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23 de abril 2024
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OpiniónGregory Castellanos RuanoGregory Castellanos Ruano

El discurso utópico

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La Historia de todas las sociedades siempre muestra a un grupo o a un cabecilla de un grupo que dice actuar en nombre de todos y para beneficiar a todos, que dice representar a todos.

Es el discurso con que ese grupo o ese cabecilla de grupo pretende legitimarse para actuar con esa cobertura o disfraz para ocultar sus reales propósitos, sus desatinos, sus desvíos y sus aberraciones.

Todo comienza manejando el concepto de la sociedad de que se trate como una comunidad imaginada y fraterna. Es un producto discursivo lo que se elabora y se propala. Pero ese concepto no captura las circunstancias reales y oculta a la sociedad como un espacio de contraposición y colisión. Con ese amalgamamiento se diseña y se elabora entonces el constructo. Y lo que no es verdadero pasa a ser algo absolutamente indiscutible.

Quien o quienes atentan contra el uso y el mantenimiento de ese disfraz, de esa ocultación, de ese doble fondo, de los reales propósitos, de esos desatinos, de esos desvíos y de esas aberraciones son enemigos a los que hay que destruir y para eso se usa y se abusa del instrumental del que se tiene a manos para echar mano de él y con él aplastar al o a los que cuestionan las simulaciones con las que se pretende vender el cabecilla de la impostura pretendidamente adornada para pretender «legitimidad« (¿?).

Para tratar de impedir esas imposturas adornadas las sociedades tratan de establecer normas que supuestamente sirven de parámetros para que no ocurran los desbordamientos, pero estos están condenados a producirse fatalmente cuando una mentalidad perversa pervierte el uso del instrumental creado para sentar esos parámetros y ese instrumental es desviado de sus fines al ser usado como arma de guerra contra el enemigo y contra el disidente.

Todo eso ocurre en las sociedades pequeñas (entre ellas hasta los gremios) y que se dotan de estatutos, que existen dentro de la sociedad amplia que se dota del Estado, así mismo también ocurre en las instituciones de este.

De tal suerte que así como dentro de la administración del Estado pueden surgir especímenes que hagan de la Constitución y las leyes algo meramente semántico, el mismo fenómeno puede ocurrir dentro de las sociedades pequeñas donde la propia Constitución del Estado y su propia normativa (la de la sociedad pequeña de que se trate) son mandadas a guardar cuando la necesidad de preservar el mantenimiento de lo indebido y de sus intereses creados al respecto se lo manda porque de lo contrario el disfraz y la careta griega quedarían en evidencia, todo se revelaría en su total desnudez.

Así se produce una contradicción notoriamente apreciable, entre la fachada creada y la realidad.

Hitler fue Hitler porque los mecanismos democráticos (Justicia, prensa, etcétera) fallaron, pues Hitler era Hitler en el seno de su organización previo a su ascenso al poder.

Lo mismo ocurrió con Rafael Leónidas Trujillo Molina. Este era Trujillo desde mucho antes de su llegada al poder como Presidente de la República. La Justicia no funcionó ni respecto de él ni respecto de algunos de sus hermanos, la Justicia adoptó una postura innatural; y la prensa, lejos de cumplir su cometido, disparaba muchos elogios y cuando no los disparaba silenciaba aspectos que de ser recordados o relievados con mucha probabilidad el camino hacia el poder le hubiera sido bloqueado, lo innatural allí también prevaleció.

La complicidad social funcionó, hizo su tarea, y se llegó a donde se llegó. En los casos de los dos ejemplos citados se pasó de la sociedad pequeña o de la institución en la que dominaban a la sociedad más amplia de todas, la sociedad general, y de ahí al Estado, a timonearlo. El discurso utópico sirvió de mucho e hizo su papel.

Por Lic. Gregory Castellanos Ruano

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