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23 de abril 2024
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OpiniónErnesto JiménezErnesto Jiménez

Duarte y la identidad nacional

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“Nunca me fue tan necesario como hoy el tener salud, corazón y juicio; hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la Patria”. Juan Pablo Duarte

El 26 de enero de 1813 nació en la ciudad de Santo Domingo, Juan Pablo Duarte y Díez, Padre de la Patria. Desde su niñez descolló entre sus pares por su aguda inteligencia, recto carácter y sincera preocupación por los destinos de su pueblo. Estos rasgos, que perfilaban el carácter de un hombre noble, lo llevaron a cuestionar la férrea ocupación haitiana, que con mano de hierro subyugaba las ansias de libertad de los habitantes de la parte este de la isla Hispaniola.

Su viaje al extranjero para ampliar su formación académica despertó la conciencia del joven Duarte, lo que le permitió ver con claridad meridiana la ominosa realidad social y política que la ocupación haitiana imponía al territorio de la otrora colonia española, y a su vez, contribuyó al desarrollo de sólidos principios de libertad, independencia, decoro e identidad nacional. Estos elementos le otorgaron nociones trascendentales de dignidad y autonomía nacional que más adelante le llevaron a proclamar la indeclinable determinación de luchar por la independencia nacional y por la creación de un Estado libre de toda injerencia extranjera, bajo la égida del imperio de la ley, y con la bendición de Dios, el Todopoderoso.

Ahora bien, el patricio no se limitó a establecer las razones que le impulsaban a perseguir la libertad de su pueblo, pues también instituyó los preceptos que debían formar los pilares fundacionales de la patria, los cuales fueron recogidos en sus esbozos constitucionales y en su ideario inmortal. Es preciso señalar que estas ideas no son la simple construcción de una aspiración peregrina, sino que representan la imagen viva de las mejores cualidades del pueblo dominicano y, constituyen en todo su conjunto, la zapata del edificio intangible de su identidad.

Y fue, justamente, en esa identidad de hispanidad cristiana, unida a un irreductible sentido de libertad, donde se refugió Duarte para otorgarle un propósito ético y moral al hermoso proyecto libertario que, desde muy joven, concibió. Es imprescindible conocer estos rasgos históricos del pueblo dominicano, para de esta forma, ser capaces de entender las fuerzas que durante siglos han motorizado su lucha en pos de la soberanía nacional; porque, desde sus orígenes y a pesar de incontables vicios que llenan de escollos los caminos del progreso, los dominicanos han mantenido una inconmovible fe en Dios, en los frutos del trabajo duro y en un porvenir mejor. Esos son los verdaderos fundamentos de la identidad patria, sobre la cual, el más ilustre de los dominicanos inició su obra de independencia, progreso y paz.

La obra duartiana sigue siendo una tarea inconclusa de las presentes y futuras generaciones. Y aunque es justo reconocer el insoslayable progreso material y democrático alcanzado en las últimas décadas, no se pueden soslayar los monumentales retos y demandas irredentas que quedan por delante. Entre estos se encuentran males ancestrales como, la pobreza, el analfabetismo, la profunda inequidad económica y social; y más recientemente, la necesidad de preservar la integridad e identidad nacional ante la peligrosa inmigración ilegal masiva del vecino pueblo haitiano.

Estas demandas irredentas han sido exacerbadas por los desmanes de hombres inescrupulosos y ambiciosos que, con sus hechos han intentado destruir la obra de Duarte; pero, a pesar de esos traidores, el ejemplo de entrega incondicional y las ideas impolutas del padre fundador siguen vivas, representando el legado más alto de dignidad, amor, sacrificio, decoro y bondad que, cual faro eterno, iluminará por siempre el futuro del pueblo dominicano.

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