Sin duda alguna que uno de los lugares más tristes de la faz/rostro de la tierra, es la casa del luto; esto es funeraria, o lugar donde se esté velando el amado cuerpo inerte de una flor camino al prado celestial.
Recién, visite una funeraria en la Avenida Abrahán Lincoln, y esto fue lo que me ocurrió, un amado amigo, al que tengo afecto de hermano carnal (Danilo Correa); estaba deshecho por la muerte de su querida, amada esposa Mercedes.
Tan pronto me vió llegar me echó el brazo, y juntos caminamos como en procesión hasta el féretro, los dos nos miramos frente a frente (cara a cara); y en seguida con voz dulce de sus adentros mira a su señora fallecida y contemplando su rostro lleno de ternura le dice, “ Mercedes, amor, Elías está Aquí”, volvemos y nos miramos otra vez y nos retiramos.
Es que, “mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres”: Eclesiastés 7:2.
Un día pensé hacerme varias preguntas: ¿adónde van los besos olvidados? ¿Cuál es el destino de las caricias pasadas? ¿A dónde van las promesas de otros tiempos?
Entonces me respondí para mis adentros, al valle de los besos/huesos secos de los amores olvidados, de los sueños perdidos, de las esperanzas quebrantadas, de los sueños truncados, de los planes trucados, de las esperanzas rotas.
Todo está en compartimientos estancos del cerebro gris, de los que amaron al menos una vez; si ese espacio fuera físico y se pudiera ver tocar sería un lugar de lamentos para los que amaron, y algo trivial para los que olvidaron, pero sin dudas alguna sería uno de los lugares más tristes del globo terráqueo.
Un solo lugar superaría, tanta tristeza, tantos quejidos, tanto pesar: el mismísimo infierno.
Por Víctor Elías Aquino