le tocó hacer su ministerio solo levantó los brazos y la mirada al cielo, pidiendo paz, sanando enfermos y resucitando muertos.

Siendo el mensaje cristiano de paz, llamando siempre a la concertación y al bien, no tiene explicación que las guerras más sangrientas de la humanidad hayan sido por desavenencias religiosas, o imposiciones de conquistas de tierras ignotas.

Es el caso del descubrimiento del llamado Nuevo Mundo, o sea lo que hoy es América Latina, los conquistadores llegaron junto a la cruz y el predicador para imponer el cristianismo a punto de lanza y de hogueras encendidas para quemar vivos a los indios.

La llamada conquista de América constituye una página de un cristianismo ambientado en preceptos económicos, y de apuntalamiento de reyes y jerarquías, pero que abandonó la protección del indefenso, y a golpe de sangre y muertes justificó el sacrificio de millones de seres humanos.

Falsos profetas, mancillando la Biblia bajo el brazo, también han utilizado la prédica cristiana para aposentar golpes de Estado, tiranías, para apuntalar el dominio de castas sociales indiferentes ante los problemas de la mayoría. Falsos profetas que dan la espalda al hambriento y al enfermo, ejecutando un cristianismo falso e irresponsable.

El mundo de hoy necesita la concertación, el diálogo, la integración, y en alcanzar esas metas los cristianos juegan un papel estelar. Los que hacen de la Palabra de Jesús un verdadero sacerdocio, sin inclinar pensamiento y acción por conveniencias de salto social.

Los profetas pueden adecuar su verbo a sus inclinaciones personales, a su provecho económico, a sus frustraciones y egos, pero la Biblia no miente. Jesús ya desnudó a esos falsos profetas que llegarían a predicar en su nombre, y solo buscarían los beneficios personales. ¡Ay!, se m acabó la tinta.

 

Por Manuel Hernández Villeta

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