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24 de abril 2024
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OpiniónErnesto JiménezErnesto Jiménez

¡El valor económico de la integridad!

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“La integridad y la honestidad son por mucho los activos más importantes de un emprendedor”. Zig Ziglar

 Los principios éticos y morales que dan fundamento a la vida en sociedad en ocasiones son percibidos como elementos poéticos y etéreos que no retribuyen materialmente al portador. Este pensamiento se ampara en la tradicional creencia de que solo a través de mañas, argucias y artimañas se pueden obtener satisfacciones pecuniarias que, sirvan de protección ante un mundo que, con alarmante frecuencia, tiende a resultar implacable y cruel.

 Ese tipo de argumentos, aunque a simple vista pudieran parecer válidos, están muy alejados de la realidad. Pues, contrario a como se pudiera pensar, los valores tradicionales de honestidad, transparencia y dignidad son baluartes sólidos que protegen al individuo de la perfidia y la maldad.

Estos principios, al colectivizarse, se transforman, en un ancla de cohesión social que viabiliza las interacciones comunitarias, fortalece los lazos de solidaridad e inclusive, termina siendo un factor determinante en la consolidación de la economía de libre mercado. Es decir, valores como la honestidad son positivos para la economía y para la sociedad.

 La relevancia económica de la moral está presente desde el mismo origen conceptual de la economía clásica. Verbigracia, Adam Smith, considerado como el padre de la economía liberal y conocido apologista del egoísmo individual para maximizar utilidades, fue quien primero planteó, en su libro “Teoría de los Sentimientos Morales” que, la moral tiene valor de mercado ya que surge como producto natural de la interacción humana.

Además, reconoció la relevancia de la empatía y la solidaridad para lograr mayores niveles de prosperidad, lo que se refleja meridianamente en el siguiente fragmento de dicho texto: “Por más egoísta que quiera suponerse a un hombre, evidentemente hay algunos elementos de su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros, de tal modo, que la felicidad de estos le es necesaria”.

 Un siglo y medido más tarde, el economista británico Ronald Coase —premio nobel de economía— en sus estudios que le llevaron a formular la teoría de costos de transacción pudo demostrar la forma en que reglas bien definidas y valores morales como la cooperación y la transparencia son fundamentales para el buen funcionamiento del mercado.

Esto, unido a otras complejas variables, forman un entramado económico-social que privilegia el respeto a los acuerdos y, por demás, favorece a aquellas naciones con mayores niveles de convivencia social, ya que estas, serán más proclives a desarrollar mejores relaciones comerciales entre sus individuos.

 Esos beneficios, que se originan al ejercer buenas prácticas comerciales, impactan colateralmente en otras áreas importantes de la vida económica, como, por ejemplo: el buen nombre vinculado a prácticas de transparencia y honestidad que faciliten las estrategias de marketing. Lo que, en términos simples indica que, es más fácil vender una marca que tiene un nombre limpio que inspira confianza a, vender una marca desacreditada.

En sentido similar, es preferible hacer negocios con un socio honrado que con aquel que tiene fama de fullero. Todos estos elementos sirven para demostrar que la integridad no es simplemente un valor ético que enaltece el espíritu de quien los practica, sino que es un valor estratégico para la economía.

 Sin embargo, no obstante estas evidencias irrefutables, a través de los años un considerable número de agentes económicos han logrado crear ingentes riquezas materiales mediante métodos ilícitos, los cuales, aunque beneficien en principio a un pequeño grupo de personas, al final de cuentas, terminan siendo nefastos para el resto de la sociedad.

Y ante esa realidad, el Estado tiene la responsabilidad de crear un entorno institucional que favorezca el trabajo honrado de aquellos que intentan progresar con dignidad. En especial, porque si no se protege a los que cumplen las reglas, se incentiva la acción de los corruptos y tramposos que ponen en peligro el futuro de la sociedad.

 

  Por Ernesto Jiménez

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