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25 de abril 2024
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OpiniónGerson de la RosaGerson de la Rosa

Educando jóvenes generaciones sin miedo, que dan miedo

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Muy lejos tenían las generaciones hoy padres de la degradación social, familiar y educativa presente en nuestro país. Los valores, el estilo de vida y nuestras aspiraciones, provocaban escepticismo y hasta repulsión ante las noticias de los aconteceres y la incomprensión de la interrelación en los países desarrollados, especialmente los Estados Unidos.

La llegada de los neoliberales al poder en nuestro país y sus reformas judiciales, económicas, sociales y educativas, por una parte enriquecen a un grupito y por la otra, institucionalizan un sistema de desigualdades que empobrece, divide y degrada al ser dominicano.

Hoy, las instituciones de base, son meras entelequias cuya dirigencia están carcomidas hasta los tuétanos por la corrupción. Allí donde no han podido penetrar por su alta moral, la han dividido y difamado sus cabezas. En esta vorágine, la escuela no ha sido la excepción: los tres planes decenales han sido tractores que arrancan y arrastran nuestra idiosincrasia, identidad y espíritu.

Expertos en distracciones y manipulaciones deciden construirse una escuela a su imagen y semejanza. Tres planes decenales han servido para desmontar la escuela tradicional y el exitoso plan de reforma, soportes del potencial intelectual, científico y técnico todavía vigente. Una escuela con raíces propias, aunque tenia muchas deficiencias a mejorar lleva un avanzado y progresivo cambio por un copy paste de sabe Dios que procedencia. Este no da pie con bola y va de fracasos en fracasos.

Los “hacedores” de la política educativa creen que el solo hecho de hablar de constructivismo, educación basada en valores o por competencia y proyectos, se va a hacer la luz. Súmesele a eso la enfermiza táctica de, como ayer hacían los esclavistas de culpar al esclavo de las deficiencias de aquel sistema, hoy se culpa al magisterio de los males en el aprendizaje. Se obvia, y es notorio la insania, la irresponsabilidad de los padres, de las comunidades de procedencia de los educandos, de los medios de comunicación, de los empresarios, veedores sagaces del gasto del cuatro por ciento aquel y por ultimo de los propios muchachos que ven su responsabilidad en otros.

Se insiste en el reconocimiento de los derechos de las jóvenes generaciones, Estas, perfectamente lo entienden. El desbalance surge cuando notamos, nos imponen y se desconoce las responsabilidades y los deberes como parte fundamentales de la formación, para tener individuos equilibrados. ¡Hay que recordar, si ni queremos alimentar las muertes entre jóvenes, los atracos, las delincuencias y los intercambios de disparos, hemos de revisar lo que queremos, hacemos y hacia donde encaminamos a nuestros sucesores.

Pena, vergüenza y desencanto son los sentimientos imperantes en aquellos deseosos de hace del trabajo de las aulas una entrega, un sacerdocio. Las reglas, sintonía y cosmovisión de los hacedores de la política educativa los acorralan desencantándolos. Si el objetivo es desanimar, crear un sentimiento de sin razón e indefensión, lo logran de una manera magistral. ¡Cada día los mejores maestros postulan para abandonar!

La propaganda y las facilidades encaminan a muchos jóvenes a estudiar magisterio. En las universidades, se les pinta color de rosa la cotidianidad en la que se desenvolverán. Al hacer las practicas pedagógicas ven la realidad: la no correspondencia entre grados y conocimientos; aumento progresivo de escolares con serias dificultades de comprensión de los temas que se tratan; la no preparación de los centros y el personal docente para la inclusión; la conversión de la escuela en centros “de tente allá” para los escolares; y muchos otros problemas.

Al maestro le han quitado toda autoridad. Sin esta, es casi imposible el trabajo con individuos de diferentes procedencias y nociones enfermizas sobre el respeto, sus derechos y la sintonía en la cual deben fabricar la interacción con los demás. Muchas desastrosas experiencias y penosas anécdotas invitan a reflexionar. Estas dicen, el camino que llevamos conduce al derricadero. ¡Es tiempo de detenernos, seguir seria suicidio!

La democracia, la lucha por los derechos, no deben deshumanizarnos, convertirnos en fieras unas contra otras. La habilidad, de ninguna manera, debe sustituir el esfuerzo constructor y modelador de conocimientos e inteligencia. El habilidoso nada construye, solo se aprovecha de los otros. Los conocimientos y la inteligencia crean, innovan, proponen, enriquecen y transforman. Una verdadera revolución educativa pone especial atención en incentivar en los educandos esa insatisfacción por lo poco que adquieren en la escuela y a abocarse, siempre en busca de más.

El escenario en el que hoy se desarrolla el proceso educativo es más que de tensión para el educador. ¡Es de constante inseguridad!  Escolares, padres y allegados a estos se han convertido en verdadera amenaza ante los inconvenientes, incomprensiones y normales roces del oficio del que enseña. El sentido inverso de las relaciones padres-hijos, donde estos últimos manipulan a los primeros, trae a los progenitores como leones a comerse a quienes educan a sus proles. La interpretación errada de la democracia, la libertad y los derechos, lejos de cohesionarnos y hacernos mas fuertes, nos divide, torna irresponsables y debilita la fuerza motriz de la nación.

Todo el que trabaja en los centros de enseñanza, en la interacción con los escolares, debe medir bien sus palabras o escogerlas con pinzas. Cualquier comentario o expresión, por baladí que se crea, puede herir susceptibilidades acomodaticias y ser considerada como burla, abuso o cualquier otra cosa. Educandos, padres y sectores carroñeros, se aprovechan para corromper y crear de las miserias humanas presente en estos lugares, fuentes de trabajo.

En ese marco se desarrolla ese sagrado proceso educativo. Sin ser muy inteligente se ha de entender que, como la ADP no ha fijado posición en torno al particular, los maestros del aula ya empiezan a reaccionar: muchos se niegan a dejarse matar por individuo ya dañado y apoyado. ¡Que la policía se encargue en las calles de ellos!

Por  Gerson de la Rosa

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