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24 de abril 2024
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OpiniónHuberto Bogaert GarcíaHuberto Bogaert García

El exhibicionismo

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Hace unos días, yendo a buscar a mi hijo al colegio, me encontré con un médico amigo que me sugirió que escribiera sobre el exhibicionismo. A su juicio, se comete una injusticia cuando se hace creer a la colectividad que las personas que padecen este trastorno son unos delincuentes, capaces de cometer atrocidades. En realidad, mi amigo tiene razón. El exhibicionista no es un violador potencial; por el contrario, busca con el espanto de su espectador –generalmente una adolescente o una mujer comedida- reasegurar su frágil masculinidad. En efecto, el shock que él provoca en el otro le permite atenuar su angustia de castración.

 

El exhibicionista es un sujeto que en su infancia no pudo superar el complejo de castración y se vio obligado a recurrir al mecanismo de denegación para defenderse de la angustia. Normalmente, tanto el niño como la niña se interesan en la diferencia sexual a partir de los 4 años, y asumen su identidad sexual renunciando a una bisexualidad psicológica correlativa a su vinculación identificatoria con ambas figuras parentales. A partir del cuarto año de vida, el menor empieza a descubrir su pertenencia sexual al grupo de los varones o al de las hembras. Con anterioridad a esta edad, a pesar de su sexo biológico y de sus inclinaciones genéricas, el niño y la niña no han comenzado a asumir psicológicamente su identidad sexual.

 

En el caso del exhibicionista, su inseguridad lo lleva a mostrarse, a mostrar su pene, mediante un gesto impúdico, antisocial, contrario a las costumbres, pero que en modo alguno constituye una amenaza a la integridad de sus congéneres.

 

No obstante, ¿qué se puede recomendar a las “víctimas” del exhibicionista? Actuar sin temor ni ironía, observando lo que se le muestra con madurez. Al fin y al cabo, el pene no es más que un órgano de carne, y las connotaciones fálicas desmesuradas, las atribuciones imaginarias que convierten al pene en “un instrumento del mal”, se corresponden con una cultura que hace del goce un objetivo “hipertrofiado”.

 

Recuerdo el caso de un paciente exhibicionista que, por el empeño puesto en su psicoterapia, había logrado avances notables. Sin embargo, permanecía en él un trasfondo patológico que aún no habíamos logrado elaborar. Un buen día decidió consultar a una hermosa dermatóloga para que le curara una lesión que tenía en el glande. La joven profesional, después de pedirle que se desnudara, le agarró el pene y lo examinó. El señor P. le advirtió, no sin cierta morbosidad, que tuviera cuidado porque “aún reaccionaba”. No obstante, la doctora, más ensimismada en el diagnóstico que en el comentario del sujeto, todavía con el pene en la mano, le dijo: pierda cuidado, la medicina que le voy a indicar no afectará su potencia viril”.

 

Al día siguiente en nuestra consulta, el señor P. duró toda la sesión refiriéndose al profundo sentimiento de frustración que le produjo el comentario final de la doctora. En ese sentido, conviene recordar que el mejor “antídoto” para un exhibicionista es la naturalidad.

 

Por: Dr. Huberto Bogaert García

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