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23 de abril 2024
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4 min de lectura Una mirada al pasado

Duarte en la memoria de su patria

Duarte en la memoria de su patria
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Juan Pablo Duarte, el estupendo artífice de la República, coronó sus sacrificios y sinsabores, pero murió en un crudo exilio: le pagamos mal, muy mal, al precio de su vida grande. Lo echamos de su patria, esa que creó y forjó con inmensos desvelos. Mordió el terrible polvo del destierro, y sufrió la miserable ingratitud de los traidores.

Fue un «alma grande» antes de Gandhi. Maestro espiritual, concibió una nación independiente y cristiano-masónica, adornada con los símbolos de la Biblia y de la masonería. Por ello la Biblia está clavada en el centro del escudo, cuya primera versión tenía también la uróboro (serpiente que se muerde su propia cola) y el gorro frigio como símbolo de libertad. Solo quedó la Biblia: los demás símbolos fueron borrados. Un gran triunfo del cristianismo católico. En los hechos, el catolicismo se convirtió en la religión oficial. Duarte priorizó esa religión y le dio estatus de Estado.

Sin embargo, llegó el pleito con la Iglesia y el atormentado obispo Tomás de Portes e Infante. Si Duarte fue o no excomulgado es cosa que aún se discute: no quiero alimentar ahora esa polémica estéril. No es lugar para ello. Prefiero exaltar las grandes virtudes del patricio, celebrar en grande los 210 años de su natalicio.

Duarte era un burguesito de Santo Domingo. Hijo de español y dominicana (Juan José Duarte y Manuela Díez), creció en la Ciudad primigenia y se dedicó por entero al negocio familiar, en las Atarazanas. Era el negocio una pequeña ferretería que vendía artículos para embarcaciones y otras cosas. Era tenedor de libros: contador. En esas actividades despertó su espíritu romanticón y sensiblero. Era inconcebible en otro siglo: llevaba consigo los signos de los tiempos, marcado por la ramplonería del siglo XIX.

Inspirado en sus primeros amoríos, y henchido de emociones, escribió poemas románticos, tocó la guitarra, estuvo en serenatas y veladas. Practicó la esgrima. Estudió con el padre peruano y conservador Gaspar Hernández. Recibió sus primeras lecciones de filosofía y otras materias. Reunió y captó a una cantera de jóvenes inquietos y dinámicos, todos dispuestos a batirse hasta morir. El 16 de julio de 1838 crearon la Trinitaria, organización patriótica y primer partido político de este terruño. Sellaron con su sangre el sagrado deber del sacrificio. ¡Patria o muerte!

La Dramática y la Filantrópica fueron la alfombra teatral en que representaron el drama de la nación y de su propia vida. Las obras sembraron la liberación nacional, la ruptura violenta con Haití, la independencia pura de la soñada República. El credo republicano era una idea efervescente y tentadora: la opresión haitiana era ya insoportable. Duarte y sus camaradas definieron la mismidad cultura de la dominicanidad. El pueblo dominicano no era negro como el haitiano, sino mulato y mestizo; no hablaba créole, sino español; era católico, no vuduísta. En fin, no sabía lo que era, pero sí lo que no era. La negación frente a Haití afirmó a la dominicanidad oprimida. Haití era el otro espejo en que se veía y se definía lo dominicano. Estas dos caras bicéfalas y antagónicas han definido las relaciones entre ambos pueblos.

Duarte, inspirado en los fueros de Cataluña trajo de Europa la fragancia liberal. Agotó una brevísima estadía en Estados Unidos: poco tiempo para dominar el inglés. Fue más un paseo que una instalación. El turista, bajo la protección de don Pablo Pujols, quedó deslumbrado por el progreso de otros pueblos. Las instituciones funcionaban, y él quería transplantarlas y dominicanizarlas.

No tuvo mayor ambición que la de convertir a la nación en una patria libre y soberana. A ese sublime y magno propósito se dio por entero, poniendo en juego su propia vida. En 1844, el gran año de la Separación, rechazó la presidencia que le ofreció Matías Ramón Mella. Sería un golpe bajo y una traición a la incipiente República: Sánchez gobernaba en Santo Domingo y podría desatarse una guerra fratricida. Una catástrofe tan magnífica que por ella se colarían los haitianos, y vendrían la ruina de la incipiente nación. El sueño se derrumbaría como castillo de arena.

En 1864 lo expulsaron diplomáticamente. A su país regresó en medio de la Guerra de Restauración. No lo querían y lo despacharon como embajador en Venezuela. En 1876 falleció en Venezuela, hundido en la miserable ingratitud de los hombres. Es el único Padre de la Patria.

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