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25 de abril 2024
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OpiniónLuis CordovaLuis Cordova

Doña Naty en el jardín

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Siempre he llegado tarde. Ahora que se agolpan los recuerdos, no preciso el instante primero en que conocí la madre del poeta. Parecería que fue un plan, el que su sonrisa se mantenga en nuestra eternidad con la foto que Apeco de ella nos regaló.

Sí recuerdo dos estampas: una tarde en la que fue a escuchar nuestro recital en la primera Feria Regional del Libro y la imagen de siempre, que no tiene tiempo pero sí espacio: doña Naty en su jardín.

Siempre emprendiendo un viaje. A veces regresando de ese pasado de ancestros gloriosos, llena de júbilo y esperanza para alegrar nuestro presente.

Doña Naty no sólo fue la madre del escritor Manuel Llibre Otero, una de las voces más originales de su generación y un artista en todo el sentido de la palabra, sino que también fue en cierta medida esa madre que todos queríamos tener, al menos en esas tardes en las que nos brindaba alguna exquisitez que se empeñaba en explicar, o para compartir sus improvisados recitales de lo mejor del Siglo de Oro o del Romanticismo español. Su poema de Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida, nombre con el que solía cuestionar nuestro nivel cultural, siempre coronaba como el favorito la plática. Entonces volvían las oscuras golondrinas para hacer nido en los recuerdos… la Rima LIII era recitada cualquier tarde o mañana en una voz femenina que nos conectaba a otros tiempos.

Doña Naty se ha marchado y nos ha dejado paz. No podía hacerlo de otra manera, una mujer noble que se dedicó a predicar el amor. Esa es su enseñanza a todos, el legado que nos deja: ser felices en haciendo el bien, compartiendo la alegría del milagro de la vida que tejió en sus noventa años.

Amar la libertad y amar con libertad. Nos quedan hoy sus pasiones, como la fotografía y los viajes, sus teorías sobre el arte, botánica y los diversos efectos curativos de la Coca-Cola.

Rompiendo mitos lo mismo que contando anécdotas de Don Tuto o de Manolito, con tanta transparencia y nobleza que nos convertía en parte de la familia.

Doña Naty fue una mujer de vida privilegiada. Tanto por la cuna, su familia le proporcionó una educación exclusiva para la época, como por su pensamiento. Nos daba lecciones de vida con sus reflexiones y preocupaciones, con su inagotable creatividad y con la crítica mordaz a las noticias de los diarios que siempre se mantuvo leyendo.

No se escribirá más en su bitácora, anotaremos las fechas importantes en otra parte, porque el poeta escribe sobre otras cosas, lo transcendente le correspondía a ella, a su impecable ortografía de finos trazos caligráficos, marcando para siempre vidas en el cuaderno de nuestro interior.

Más de un poeta te debe Naty, las tardes en tu jardín, al que regresabas cuando salías a tus viajes, al que las mañanas te visitaban duendes, pajaritos, lagartijas y ensueños. Estarás, como siempre, en el fondo de todas nuestras conversaciones, viniendo, asomando a la ventana como los días en que junto a tu hijo, que es mi hermano, asaltamos tu paz para seguir viviendo.

Seguirás en tu jardín, sonriente, como siempre.

 

Por Luis Córdova

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