Es interesante observar la actitud de la población respecto a los sectores de poder, bien sean funcionarios, políticos o empresarios. La gente se ha estado haciendo incrédula. Cada vez menos confía en las instituciones y en las personas. Con frecuencia olímpica se duda de todo el que anda en la vida pública, no importa su rol.
Eso hace que mucha gente decente quiera mantenerse fuera de los alcances de la opinión pública. Muchos hacen su propio encierro creyendo que le sobrevivirán a ese mundo marrullero y complicado.
Es evidente que la incredulidad está relacionada a la falta de transparencia e impunidad en que nos hemos desenvuelto, sobre todo en la democracia. Debemos recobrar la confianza.