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24 de abril 2024
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OpiniónErnesto JiménezErnesto Jiménez

¿Qué determina el éxito o el fracaso de una nación?

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“La libertad política es la condición previa del desarrollo económico y del cambio social”. John F. Kennedy

En el largo camino hacia el desarrollo no existen recetas mágicas, soluciones evidentes, ni atajos fáciles que aceleren los cambios estructurales que amerita una sociedad para alcanzar el grado de progreso que requieren sus ciudadanos en pos de lograr niveles de vida óptimos. Por esta razón, la pregunta macroeconómica por excelencia, desde los orígenes mismos de esta ciencia, ha sido: ¿Por qué algunos países son ricos y otros no?

Esta cuestión fundamental fue abordada brillantemente por el Sr. Adam Smith, ampliamente aceptado como el padre de la economía moderna, quien en 1776 publicó el primer estudio científico para identificar las razones del éxito de las naciones económicamente avanzadas, titulado: “An Inquiry Into The Nature and Causes of The Wealth of Nations”, que en español significa, “Una Investigación Sobre la Naturaleza y las Causas de la Riqueza de las Naciones”. En esta obra paradigmática se analizan las principales razones que explican la prosperidad de las naciones más avanzadas de la época, mediante el desarrollo de teorías económicas trascendentales, como por ejemplo: la división del trabajo, el precio de las mercancías en trabajo, origen de la riqueza, la acumulación de capital y, finalmente, su tesis trascendental sobre el “sistema de libertad natural”, que se expresa como un mecanismo en donde el interés individual termina alcanzando resultados positivos para el interés colectivo.

Esta obra esencial de la economía contemporánea fue escrita 141 años antes de la revolución bolchevique en Rusia, la cual le prodigó al mundo el primer estado comunista de la historia. Este fenómeno histórico al que hacemos referencia tuvo su razón de ser, parcialmente, porque en el lapso de tiempo transcurrido entre la tesis de Smith y el intento de poner en práctica la tesis de Marx, las estructuras de producción mundiales seguían siendo terriblemente desiguales y la asimetría entre las naciones se dirimían con el uso grosero de la fuerza.

Lamentablemente, por razones de espacio no podemos explicar detalladamente las causas y consecuencias de la revolución rusa, pero basta señalar, que a pesar de las incontables mentes extraordinarias que postulaban por una ruptura radical con el capitalismo, las alternativas que ofrecieron no fueron satisfactorias para alcanzar el desarrollo pleno, lo que se debió, principalmente, a que los experimentos socialistas cercenaban las libertades ciudadanas, eran terriblemente ineficientes, y restringían severamente la capacidad de iniciativa e innovación individual. Y si hay algo que la historia ha demostrado contundentemente a través de los siglos, es que el ser humano no puede vivir ni mucho menos prosperar sin libertad.

Ahora bien, el bloque socialista se desmoronó en 1990, y a partir de allí el mundo quedó en manos de los adalides del capitalismo global. Por lo que, décadas después de haber superado el “fantasma del comunismo”, ¿por qué persisten las enormes brechas e inequidades entre las naciones del llamado mundo libre?

Como expresábamos a inicios de este escrito, no existe una solución sencilla ni absoluta a esa pregunta, pero podemos encontrar una interesante propuesta a esta compleja cuestión, en un libro escrito por los economistas James Robinson y Daron Acemoglu, llamado: “Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty”, que significa, “Por Qué Fracasan los Países: Los Orígenes del Poder, la Prosperidad y la Pobreza”.

La tesis fundamental de esa obra es que el éxito de un pueblo se encuentra amparado en la fortaleza y la calidad de sus instituciones para, independientemente de motivaciones o principios éticos, guiar la conducta de sus ciudadanos. En este sentido, es importante entender a las “instituciones” como un conjunto de reglas económicas y políticas impuestas o creadas por el Estado y los ciudadanos colectivamente. Por lo tanto, cuando esas reglas institucionales son diáfanas y respetadas, la sociedad tendrá mayores posibilidades de alcanzar un mejor desempeño.

Robinson y Acemoglu establecen dos tipos de instituciones económicas y políticas, las cuales a su vez definirán el rumbo de la sociedad: por un lado, están las instituciones inclusivas, que ofrecen incentivos para invertir y trabajar duro, lo que a su vez promueve mayores niveles de libertad económica y con esta libertad vendrán exigencias de mayores derechos y mayor equilibrio en el reparto del poder. En el polo opuesto tenemos las instituciones extractivas, las cuales, como su nombre lo indica, extraen rentas y riquezas de la mayoría de la sociedad para otorgársela a un grupo más reducido de ciudadanos, marginando en ese proceso a amplios sectores poblaciones y concentrando en pocas manos el poder.

Acorde a estos postulados, en las instituciones política y económicamente inclusivas descansa la posibilidad de progreso y desarrollo de cualquier nación del mundo. Por lo tanto, la tarea está en consolidar nuestras instituciones democráticas, porque estas son las principales garantes de la libertad y el desarrollo de nuestros pueblos.

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