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19 de abril 2024
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4 min de lectura Cumbre

El Sol de los Muertos en Puerto Plata

Nuestro Sol es una estrella joven. En la Tierra prácticamente casi todas las culturas lo consideraban un dios y por eso lo adoraban, todavía algunas culturas así lo conceptúan y actúan en consecuencia. En México los aztecas hacían sacrificios humanos “para mantener vivo“ al Sol (creían éllos) y su nombre, es decir, `los aztecas`, significaba […]

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Nuestro Sol es una estrella joven. En la Tierra prácticamente casi todas las culturas lo consideraban un dios y por eso lo adoraban, todavía algunas culturas así lo conceptúan y actúan en consecuencia. En México los aztecas hacían sacrificios humanos “para mantener vivo“ al Sol (creían éllos) y su nombre, es decir, `los aztecas`, significaba `los hijos del Sol`.

A mí cuando niño me causaba temor cierta apariencia que el mismo adquiría cuando su cabellera normalmente rubia se transmutaba a roja -a partir de ciertas horas de la tarde, no recuerdo de cuáles momentos del año,- porque los mayores decían que era el Sol “de los muertos“ y los niños, con gran miedo, repetíamos eso como un papagayo; hoy como adulto entiendo el placer estético y la inspiración que les causa a los artistas, pintores y fotógrafos la contemplación de sus fascinantes rojas penumbras de apariencia misteriosa.

Aquel recuerdo ya tan lejano en el tiempo produjo un fruto inesperado (sin proponérmelo y sin el más mínimo rebuscamiento ni corrección de estilo ni afiliación a rígidos esquemas de reglas escolásticas de construcción gramatical de estilo literario alguno), que salía incontenible de mi mente por lo que mis manos atinaron a buscar un bolígrafo para descargarlo y plasmarlo en versos libres (totalmente –o, si se quiere, totalitariamente- libres, prácticamente prosa) de la manera siguiente, tal cual se produjo su afluencia:

EL SOL DE LOS MUERTOS EN PUERTO PLATA:

Como si su trayectoria fuera un rito

el Sol atravesó la bóveda

celeste de Puerto Plata, pero esta vez lo hizo

con su cabellera tornada rojo escarlata, y

se situó en el extremo Oeste

durando allí un impresionante tiempo.

Su estancia en ese rincón del firmamento

con sus ardientes llamas rojas refulgentes

tocaba las nubes en el cielo,

estas de blancas aparecían transmutadas en grises carmesí

semejando pedazos -unos pequeños, otros medianos y otros largos-

de algodones de raras tinieblas encumbradas,

y trasudaba color gótico cuasi-espectral y aire de miedo

que la ignorancia agigantaba

y más la amplificación que de esta, a su vez,

hacía la infancia.

Y la sóla mención de su nombre,

“El Sol de los Muertos“, aterrorizaba

Y espantaba.

Aquella ubicación de aquella esfera rojo-luminiscente

pendiente del cielo y estampada en el Occidente

era impresionante y desde allí se yerguía majestuosa,

imponente, inevitablemente dominante

sobre montañas, tierra y océano.

El mundo amarillo cotidiano de repente

y durante largo rato permanecía transformado

en un mundo visible con otro color: el rojizo dominante.

Oeste, Poniente, Occidente con un filtro ocular diferente

para bañar al mundo con él

y muy específicamente los lugares

de la Geografía de Puerto Plata.

Finalmente aquellos rojos resplandores

estertóreos se extinguían y el Sol

se desplomaba por su cansancio

ciclópeo escondiéndose en el

abismo de la lejanía intocable

e inmediatamente después de caer

en las profundidades del abismo

surgía la noche con su negro y obscuro

velo apoderándose de todo.

En la estampa del recuerdo

asociado al Sol de los Muertos

mi mente ve toda la atmósfera observable

así como también Las Lomas de las Bestias,

lo mismo que las lomitas y las lomas

allende Cafemba,

en y allende Cofresí,

en y allende Maggiolo,

en y allende Maimón, etcétera,

que la mirada, desde la ciudad,

hacia el Oeste grabó en mi memoria;

todas ellas, lomitas y lomas, bañadas

por el fenómeno de extrañas luz y sombra.

Sólo el paso del tiempo

y la adquisición de conocimientos

me permitió comprender qué realidad

fenomenológica se escondía detrás de aquel panorama

aparentemente señal advertidora

de un sobrecogedor y terrible próximo acontecer,

y, por ende, del miedo pasar

a aquilatar serenamente

la belleza que se esconde detrás

de semejante panorama.

Atmósfera, Oeste, lomitas y lomas,

todo lo contemplable a la distancia,

haces de luz y de sombra,

todo teñido de rojo,

todo eso son componentes

inexcluibles de mis recuerdos

de El Sol de los Muertos en Puerto Plata.

La última vez que volví a apreciar

el fenómeno fue al contemplarlo,

relativamente reciente, a través de una foto

que descubrí publicada tiempo ha

en un diario digital de Puerto Plata,

tomada dicha foto desde La Puntilla del

Malecón… La fotografía en cuestión

fue tomada precisamente dirigida

la cámara hacia el Oeste, al verla, increíblemente

pude apreciar nuevamente atmósfera, océano, Oeste, lomitas y lomas,

todo lo contemplable a la distancia,

haces de luz y de sombra,

todo teñido de rojo,…

La cámara del fotógrafo reprodujo,

con una ligera variación de ubicación de la contemplación,

exactamente el mismo paisaje almacenado en mi memoria.

Esta vez pude disfrutar ampliamente,

más que nunca, el ver

ese paisaje bajo la luz rojiza

de El Sol de los Muertos

en Puerto Plata, que, en realidad,

nada tiene que ver con muertos, al contrario,

es otra manifestación de la vida resultante

del contacto del Astro-Rey con esta tercera piedra

colocada después de él.

Por Gregory Castellanos Ruano

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